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Entre el libro y la película: el problema de la adaptación

Diana Miriam Alcántara Meléndez

El lenguaje, la estructura y la forma cinematográfica nunca seguirán los mismos lineamientos que la literatura lleva consigo. Si bien el desarrollo narrativo y de personajes es de gran importancia en ambos rubros, la forma de escritura como tal entre uno y otro sigue diferentes reglas.

El lenguaje literario, independientemente del estilo y la temática, siempre cuenta con un poder más reflexivo y detallado. Es común encontrar que las novelas, los cuentos y las historias cortas se construyen a través de la descripción tanto de espacios, situaciones, sentimiento y pensamientos. Cuando un libro es adaptado a la pantalla grande, el guión, por su parte, lo constituyen escenas y diálogos, perdiéndose en el proceso de adaptación el análisis que el autor deja en libros y que ha plasmado en su obra.

Un buen guión, una buena adaptación de libro a película, lo constituye un trabajo que capta y transmite la esencia de la obra literaria en el trabajo cinematográfico. Mientras la temática, la moraleja, el mensaje, la estructura y el motivo del libro sean expresados dentro de la película, el proceso de adaptación podría considerarse exitoso.

Para muchas personas las mejores adaptaciones son aquellas fieles a la obra, pero esto no significa seguir las páginas de un libro al pie de la letra. Harry Potter, por ejemplo, no sólo es una película que cuenta las historias de un grupo de jóvenes magos, es una historia sobre crecimiento, sobre valores como la amistad, sobre la lucha entre el bien y el mal. Las mejores películas de esta saga son aquellas en las que se crece con el espectador y con el protagonista a la par, tal como sucede en las páginas del libro. Muchos fanáticos de la saga reprocharon la adaptación de los últimos libros de esta franquicia por dejar fuera sucesos y eventos que la autora aborda en sus libros. Como tal, ese es el trabajo del guionista que adapta una obra literaria, el de seleccionar, dar orden y contar la historia que leyó. Determinar si el trabajo está bien o mal hecho es debatible en el sentido de que una película y un libro nunca podrán ser juzgados al mismo nivel. La lógica, los sentidos y el interés que se despierta al leer un libro no son los mismos que se despiertan al ver una película.

El guionista no podrá alcanzar las expectativas de los lectores si no toma en cuenta que se trata de dos trabajos diferentes entre sí. La tendencia a buscar novelas con el fin de adaptarlas como películas no obedece al cien por ciento a la falta de creatividad, ideas, e historias originales por las que el cine de masas transita, más bien obedece, por mucho, a que un proyecto literario previo significa la mitad de trabajo hecho en cuanto a historia y personajes, como si se tratara de un borrador al que solo le hace falta ser pulido. Entonces, la futura película puede tomar dos rumbos: el primero consiste en acelerar el proceso de escritura y producción y dar un copiar-pegar a la historia; el otro camino es el de dar forma, “adaptar” al lenguaje cinematográfico la obra, poniendo especial énfasis en el ritmo y atención que el espectador tiene para con la película.

Las mejores adaptaciones son aquellas que funcionan en pantalla, independientemente de su éxito, reconocimiento o eficacia en papel. El diablo viste a la moda, por ejemplo, es un libro de lectura ligera pero con un mensaje propio y consciente del viaje de su protagonista a través de sus aventuras. La guionista de la película, Aline Brosh McKenna, toma los aciertos de la novela (personajes, situaciones, escenarios) y los traslada hacia una trama de 109 minutos, con un inicio y un final entretenido preciso, con un proceso dramático en el medio y con un toque atractivo para el lenguaje visual que el cine, como la imagen en movimiento, representa.

Otras obras atraviesan un proceso opuesto, en donde los aportes cinematográficos no hacen más que perder la frescura y lenguaje presentes en las palabras que el autor plasma en sus páginas; y otras tantas obras son una copia calca del otrora libro en el que se basan, en donde la imaginación y el aprendizaje que se obtiene con la lectura se pierde en la película. Obras como “Ensayo sobre la ceguera”, “El niño con el pijama de rayas” o “Emma” son ejemplos de ello; libros divertidos, entretenidos, educativos, y reflexivos, pero películas promedio que no llegan a ser ni memorables ni trascendentes y mucho menos de impacto social, cultural e intelectual.

Ahora bien, la relación puede darse al reverso y a la inversa, es decir, buen libro-mala película o mal libro-buena película. Y apelando a la lógica matemática, entonces, tanto un buen libro puede significar una buena película, como un mal libro también puede traducirse a una mala película. Por lo tanto, la conclusión no puede ser otra que leer mucho y ver mucho, pero sobre todo, esperar que los guionistas sepan de la labor de adaptación, al tanto de la libertad y la creatividad, a la par de honrar y darle su importancia al trabajo que el autor hace en su obra literaria. No solo saber transmitirlo, sino también saber respetarlo.

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