Hoy día vivimos situaciones muy contrarias a lo que debiera ser la institución familiar. Los modelos de matrimonio y de familia que vemos hoy a través de los medios de comunicación son sólo una caricatura de lo que Dios diseñó desde el principio, pero son los modelos que imperan en nuestra sociedad.
Mi amiga Marcela me invito a un programa radiofónico en donde el tema versó sobre la familia y el matrimonio. Parece que no estábamos del todo de acuerdo al comentarle que la fractura de los matrimonios se recrudeció cuando la mujer empezó a trabajar y el libertinaje que se empezó a desarrollar a partir de entonces, manifiesto por el alarmante número de divorcios.
¿Concuerda eso con el modelo de Dios? ¿Es el antiguo orden de Dios válido para este tiempo? Busquemos la respuesta en la Palabra inspirada.
El orden de Dios para el matrimonio
En el mundo, el orden matrimonial asume diversas formas.
Existe la forma del patriarcado, en que el marido, como padre de familia, es un señor que domina y gobierna sin contrapeso, donde la esposa y los hijos le temen y son como sus siervos. También existe el matriarcado, en que la mujer es la que maneja las cosas de la casa, a los hijos y aun a su marido, sea de manera explícita o simulada. Una forma más grotesca aún suele darse en el mundo y es lo que se podría llamar filiarcado (en latín, “filius” significa “hijo”), en que los hijos gobiernan a sus padres, los manejan a su antojo, constituyéndose a sí mismos en el centro del hogar y haciendo de sus padres meros servidores que atienden sus caprichos.
Obviamente, ninguna de ellas es conforme al modelo de Dios. Aparentemente, la forma del patriarcado es lo que más se le parece, pero el modelo de Dios para el matrimonio no es el del patriarcado. Cuando Cristo reina y ocupa el centro en una familia, ninguno sobresale por sí y en sí mismo. No hay gritos ni lucha por el poder. Todos atienden a la dirección del Único que tiene la autoridad, y todos se rinden a Él, en la posición y el ámbito de responsabilidades que Él ha asignado a cada uno. Cuando Cristo tiene el centro, el matrimonio y la familia funcionan bien, sin discordias ni estallidos de violencia, espontánea y silenciosamente, según el perfecto orden de Dios.
¿Cuál es este orden? Dice la Escritura: “Porque quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo” (1ª Cor.11:3). Aquí está el orden de Dios, no sólo en el matrimonio, sino también en el universo: Dios, Cristo, el hombre, la mujer. Cristo es la gloria de Dios, el hombre es la gloria de Cristo, y la mujer es la gloria del hombre. El hombre fue creado para que expresara la gloria de Cristo y la mujer fue creada como expresión de la gloria del hombre.
La posición de autoridad que el hombre ocupa se señala externamente en que lleva su cabeza descubierta; en cambio, la posición de sujeción que la mujer ocupa se señala externamente con el velo. Cuando la mujer no ora ni profetiza su cabello le sirve de velo; pero cuando la mujer ora o profetiza ha de ponerse el velo, como señal de autoridad sobre su cabeza (1ª Corintios 11:3-6).
De manera que por causa de que hay implicados hechos espirituales trascendentes, tanto el hombre como la mujer han de cuidar respetar este orden. No es un asunto de caracteres: es el orden de Dios.
A veces los maridos renuncian a tomar su lugar, por comodidad o por una supuesta incompetencia, como si esto fuese un asunto de caracteres o de capacidades naturales. Pero aquí vemos que esto es un asunto establecido por Dios, y anterior a nosotros, en lo cual está implicado el orden universal, y al cual nosotros somos invitados a participar.
Las demandas en la relación matrimonial
Consecuentemente con todo lo anterior, hay demandas para los miembros de la familia que cree en Dios, que se pueden resumir en una sola expresión: la demanda para el esposo, es amar a la esposa; para la esposa, es estar sujeta a su esposo; para los padres es disciplinar y amonestar a sus hijos; para los hijos es obedecer a sus padres.
Siendo el varón la cabeza de la mujer, resulta para el esposo una demanda muy fuerte que ame a su esposa, porque ello implica, además, una restricción a su rudeza natural. Por eso dice la Escritura: “No seáis ásperos con ellas” (Col.3:19), y “Dando honor a la mujer como a vaso más frágil” (1ª Ped.3:7). El ser cabeza pone al hombre en una posición de autoridad, pero el mandamiento de amar a su mujer le restringe hasta la delicadeza.
