Todos los días Lupita tiene el mismo sueño: las velas custodian una caja, los lamentos se vuelven alaridos, la niña en medio de la habitación se convierte en piedra, las figuras oscuras se acercan, un grito enmudece en su garganta. Los brazos maternos se abren la acunan, es la virgen, es la madre, es la madre virgen. Escucha la voz, siente la tibia exhalación que empieza a cantar un arrullo.
Mi chiquita linda
ya se va a dormir
pónganle la cama en el toronjil
Lupita no quiere abrir los ojos, desea seguir nadando en el lago onírico. Los sonidos cotidianos la atraen al mundo de cemento. Abre sus ojos color de agua. Despierta en un mundo donde su madre ya no existe, donde vende chicles en las esquinas para no recibir maltratos del padrastro. Para ella, todos los días era lo mismo; despertar bajo un techo de lámina y el estómago rezongando su vacío. Los gritos etílicos se derraman a unos metros, el padrastro se quita los elefantes rosas de encima.
La niña se frota los brazos al levantarse, hace frío. Imagina que un velo helado la cubre, el único lugar donde nunca lo siente es cuando visita la iglesia de la colonia. Diario no falta a la cita, termina la venta de chicles y dirige sus pasos a la iglesia barroca de mediados del siglo XVIII, pero la niña no lo sabe, y no le importa, lo único que quiere es ver la madona cobriza impresa hace 100 años junto con otras 50 iguales, y si, el marco era bañado en oro y había sido cambiado 15 años antes por la delincuencia clerical, eso tampoco le importa. Sólo quiere quedarse durante horas viendo ese rostro, dulce. No tenía fotos de su madre pero la imagen borrosa de un rostro moreno y grandes ojos color avellana, así como la del cuadro, era todo el recuerdo que conservaba de ella. Iba todos los días a ver su madre y cada día le pedía, le suplicaba y rogaba lo mismo, tenía mucha fe que un día se lo cumpliera.
Toronjil de oro
Toronjil de plata
A sus 9 años no tiene muchas ilusiones, el último día que creyó en los reyes magos acabó con un brazo partido y el padrastro aclarándole: Los pobres no tenemos derecho a creer en pendejadas, el jodido se debe conformar con mal tragar y es mejor que te des cuenta, estúpida.
La pequeña baja del catre. Su figura es el retrato de la pobreza, por su vestimenta; playera con el dibujo de una caricatura, fue comprada hace una década en Disneylandia y tirada a la basura por una mancha, un pantalón comprado en el tianguis y desechado por la mala calidad de la tela, unas botas que tuvieron un color rojo brillante pero ahora lucen un tono rosado, fueron compradas en una lujosa tienda departamental, son de cuarta mano, las encontró colgando de un contenedor de basura.
A pesar de su situación, ella no deseaba un vestido, ni unos zapatos a su medida. Su más grande sueño era levantarse y ver a esa figura amada en medio de la pieza, ofreciéndole un abrazo, apurándola a comer su desayuno. Espanta las telarañas de la modorra, vuelve a la realidad, apura sus movimientos por no encontrar la mirada torva de lo más cercano que tuvo a un padre. Aunque a veces, espera ansiosamente que su padrastro este sobrio para que le cuente sobre su madre, se llamaba Guadalupe como ella.
Se dirige al destartalado buro del alcoholizado cuerpo, que en ese momento despide eructos, y le dan un buen susto. Recoge la caja de chicles que el bulto humano no olvida traerse de sus borracheras, ya que esa caja y la niña son los patrocinadores de su carrera alcohólica.
duérmase chiquilla
no me de más lata
Lupita empieza su día de venta a los ocho latidos de la campana de la iglesia. La escuela primaria de la colonia es el primer lugar a donde se dirige. La pequeña no vende mucho, pero se deleita imaginando que llega con su blusa blanca y su falda de cuadros de la mano de su madre quién la ve con adoración, acaricia su rostro infantil con ternura, le da su bendición y un beso en la frente. Esa imagen la hacía llorar, fue cuando empezó a ir con la virgen a suplicarle que le cumpliera su petición.
