Las grandes empresas productoras y distribuidoras de cine nacieron en la época conocida como la edad de oro de Hollywood; Hollywood era un negocio creciente que se cimentaba en una nación en crecimiento capaz de ver el potencial de una industria que significaba entretenimiento, comunicación, información y conjunción, todo al mismo tiempo, nación que apoyaría a la industria cinematográfica por muchas razones y en su propio beneficio y, por ende, por el de sus ciudadanos.
La época de oro Hollywoodense comienza a inicios del siglo XX, aunque algunos ponen fecha alrededor de 1910, otros hasta 1920, y hay quien considera que se extendería hasta finales de los años 40, aunque también algunos marcan su fin hasta los años 60, más-menos. Ésta industria se caracteriza por una narrativa detallada, una producción pulida y un adentramiento a los géneros que marcarían el rumbo de la industria del cine, entonces en construcción.
La gran característica del cine producido durante estos años es el poder de las grandes productoras sobre el tipo de películas que se realizaban, desde imagen hasta producción eran cuidadosamente elegidas; la selección minuciosa del elenco, las historias y el equipo (guionistas y directores) tenía como fin dar un enfoque particular, un sello distintivo, a cada producción realizada.
De allí nació lo que más tarde se conocería como el “star system”, un sistema en donde las personalidades del cine eran mitificadas y vanagloriadas a fin de convertirlas en “estrellas”. Estos actores eran contratados bajo exclusividad y se comprometían a una devoción y lealtad a la empresa para la que trabajaban. Por supuesto, muchos conflictos derivaron de este tipo de sistemas, en especial por parte de actores, directores y guionistas en busca de identidad profesional propia y a quienes se les sometía a un régimen condicionado, tanto artística como profesionalmente.
Casas productoras forjaron su renombre en esta época, entre ellas se encuentran: MGM, Twentieth Century Fox o Paramount, compañías a las que se les deben grandes proyectos, películas inspiradoras de alta calidad y de gran legado cinematográfico; entre ellas se encuentran: ¿Por quién doblan las campanas? (1943) de la Paramount, Lo que el viento se llevó (1939) o El mago de Oz (1939) de la Metro-Goldwyn-Mayer (MGM) o ¡Qué verde era mi valle! (1941) producida por Twentieth Century-Fox.
La mira del cine Hollywoodense estaban principalmente enfocada hacia las demás sociedades del mundo. Estados Unidos se dedicaba a realizar películas con el fin de, más tarde, exhibirlas en otros países y generar ganancias. El dinero que se recibía no provenía por completo de las personas de su mismo país, lo que permitía de alguna forma generar un producto tanto efectivo como fructuoso, permitiendo además un margen de experimentación y libertad, tanto artística como mercadotécnicamente hablando, algo que beneficiaba a la economía de la industria del cine hollywoodense, así como del país que la alojaba.
La apertura hacia otros mercados, otros realizadores y otras industrias constituyó una forma de comunicación con el exterior, tanto para los realizadores como para la sociedad en general. Esta colaboración abrió puertas y otorgó oportunidades para ambas partes, formándose una relación de autoayuda. Muchas producciones viajaban a países extranjeros para rodar películas bajo una mano de obra más barata, al tiempo que, por otra parte, jóvenes realizadores aprendían un oficio de mano de los expertos más experimentados para, más tarde, ponerlos en práctica con sus propios proyectos.
La producción en masa era primordial, mantener el entretenimiento presente, crear una máquina realizadora de películas que fuera, ante todo, remunerada. Los estudios se hacían de un buen número de actores y realizadores a quienes acercaban al público a través de eventos sociales, para luego ponerlos frente a la cámara; el resultado era una constante producción cinematográfica que, más que exitosa, era popular, accesible y añorada.
La guerra, la invención de la televisión y la separación entre productoras y equipo creativo resultaron en la decadencia del cine de Hollywood. El poder de las grandes productoras comenzó a desvanecerse al perder el control sobre los técnicos y artistas, su hegemonía se disipó, lo mismo que la homogeneidad en las producciones. La falta de ganancias resultó en una producción más limitada y en menor cantidad, dejando al cine en un segundo plano.
Años más tarde la Primera Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos otorgó fallo a favor de la industria cinematográfica reconociéndola como un medio artístico y, por lo tanto, recibiendo la protección de libertad de expresión que dicta la Carta de Derechos de ese país. El cine se enfrentó a una competencia equitativa, a un redescubrimiento y a una reinvención. El cine hollywoodense, además, se vio forzado a afrontar su propia sombra, su propio legado y un ligero toque de presión que, afortunadamente, logró sacar adelante.