Hay al menos dos razones por las cuales el esposo debe ser ejemplo amoroso de quebrantamiento y humildad. Primero, por su carácter naturalmente áspero, y, segundo, por la autoridad que detenta. Junto con ponerle en autoridad, el mandamiento le limita en el uso de esa autoridad.
De modo que si su autoridad es cuestionada, no debe procurar recuperarla por sí mismo, sino remitirse a Aquél a quien pertenece.
Si Dios ha permitido que su autoridad sea resistida, entonces debe de haber alguna causa (que bien pudiera ser alguna secreta rebelión frente a Cristo), y que es preciso aclarar a la luz del Señor.
Por su parte, siendo la mujer de un carácter más vivaz, el estar sujeta es una restricción a su natural forma de ser, por lo cual dice la Escritura: “La mujer respete a su marido” (Ef. 5:33b), y “La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción” (1ª Tim.2:11). No obstante, ella recibe el amor de su esposo, que la regala y la abriga.
Esto es así para que no haya desavenencia en el matrimonio. Ambos son restringidos y a la vez son honrados por el otro. Cada uno según su natural forma de ser. Porque Dios sabe mejor que nosotros mismos cómo somos, y por eso diseñó así el matrimonio. El marido representa la autoridad, pero, siendo de un carácter áspero, debe amar con dulzura; la mujer es amada y regalada, pero, siendo de naturaleza más inquieta, debe sujetarse. Así todos perdemos algo, pero gana el matrimonio y la familia, y por sobre, todo, gana el Señor.
Si el esposo ama, facilita la sujeción de la esposa. Si la esposa se sujeta, facilita el que su esposo la ame. Con todo, si ambas conductas (el amar y el sujetarse), siendo tan deseables, no se producen, ello no exime ni al esposo ni a la esposa de obedecer su propio mandamiento.
¡No hay cosa más noble para un marido cristiano amar a su mujer como Cristo amó a la iglesia! No hay cosa más noble, conforme van pasando los años, encontrarla más bella, sentir que su corazón está más unido a ella, y que ha aprendido a amarla aun en sus debilidades y defectos. Porque ya no anda como un hombre, sino que camina en la tierra como un siervo de Dios.
¡Qué dignidad más alta para una mujer la de sujetarse a su marido, no por lo que él es, sino por lo que él representa! ¡Cuánto agrada a Dios un hombre y una mujer así! Todos los reclamos, todas las quejas desaparecerían. Si el marido se preocupara más de amar no tendría ojos para ver tantos defectos e imperfecciones. Si la mujer se viera a sí misma como la iglesia delante de Cristo, si se inclinara, si fuera sumisa y dócil, cuánta paz tendría en su corazón. Cuánta bondad de Dios podría comprobar en su vida.
* Bien que la primera demanda para el esposo – y que no deja de ser importante – es “dejar padre y madre” para luego unirse a su mujer. Es decir, procurar la autonomía e independencia respecto de los padres. Si esto se obedece desde el principio, el matrimonio se evitará muchos contratiempos.
¿Y usted qué opina?
Hoy más que nunca es necesario destacar a aquellos héroes anónimos que hacen cosas buenas por nuestra Comarca Lagunera, aquellas luces en la oscuridad. Proponlos al programa del Grupo Industrial Lala, “Héroes que inspiran vidas”, en la dirección electrónica [email protected]
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Si aún no ha leído el artículo “Por favor escucha lo que…NO ESTOY DICIENDO!!!” , se lo recomiendo en:
http://blogsiglo.com/archivo/935.html
Fragmento de “El Mensaje del Señor para ti…
“Otros podrían llegar a ver tus fracasos, quizás no entiendan. Sin embargo yo puedo ver en ti lo que nadie más puede ver. Acaso no eres obra mía? Tú eres mi hijo amado en el cual yo me he complacido. Descansa en mí y espera pacientemente que yo haga mis obras. Deja que tu trabajo sea un reflejo de tu vida en mí. Sígueme, entra sin darle ningún pensamiento a esos campos donde se realizan mis obras..”4 Despertar…es.
"Despertar...es"
Un encuentro contigo mismo
Un libro que una vez
que inicias, no podrás dejar de leer.
“QUIEN NO VIVE PARA SERVIR, NO SIRVE PARA VIVIR”
Germán de la Cruz Carrizales
Torreón, Coahuila. México
MMXIII