El partido ha terminado y en el centro del campo los hombres vestidos de blanco celebran. “La Furia Roja” es hoy más furia que otra cosa. Presurosos, los españoles se quitaron su playera y se fueron pateando lo que se les atravesara en su camino a los vestidores. Mientras los suizos no dejan de sonreír, y un alemán (su técnico) apenas y saluda tímidamente a la tribuna. Hoy terminó la primera jornada del Mundial de Sudáfrica; cada equipo ha jugado un encuentro. En unos minutos más comenzará de nuevo el ciclo con el encuentro entre Uruguay y el anfitrión.
Es una Copa del Mundo como cualquier otra; quizá lo más sobresaliente es que se juega en África, porque en resultados, lo veo muy parecido al de las últimas ediciones: Italia juega feo y no gana. Argentina, que tenía que ser su familiar, también sufre, pero logra el triunfo y muestra a su genio de la generación (en este caso, Messi). España llega en medio de promesas y por lo pronto ya se llevó su primer tropiezo. Brasil pasa el trámite con triunfo, Holanda intenta jugar bonito y por lo menos saca un resultado menos apurado. Los ingleses pierden puntos por culpa de su arquero, Alemania golea, México se queda en su “ya merito” y todos se quejan del balón. Esto ya lo he vivido. Y detrás del televisor, se alcanza a escuchar “este Mundial está muy chafo”. Así son las primeras rondas. Los grandes llegan cansados y muestran poco, salvo Alemania, y los chicos sacan resultados impensados, porque ellos nunca tienen nada que perder. En las tribunas, lo mejor son las holandesas y danesas.
=mas=
Nada me sorprende hoy. Y lo que viene también es de esperarse. El Mundial irá creciendo y los contendientes, disminuyendo. Quedarán sólo 16, luego 8, 4, 2 y uno. Ganará el Mundial Brasil, Argentina, Italia o la potencia que ya no es favorita: Alemania. El campeón goleador hará menos de 8 goles. Ya no habrá grandes goleadas (por eso la FIFA se inventa balones raros: es preferible hacer ver ridículo al portero a que se multipliquen los empates a cero; los sistemas cada vez son más defensivos, salvo Alemania, y los chicos cada vez se acercan más a los grandes).
La espera fue larga: cuatro años. Por eso he optado por disfrutar las desmañanadas y sorprenderme con los coloridos uniformes en la cancha. Con las decenas de culturas que por un momento han decidido hacer una tregua y mezclarse en un campo de futbol. Por los colores tan variados en la piel, los rasgos tan distintos, los idiomas y las formas de ser. Porque durante un mes las miradas de millones voltean a un sólo lugar. Porque todos sueñan con lo mismo sabiendo que sólo unos cuantos verán su sueño hecho realidad.
Hoy disfruto a los españoles fallarlas todas para que la humilde Suiza festeje una victoria que tardó 18 encuentros en llegar. A los ghaneses dar la vuelta olímpica por el apurado triunfo contra Serbia, apenas en su primer juego. A los alemanes meter goles y a “Chiquimarco” sacar tarjetas rojas y amarillas. Al balón que se le resbala a los porteros y a los miles de mexicanos que estando el país como está, han olvidado sus penas en un país donde el futbol fue tomado como la revancha de los negros (por no jugar poder jugar al rugby, el deporte nacional de Sudáfrica, exclusivo hasta hace poco de los blancos).
Hoy disfruto lo que pueda disfrutar, porque luego tendré que esperar otros cuatro años y sacar la calculadora para ver qué necesita México para asistir a la próxima Copa del Mundo.
Chao!