Existe una diferencia entre fantasía y realidad. Aunque en esencia las películas basan sus argumentos en el ambiente y entorno de la sociedad, lo cierto es que el giro de cada historia no deja de ser sólo una muestra representativa de la vida misma, es decir, es una posibilidad en el millón de escenarios que pudieron ser. Todo trabajo tiene su trasfondo y su eco en el contexto social (pasado-presente-futuro), todo trabajo refleja la realidad, pero también, todo trabajo es una creación de ficción, historias imaginarias por muy basadas que se encuentren en hechos reales.
Existen, por ejemplo, innumerables películas sobre relaciones de pareja (comedias románticas en su mayoría); pero así como no todas son iguales, no todas significan una fórmula establecida con respecto a la dinámica entre personas. No todos los finales son felices, no todos los enamorados persiguen a su pareja ideal después de un montaje musical en donde llegan a la conclusión de que el otro en cuestión se ha convertido es su mitad perfecta después de haber recapitulado su tiempo juntos. No, la vida no siempre es así y no se puede esperar que así lo sea.
Aunque parezca exagerado decirlo, las elecciones de las personas no siempre se formulan de acuerdo con lo que se ve en el cine, o en la televisión, hacerlo sería como tomar decisiones basándose en lo que dicta la “Mágica Bola 8”. El cliché, el formato establecido, la fórmula repetitiva, los lugares comunes, entre otros, son sólo una exageración de la realidad misma y de la ficción como tal.
Las historias deben tener credibilidad, pero por alguna razón es más fácil desfasarse de la relación que se establece con la pantalla grande o chica cuando se presentan historias de ciencia ficción, de terror, o de fantasía, no así cuando se trata de películas familiares, de aventuras, de romance, o de drama. Ponerse en el zapato del otro y vivir a través de sus experiencias se convierte en la clave del éxito de una historia en general (película, seriado televisivo o novela literaria), de allí el origen y éxito de teleseries (telenovelas) y cuentos de princesas que pasan de generación en generación.
Es común ver una película y encontrar los puntos concordantes de lo que se presenta en ella con la vida propia del que observa. Este acto humano es parte de la experiencia del cine, de la comunicación a través del arte, lo mismo que sucede cuando se mira una pintura, se escucha una canción o se lee un poema.
Pero más allá de localizar similitudes, contrastes y empatía con la historia y los personajes en el cine, lo interesante resulta de analizar las decisiones que se toman, las problemáticas que se abordan y la forma en que se tratan tales problemáticas en el relato que se observa, generando, de esta manera, que el sujeto-observador crezca a la par que el protagonista.
Por ejemplo, después de ver El Padrino (EUA, 1972), un tanto es analizar su gran aporte artístico y cinematográfico, pero otro es el de considerar el contenido, la enseñanza, los temas que se tratan y la manera en que se desarrollan. Una película que habla sobre poder, lealtad, amistad, autoridad, legado, formación y organización, no solo es un ejemplo y reflejo de la sociedad, es un documento demostrativo de tales temas de donde además es posible aprender. ¿Por qué no determinar la representatividad del escenario en relación con la realidad para entonces explorar la viabilidad de tales elecciones de vida con el contexto actual? En término prácticos, relacionar la organización de la mafia italo-americana de la familia Corleone con respecto a la forma de organización de otros movimientos políticos o de delincuencia existentes en las sociedades actuales, con el fin de decodificar los motivos de sus acciones y sus planes en movimiento a futuro, es decir, adelantarse a los hechos para así determinar la decisión precisa que rompa con el esquema y por tanto, obtenga resultados fuera de lo esperado, fuera de lo usual, diferentes.
Es claro que el cine no presenta generalidades, sino todo lo contrario. No todos los adolescentes adinerados son pedantes, no todas las estrellas del cine son perseguidas por los fotógrafos, no todos los policías son corruptos ni todos los detectives resuelven todos los casos que se les asignan, pero saber que en ocasiones es así, es un avance en el proceso de aprendizaje y conocimiento social, proceso que se engrandece, por mucho, gracias al cine.