Normalmente cuando alguien me pregunta qué es lo que hago y yo respondo escribir guiones, las personas me dicen: Eso es como lo que se dice en la películas, ¿no? Bueno, sí, algo así. El guión no sólo es el relato de la historia, las escenas, las situaciones, y las personas, también, y sobre todo, la palabra. Lo más esencial, lo más recordable, el arma del actor, el sentido de todo (a menos de tratarse de una película muda, en cuyo caso la dificultad es aún mayor), y sin embargo, la parte más difícil de escribir para un guionista, o por lo menos, para esta guionista.
Estoy convencida de que tuve la peor experiencia en la historia en la clase de diálogo, pero de que aprendí algo, algo muy valioso, no cabe duda. Aprendí que no es bueno repetir líneas, que hay que leer todo cien veces antes de mandarlo a imprimir, que es importante fijarse en la primera palabra de cada línea para no sonar repetitivo y que, siempre, siempre ayuda leer en voz alta lo que se escribe para llegar a la fluidez ideal del texto. Así, pareciera que mi clase no fue tan mala. Y no lo fue. Aprendí de la crítica dura de las personas, del poder de escribir y re-escribir los guiones, de que, al final, uno debe escribir lo que siente, lo que mejor crea para la historia sin intentar complacer a otros. Pero con lo que hasta la fecha tengo conflicto es con la naturalidad de las palabras.
Alguien dice que los lugares comunes y la cotidianidad matan la naturalidad, algo que yo cuestionaba. Cómo describir a un personaje con características tales como generoso y respetuoso, si mi personaje nunca dice “Por favor” y/o “Gracias”. Después de ver, analizar y repetir constantemente escenas de diferentes películas para poder encontrar un patrón de caracterización de personajes, me di cuenta que la clave está en el propósito de cada escena, porque si mis personajes tienen que pasar diez minutos hablando del color del cielo o de por qué la pizza es más rica que las hamburguesas, pero el resultado de la escena tiene un propósito y un eco en la historia y el actuar de cada personaje, entonces se vale.
Se dice que el primer borrador de un guión normalmente tiene escrito, sin darnos cuenta, la dirección e intención de cada conversación; el cual más tarde se pule, una, dos, diez o veinte veces, para lograr una plática con sentido y subtexto. Cuando tal subtexto no existe y pareciera que los personajes dicen lo obvio (por ejemplo alguien dice: Creo que ya llegaron por nosotros; y la siguiente línea proviene de otro personaje que se baja de su auto y dice: Ya llegué por ustedes), entonces algo está mal. Pero lo frustrante no es escribirlo, sino darse cuenta que lo escribimos y, lo peor, no saber cómo corregirlo.
El problema es que lai mente es más rápida que la mano, por lo que el mejor remedio para el autobloqueo de escritores o para la falta de subtexto, lógica y naturalidad, es escribir, escribir y re-escribir. He conocido a escritores cuyo problema es la falta de definición de sus personajes, también he conocido a algunos otros cuyo problema es que su manera de escribir diálogo es tan unidimensional que todos sus personajes suenan de la misma manera, casi como si fueran el mismo.
Mi peor miedo no es la página en blanco ni la falta de ideas, es el abrir un documento que creí terminado, volver a leerlo y encontrarme con que le estoy cambiando frases, puntos y comas a cada línea de mis personajes. Pero después de varios intentos de enderezar el camino de alguno que otro texto, de escribir veinte páginas de un guión y tener que empezar desde cero porque el diálogo es sumamente pobre, o de tener que convertirme en actriz de medio tiempo para ensayar cada conversación de mis guiones, he llegado a una conclusión: la culpa la tienen los actores por no saber decir sus líneas. Ja j aja…, no es cierto, la tienen los productores por hacer películas con un guión tan básico. Bueno no, tampoco es cierto. La culpa la tenemos los escritores, por no darnos cuenta que la naturalidad y fluidez no se trata de las muletillas, ni de responder sí o no moviendo la cabeza, o de querer dar sentido a cada palabra; es por no darnos cuenta que los humanos no somos perfectos, que en las conversaciones es común cambiar de tema repentinamente, confundir palabras, dejar sin respuesta a las preguntas y estar siempre en conflicto entre unos y otros.
En alguna de esas clases de diálogo alguien nos dijo que las líneas que damos a nuestros personajes rara vez son apegadas a la realidad, que el escritor no escribe lo que las personas dicen ni refleja el curso de las conversaciones cotidianas en sus guiones. Hasta la fecha yo discrepo con lo que se nos dijo en clase. Creo que lo mejor es saber combinar la realidad con la ficción. Y si no lo creen basta con poner atención a una buena película, o mejor aún, escuchar atento el curso de una conversación entre dos o más personas o, para los que quieren un mayor reto, intentar reproducirla en el papel. Entonces, después de un mes de bloqueo, de retomar proyectos viejos, de desarrollar algunos nuevos, esta escritora está lista para retomar el diálogo de sus guiones y dar un paso más adelante en su lucha por escribir frases coherentes y naturales, para no estar destinada a escribir por siempre diálogos sin complejidad, dignos de personajes salidos del ABC de la cinematografía.