Andaba de paseo por Monterrey y me topé a una afición apasionada. Desde la central de autobuses se distinguían los colores azul y blanco de uno de los equipos de casa. A cada paso, las playeras de rayas se multiplicaban. Bastó subirme a un camión y dejarme llevar por la mayoría para llegar al evento esperado.
Eran las 6:00 de la tarde y todos los caminos llevaban al mismo lugar. Una gran variedad de modelos de ropa deportiva desfiló ante mis ojos, todo en azul y blanco. Entré al Teconológico. Acomodado en mi asiento, busqué al mesero más cercano, es decir, al despachador de ‘frías’. En el campo calentaban los jugadores que escenificarían la batalla. Al Sao Paulo sudamericano lo acompañaron unos cuantos brasileños; el Monterrey estaba cobijado por un ‘tapete’ impresionante de más de 32 mil personas.
Las emociones comenzaron por ambos bandos. Luego, el juego se tornó de un sólo lado, pero el gol nomás no hacía presencia. Corrían los minutos, corrían los jugadores, corría el balón… y las redes, inmutables. También corría el despachador de las ‘frías. Cada ataque de los de casa era cada vez más peligroso. La gente en la tribuna se lamentaba. Le gritaba al último refuerzo, un verdadero fraude. Le gritaban al árbitro, al equipo visitante; “ni parecen brasileños”, decían. Así se fue el partido. Una triple jugada al final que terminó con el balón en el travesaño, terminó también con las esperanzas rayadas de avanzar a los octavos de final de la Copa Libertadores. El público se levantó de sus asientos y, dejando atrás la amargura de la inminente eliminación del torneo continental, despidió a sus héroes con aplausos, consciente que por ganas no quedó. Ambos directores técnicos reconocieron la actitud del respetable.
Me despido, Chao!