El mundo cambia a cada segundo, a veces sin darnos cuenta. De pronto, la original “Casa del Dolor Ajeno” ha perdido la malla que separaba a la afición de sus héroes en la cancha. De pronto, el viejo estadio se cae y emerge uno más nuevo. De pronto, el sonido de las armas acalla a 20 mil gargantas, hace correr a 22 futbolistas en una misma dirección y sin balón de por medio. De pronto ya no hay rivalidad sobre la cancha y de la tribuna se desprende el más tenso silencio, al calor de las balas.
=mas=
Lo que tuvo que pasar para que un aficionado brincara de la tribuna al pasto del Estadio Corona fue algo más allá de lo que podíamos imaginar. No fue locura, borrachera o querer llamar la atención. Fue el miedo, el instinto de supervivencia.
De pronto los aficionados santistas pisaron el campo de batalla donde sus Guerreros se entregan cada jornada de futbol, mientras una batalla que sí deja muertos se libra afuera de estadios, edificios y hogares, en las calles de un país “jodido”, como dijo el “Vasco” Aguirre.
Y por primera vez, un partido de futbol profesional se suspendió por una balacera, lo que se ha vuelto tan común en nuestra región. Si la lluvia impide los partidos de beisbol en el sur, la lluvia de plomo hizo lo propio en nuestra Laguna.
Las imágenes pronto recorrieron el mundo. La transmisión en vivo le imprimió un poco del drama que vivieron los presentes, mientras los ausentes marcábamos números de celular sin obtener resultados.
Y cuando parece que ya no queda un lugar donde esconderse, recuerdo la libertad aún es posible en la razón y el corazón.
Me despido, chao!