duérmete mi niña
duérmeteme ya
La hora de la comida llegaba con su estómago solitario, se conformaba con los taquitos que los compasivos marchantes del mercado le daban. Eran testigos de la triste historia que vivía la huerfanita. Una joven campesina envuelta en la sagaz lengua de un riquillo nacido en un pedestal, educado en la inconciencia de sus acciones y enviado a Suiza sin retorno. La muchacha queda sola y embarazada tirada en la calle, se abre paso con la criatura, pero acaba en las garras de un vividor, acaba colapsada como muchas en el lodazal de la prostitución, así acabo su vida. Y ahí está, la pequeña sola, empezando la vida que siempre acaba en el camino de dos vías; la miseria o la muerte. Porque como su madre había heredado la belleza, que en la pobreza es maldición. No faltaba mucho para que el padrastro la ofreciera al mejor postor, como a la madre.
porque viene el coco
y te comerá
El parque como siempre es el último lugar de su recorrido, su favorito. Ve llegar a las familias con hijos felices y protegidos. La niña sabe que la envidia no es buena pero no puede evitarlo. Da rienda suelta su imaginación, se ve en otros niños en los columpios, en bicicletas, volando papalotes, jugando a la pelota especialmente con una muñeca, y por un instante solo un instante, es tan feliz.
Todo se acaba cuando atardece, los infantes son llamados por sus padres. Nadie llama a la niña, es el irremediable resultado de la orfandad, nadie la acaricia con miradas de amor, desaparece ante la sociedad, pasan a su lado y no la ven, no la quieren ver, su inocencia, su hambre de cariño, su sed de amor, no quieren sentir la culpa por no pensar en esa diminuta esfinge humana invisible, trasparente. Se queda en medio de los juegos muertos, viendo a todos alejarse a una cena caliente y una cama tibia, suspira y retiene una gota de nostalgia de lo que pudo ser.
Señora Santa Ana
por qué llora el niño,
por una manzana que se le ha perdido
Guía sus pasos a la iglesia, a la imagen de la su madre, arranca la acostumbrada florecita blanca, entra en el silencio al recinto olor a cera perene. La virgen parece esperarla. La niña se acerca todo lo que puede al altar, lo suficiente para que no la regañen y la saquen. Ahí se queda apagadita platicando todo lo que vio durante el día, a veces exagerando los acontecimientos para que su madrecita no se preocupe por ella. Siempre acaba su alegato infantil con la misma petición.
Por favor virgencita, te lo pido, soy una cosa chiquita no importará mucho, bueno, me voy porque si no mi papacito se preocupará por mí, adiós.
vamos a la huerta
cortaremos dos
Se supo en todo el barrio no se hablaba de otra cosa, los marchantes lo platicaban acongojados, en la escuela se comentaba con pesadumbre, en el parque lo trasmitían de boca en boca, el sacristán de la iglesia le relato al párroco la noticia.
Todo pasó tan rápido, nadie pudo hacer nada, salió de repente, dice que se le metió una moto, el carro rojo de lujo se subió a la banqueta, la vieron volar, a esa huerfanita de ropa deslavada y grandes botas viejas, la que venía todos los días y se sentaba frente a la virgen, esa que me dijo que había que ayudar. Lo extraño es que cuando se le vino el automóvil encima, no se movió, cerró los ojos. Cuando fueron auxiliarla, sonrió, miró al cielo y dijo con su último suspiro, gracias.
una para el niño…y otra para, Dios.
FIN.
Este cuento forma parte del libro Brotes de tinta, de Nuevos Autores Laguneros. De los cuáles formo parte. La presentación del libro será este viernes a las 7pm, si no hay cambios :D
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