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Ran

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

El poder es control, autoridad, facilidad, potencia, supremacía, facultad, dominio, posesión, poderío. El poder es más que organización y mando porque la forma en que se ejerce lo ha llevado a entenderse como control absoluto, algo que ha llevado a personas, reinos, gobiernos y dinastías, por ejemplo, a luchar por él, destruyendo de paso todo lo demás. ¿De qué sirve ser el rey de un reino si para llegar ahí se ha destruido al propio reino y no hay nada más que quede para reinar? Al parecer es suficiente con saber que se ha conseguido el poder.

Una tragedia inspirada en la obra de Shakespeare “El rey Lear”, Ran (Japón, 1985) trata la historia de un rey, Hidetora, que al verse débil de salud decide abdicar y dejar su reino a sus tres hijos, Taro, Jiro y Saburo. El tercero, el menor, le advierte que no lo haga pues sólo despertará un conflicto entre hermanos y otros rivales que desembocará en una guerra por el trono. El rey no le hace caso y lo destierra, pero cuando la codicia llena la mente de su hijo mayor, Taro, a manos de la manipulación de la esposa de éste, él decide quitar todo poder a su padre, enviándolo lejos y, eventualmente, desconociéndolo en el reino. Jiro, el hermano de en medio, también busca quedarse con el control y con el Reino, para lo cual manda asesinar a su hermano, Taro, valiéndose de un General a su servicio. Mientras tanto, antiguos aliados se organizan para tomar posesión del Reino entero, viendo la oportunidad una vez que el pedestal tripartito se va desmoronando.

Una historia llena de traiciones y búsqueda por la venganza que deja ver estrategias de engaño, falsedad, simulación y deslealtad entre reyes y generales, expresando la falta de honor y de principios en estas cuestiones. Cuando Saburo expresa su preocupación a su padre, él no lo hace porque quiera denigrarlo, lo hace porque busca hablar con la verdad, ser realista y sincero sobre lo que se aproxima. Los otros confunden sus palabras con arrogancia, pero Saburo expresa, una vez que ha huido del castillo del rey, que era su deber hacerlo, era esa su forma de proteger a su padre de la avaricia por el poder de otros.

Las alianzas son sólo caretas, máscaras para ocultar objetivos inconfesados, porque todos tienen una agenda propia que los motiva. La esposa de Taro, por ejemplo, que busca venganza de Hidetora, un rey que se hizo de sus tierras conquistando y matando a los gobernantes de cada castillo, en este caso el padre de ella; un rey que después la forzó a casarse con Taro. Ella manipula a su esposo haciéndolo creer que si no es verdadero soberano supremo del Reino en realidad no es nadie, sólo la sombra de su padre, pero sus palabras, que son por cierto las que Taro quiere oír, son la forma de empujar hacia la destrucción a la familia, familia con la que no se identifica sino más bien odia; y este es en realidad su plan de venganza. Otro ejemplo se hace presente en aquel hombre que recibe a Saburo cuando éste es sacado del Reino; él le pide al joven que se case con su hija, pero en realidad ésta es una estrategia, una amabilidad disfrazada, ya que lo que en realidad quiere es hacerse del ejército del hijo menor del rey para así hacer crecer su propio batallón y entonces tener mayor oportunidad de ganar en el ataque hacia el primer castillo, donde vive el rey; Hidetora en un principio, Taro después y finalmente Jiro.

Se ofrece en el desarrollo de la historia el retrato de una serie de personajes preocupados por su éxito, por su título como reyes, no por el reino y las personas que están bajo su mandato; lealtades casi nulas o enmascaradas y la dificultad de hablar con la verdad, pues el más mínimo comportamiento en contra de los deseos de aquellos que se hacen con el poder, que cuentan con la mayor capacidad de dominio, provoca la respuesta violenta del poderoso, el precio es la muerte, o el camino hacia ella.

Destrucción total producto de la guerra y la envidia, de la competencia sangrienta, la traición, la deslealtad y el caos (la palabra japonesa “ran” de hecho de traduce como caos o rebelión). Un caos en todo sentido; los diferentes bandos que por separado luchan desde diferentes flancos en su pelea por un mismo trono y su reino, la pelea entre aliados y entre familias, producto del deseo de autocomplacencia y superioridad, y un reino sometido a la lucha por disputas basadas en actitudes de comportamiento narcisista, en ocasiones nihilista.

La rivalidad lleva a la masacre y la masacre lleva a la desintegración del reino. Una lucha de todos contra todos que termina en la destrucción total, la de sus personajes principales, la del Reino que ansían poseer y la de las tierras que conforman tal reinado. ¿Y todo por qué, para qué? ¿Quién gana y qué se gana, o qué gana aquel que gana? En este caso la respuesta es nada ni nadie, el resultado por la disputa es, en efecto, como lo previó Saburo, la lucha desmedida, la ambición y la muerte, que además cada bando vislumbra una vez que se abre una puerta ante la debilidad del gobernante en turno; una ventana hacia la fragilidad y la blandura en el gobierno y sus gobernantes, en su falta de carácter y su falta de estrategia. El hombre destruye al hombre.

La película, dirigida por Akira Kurosawa y coescrita por él junto con Hideo Oguni y Masato Ide, estuvo nominada al premio Oscar en 1986, en las categorías de mejor director, mejor cinematografía y mejor diseño de producción (entonces llamada mejor dirección artística y decoración de set), además de ganar el premio a mejor diseño de vestuario para la japonesa Emi Wada, encarga de este departamento.

Ficha técnica: Ran

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