Cuando personalidades chocan y secretos se revelan, inevitablemente, la combinación es como una bomba que está a punto de explotar. Es lo que sucede en Ocho mujeres (Francia-Italia, 2002), un proyecto que sabe sacar provecho del escenario caótico que toma lugar tras un asesinato, combinándolo, en su desarrollo, con un género detectivesco musical que se llena de intriga y misterio, además de mucho dinamismo.
Ocho mujeres demasiado ensimismadas, que se juntan en espacio y tiempo, sin poder salir del escenario en que se encuentran (una nevada las dejar prácticamente encerradas en la casa), descubren que el único hombre de la casa ha sido asesinado. Los cuestionamientos comienzan, no sólo sobre el cómo, sino también el por qué; así cada una comienza a sospechar de la otra cuando van dándose cuenta que todas tienen un motivo y una oportunidad para cometer el asesinato, dejando salir durante los conflictos y enfrentamientos sus propias crisis personales, demostrando así la disfuncionalidad de esta familia a raíz de una carencia de valores y la decadencia de su propia vida.
Gaby (Catherine Deneuve) es la esposa de Marcel, el hombre asesinado, una mujer que muestra recato, indiferencia y frialdad, quien estaba a punto de dejar a su marido; Suzon (Virginie Ledoyen) y Catherine (Ludivine Sagnier) son las hijas de la pareja, la primera llega de visita con un embarazo secreto bajo el brazo, mientras la menor está cansada de que no se le tome en serio, en especial cuando, como una experta observadora, sabe más secretos de los que deja saber; Mamy (Danielle Darrieux) y Augustine (Isabelle Huppert) son la madre y hermana, respectivamente, de Gaby,(suegra y cuñada del difunto) que han llegado a vivir por necesidad a la casa, pero Mamy ha escondido su dinero a sabiendas de que el esposo de su hija está en bancarrota, mientras Augustine se ha pasado la vida llena de resentimiento y atada a una familia, más por decisión propia que por otra cosa, por miedo extremo a arriesgarse en la vida. Chanel (Firmine Richard) es la sirvienta de la casa y Louise (Emmanuelle Béart) el ama de llaves, aunque más que haber sido contratada para el manejo de la casa, lo fue por ser la amante secreta de Marcel. Finalmente aparece Pierrette (Fanny Ardant), hermana del hombre de la casa y quien supuestamente no había tenido contacto con él ni con la familia en varios años.
Cada mujer tiene su propia historia, su propio conflicto emocional y personal, sufren su aislamiento en ese mundo marcado por la envidia, la desconfianza y el deseo de vivir a costa de los demás, por muy familiares que sean. Todas buscan, antes que nada, su bienestar personal, y no es que eso sea absolutamente malo, pero es la forma de hacerlo el principal problema; Egoísmo y cinismo son los “valores” que norman su conducta: un grupo de mujeres que no se preocupa por nada ni por nadie, que no entienden razones ni buscan explicaciones, que no se interesan por la empatía o la comprensión, producto, claro está, de verse ahogadas en su propia existencia, angustiadas por no encontrar en su vida factores que las hagan sentirse felices, abrumadas por todo lo malo que les aflige, por los factores que consideran hacen miserable su existencia, orientada al consumo, a lo trivial y al placer; piensan en sí mismas y en cómo sacar provecho de sus relaciones emocionales. Ajenas por tanto, e insensibles, a las dificultades financieras o a los trastornos emocionales, que Marcel pudiera estar sufriendo.
La película se desarrolla durante la década de 1950 y la situación social de la época influye en la forma de actuar y de pensar de estos personajes, que viven en un mundo aún tradicionalista y conservador, en cuya consecuencia resulta en un grupo de mujeres que se sienten atadas por la presión de tener que seguir las reglas sociales, la madre modelo, la hija perfecta, la esposa fiel, por mencionar algunos, una dinámica social, familiar y relacional que las ha llevado a un punto de presión que está a punto de sobrepasar sus límites; las mujeres buscan libertad, pero no saben cómo alcanzarla y lo único que encuentran a la mano, como solucionador (y gracias a una sociedad capitalista), es el dinero.
¿Quién puede protegerlas, proveerlas de capital y/o ayudarlas en sus dilemas? El hombre que acaba de aparecer muerto en la casa (y tal vez Marcel asesinado sea, no tan sorpresivamente, más benéfico para todas).
Un misterio de asesinato sirve como motor para dar paso a una serie de revelaciones que develan la naturaleza e intereses de cada mujer y cómo, con sus demandas, fueron empujando al hombre (padre, esposo, hermano, patrón, amante, etcétera) hacia su propia desesperación. Ante la avaricia y la codicia que le rodea, ante el desamor que trasmite la superficialidad de las relaciones familiares, frente al abandono y nula solidaridad por las dificultades financieras, Marcel, tal vez sea cierto, está más tranquilo y en paz muerto.
Cada número musical, de la mano de cada una de las partícipes de esta historia, refleja su pesar y su estado anímico, dejando ver con cada canción la mentalidad de cada mujer y aquello que prioriza, lo que quiere cambiar y lo que percibe de su entorno; es su punto de vista puesto en melodía, algo que complementa, da ritmo y alegría a esta historia llena de secretos, engaños, traición, muerte, rivalidad y narcisismo. Una historia para disfrutar pero igualmente valiosa para reflexionar sobre los males colectivos que la sociedad contemporánea está generando en grandes grupos de población.
Dirigida por François Ozon y escrita por éste junto con Marina de Van, el guión está basado en la obra de teatro homónima de 1958 a cargo de Robert Thomas.
Ficha técnica: Ocho mujeres - 8 femmes