Existen diferentes formas de enseñanza, todas estudiadas, respaldadas y trazadas bajo estándares que cumplan un propósito: conocimiento, aprendizaje y desarrollo de habilidades motrices y emocionales e intelectuales. Pero la educación básica siempre ha encontrado debate entre dos métodos básicos, la mano dura y estricta o la libertad, tranquilidad y paciencia. Como todo, el punto de equilibrio es la clave de todo, pero a pesar de ello, en cualquier rincón se podrán encontrar casos en que se practiquen y/o defiendan una u otra postura sin un mínimo de flexibilidad.
Los coristas (Francia-Suiza-Alemania, 2004) es ejemplo de la importancia de disciplina a la par de la responsabilidad en la educación durante la etapa formativa de las personas, además de cómo ésta impacta en el desarrollo de cada niño. La historia trata de un vigilante/supervisor de educación en un colegio para niños socialmente definidos como “problemáticos”, que se opone a la rígida y cruel forma de trato del director del instituto hacia los alumnos. El hombre encuentra en la música un medio para dar ánimo a los estudiantes, al tiempo que le permite desarrollar sus capacidades y darles una motivación a pesar del entorno decadente en que muchos se encuentran; algunos son huérfanos, por ejemplo.
Más importante, la relación profesor-alumnos comienza a despertar y hacer notar la importancia de los valores, el respeto y la solidaridad como normas de conducta, aceptables y dignas de encomio. El maestro hace notar que los alumnos no necesitan reglas estrictas (como las marca el director), porque ello sólo creará una respuesta de rebelión en negatividad, algo alimentado por la situación de vida que pasan los niños. Lo que ellos en realidad necesitan es apoyo y comprensión; la música se vuelve una forma de escape y relajación, el positivo entre los muchos negativos que los niños ven a su alrededor, como lo es el abandono de sus familias e incluso la estricta política de enseñanza que el director de la escuela profesa, quien vigila al estudiantado bajo el método al que llama “acción-reacción”, o sea, niños traviesos que encuentran su castigo en duras reprimendas, como sería pasar días enteros encerrados en celdas o ser enviados a realizar trabajos forzosos y de limpieza por semanas.
Estas reglas se contraponen por completo con la forma de ver las cosas del supervisor, quien, por ejemplo, al dar con el culpable de una travesura que hirió al cuidador de la escuela, decide enviarlo a apoyar en la enfermería y auxiliar al herido. ¿Cómo aprende más el niño, encerrado en una celda o cuidando, en convivencia, a aquel quien sufrió las consecuencias de sus peligrosas bromas?
El supervisor, quien además nunca antes había sido profesor, es un amante de la música y se da cuenta que ésta es el punto en comunión que puede unir a los estudiantes motivando sus acciones y vida en común. La música puede traer un cambio positivo. Sin embargo la melodía y el canto no son todo lo positivo que hay; es el estudio, el esfuerzo por mejorar, el deseo de reconocimiento, incluso, el perdón que los niños, y hasta el mismo vigilante, encuentran en sus sesiones de ensayos, desplegadas en el gran final cuando interpretan frente a la benefactora del colegio en una ceremonia organizada en la escuela.
Ambientada en la Francia de 1949, la historia comienza cuando uno de los niños, ahora director de una orquesta, regresa a su país y se reencuentra con uno de sus compañeros del colegio, quien le pide guardar el diario de aquel supervisor que les enseñó de música. “Es sobre su historia, y la nuestra también”, le dice su compañero de escuela al músico cuando le da el diario. Al leerlo ellos recuerdan su pasado y sus raíces; el diario es un viaje en busca de la memoria que desentierra una serie de experiencias vividas y compartidas. En efecto, el escrito representa la historia de aquel que escribe a través de su punto de vista y su propia voz, pero la época, el momento, es una experiencia colectiva, un pasado vivido al lado de ellos, una historia compartida en la que todos fueron importantes a su propia forma de ver las cosas.
Esta convivencia y entendimiento mutuo tal vez sólo duró meses y para algunos fue más pasajero o significativo que para otros, pero para todos encuentra su importancia en algún momento: para el talentoso niño del coro que ahora es director de orquesta, para el vigilante que llegó en busca de un empleo y se reencontró en el camino con su pasión por la música, y también para el propio director de la escuela, los demás maestros y los compañeros de clase.
Una historia sobre valores y la importancia de la aceptación. Los castigos severos sólo propician el rechazo; el supervisor, dándose cuenta de esto, decide ir en dirección contraria y ofrecer ayuda a los estudiantes, alentándolos a ser mejores, diferentes, todo gracias y a través de la música y el coro que conforman.
Dirigida por Christophe Barratier, escrita por éste y Philippe Lopes-Curval, basándose en la historia de la película de 1945, “La jaula de los ruiseñores”, Los Coristas estuvo nominada a dos premios Oscar en 2005: mejor película extranjera y mejor canción original (“Mira tu camino”). La historia está protagonizada por Gérard Jugnot, el maestro de música, François Berléand, el director de la escuela, Jean-Paul Bonnaire, Marie Bunel, Jean-Baptiste Maunier y Maxence Perrin, entre otros.
Ficha técnica: Los Coristas