Las películas de misterio deben saber administrar su información para darle una cobertura intrigante al caso por resolver, para permitir que sus personajes crezcan y cambien, para develar periódicamente el avance de la investigación, sazonando su historia con un poco de thriller, acción, suspenso y drama, todo en pequeñas dosis y de forma que interese pero no abrume ni exagere.
Bajo la sal (México, 2008) cumple los requisitos de su género y los usa de manera eficiente. La historia trata sobre una serie de asesinatos en una ciudad salera al norte de México, hasta donde un comandante de la policía nacional llega para resolver el caso, siguiendo las pistas, no tan evidentes, que el jefe de la policía local ha ignorado o no ha investigado con profundidad, e hilando la información para dar sentido y explicación al misterio, para, de esta manera, encontrar a los responsables de los asesinatos, llevándolos a un punto de conexión en la escuela preparatoria de la ciudad, un lugar dirigido por el Prefecto Domínguez, quien se hizo cargo del lugar luego de que un incendio matara su madre, la directora, destruyendo además todos los registros escolares pasados.
Pensando si los asesinatos pueden o no estar relacionados con el genocidio en la frontera norte, las muertes mantienen alerta al gobierno y a la policía, arrastrando las consecuencias que se derivan del estado caótico que la situación trae a una ciudad alejada de todo; una ciudad en la que todos guardan secretos; unos secretos que son parte del pasado y que mucho tienen que ver con las muertes.
Descubrir las verdaderas intenciones de los involucrados: víctimas, policías, terceros implicados o responsables, todos por igual, es parte del desarrollo de la historia. Una serie de personajes rotos, alterados, angustiados e imperfectos que buscan la redención en un lugar en donde no podrán conseguirla. Trujillo, Víctor e Isabel encabezan la lista, y por supuesto, el asesino se suma por razones obvias (¿Cuál es su venganza y cuál es su plan? [si es que tiene alguno]).
Trujillo es un policía con fallas y deficiencias en su historia laboral, marcas en su expediente que le atormentan y le han costado su puesto y su reputación; él sabe hacer su trabajo pero el afán, esa determinación por resolver el caso, es más bien una necedad por enmendar fallas del pasado. Víctor es el hijo del dueño de la funeraria, solitario y resentido por el abandono y debilidad de carácter de su padre (que está sumido en sus pesares tras la muerte de su madre), enamorado de Isabel y lo suficientemente observador para notar con tino lo sospechoso que resulta el incendio y la actitud de los maestros y del prefecto escolar respecto a la investigación policiaca. Él sabe que en la escuela preparatoria existe información oculta relacionada con los directivos y que puede estar relacionada con los acontecimientos. Finalmente está Isabel, una joven mesera buscando olvidar su atormentado pasado, angustiada por el curso que sus acciones en la preparatoria tienen en el presente, involucrada en el incendio y sin sospechar más allá de lo que tiene justo frente a sus ojos, situación que le trae desconfianza con y hacia todos quienes se le acercan.
El caso policiaco no sólo habla de una línea de observación-deducción necesaria para dar con los culpables, sino que demuestra a su paso la soledad y decadencia de un pueblo que se autodestruye sin darse cuenta, producto de una realidad que se ve forzado a vivir por circunstancias incluso ajenas, la falta de apoyo del gobierno federal principalmente. “Estamos demasiado lejos [de la capital] como para que les importe”, dice el jefe de la policía a Trujillo a su llegada, cuando él pregunta por apoyo externo (capitalino) para la resolución del caso.
Aunado a ello está también el espacio-tiempo circunstancial de una ciudad salera en donde todo, metafórica y literalmente hablando, es árido y desértico. La ciudad funciona así, en un ambiente frío y distante, porque la gente se acostumbró a vivir empíricamente así, porque su contexto y situación les hace ser indiferentes, apáticos, aislados, contribuyendo a reproducir el ciclo interminable de aridez y soledad; el caso y las muertes son sólo es un episodio en la línea cronológica de la ciudad, eco del tipo de desolación que se vive en la zona y que sus habitantes por extensión experimentan, sufren y viven cotidianamente.
Un conjunto de personajes que huyen de algo, una culpa pronunciada para la mayoría de ellos: Trujillo, del caso anterior que no pudo salvar y resolver; Isabel, del incendio y la muerte de sus amigas; Víctor, del resentimiento por abandono; su padre, por sentirse responsable de la muerte de su esposa. Todos tienen culpas que los abruman, los atormentan, problemas no resueltos que inciden en el desarrollo de su propia existencia y la manera que reaccionan ante los síntomas de descomposición social.
Un relato interesante, aunque conveniente en algunos de sus elementos (para tener correspondencia con su lógica interna) y estereotipado en su género; eso sí, una historia que avanza por el misterio y la deducción, no por el dramatismo sobreexagerado y la omnipresente corrupción.
Dirigida por Mario Muñoz, el guión corre a cargo de éste junto con Ángel Pulido (basado en la historia de Pulido titulada “La venganza del valle de las muñecas”) y protagonizada por Humberto Zurita, Plutarco Haza, Irene Azuela, Emilio Guerrero, Ricardo Polanco y Julio Bracho.
Ficha técnica: Bajo la sal