Una noche, mientras dormías y yo charlaba con mi insomnio, retiré la sábana que te cubría, observé tu espalda y por alguna razón decidí escribir sobre ella, para mi fortuna, la profundidad de tu sueño me permitió dejar algo así como 100 palabras sin interrupciones, en esa reflexión nocturna plasmé un deseo, después de eso, me dormí.
La rutina me acompañó al día siguiente, durante el almuerzo, me llegó el mensaje de twitter que habría de cambiar mi vida; mi deseo, el mismo que había escrito sobre tu espalda se había cumplido, con el corazón latiendo fuerte y rápido hice una llamada para cerciorarme de la noticia y si, era cierto, era real.
La noche siguiente repetí el experimento, sucedió lo mismo, el deseo expuesto en tu cuerpo nuevamente se cristalizó. Entré en un estado de euforia al haber encontrado en tu cuerpo mi propia versión de la lámpara de Aladino, con la ventaja que el acariciar tu espalda con algún instrumento que transmitiera tinta era seguramente más agradable que frotar un frío y aburrido pedazo de metal.
La corroboración de este segundo hecho me llenó de una embriaguez avasallante, todo ese día estuve pensando en ti, y no pude dejar de asociar como fuiste a través del texto, el vehículo del deseo concedido, comencé a imaginarte como un objeto-sujeto que me permitiría escribir el futuro, mi futuro, nuestro futuro.
La escritura sobre tu cuerpo se volvió parte del ritual nocturno, por supuesto que las escenas de The Pilow Book venían a mi memoria cuando la punta de una estilográfica se paseaba por tu piel; escribía con y sin tu consentimiento, consignas, frases y deseos en brazos, muslos, piernas, sobre las curvas de tu pecho y en el blanco espacio de tu espalda. La obsesión de escribirte no solo a ti, sino sobre ti se volvió digamos que, enfermiza. En ocasiones, cuando el sueño estaba por vencerme, con mis últimas fuerzas te buscaba para enfrascarnos en los ritos del amor, en el intercambio de besos y caricias la escritura terminaba desvaneciéndose dejando solo esbozos de los deseos planteados, las sábanas sucias de tinta y por supuesto, a la mucama confundida.
Como si se tratara del control de un proceso industrial, comencé a llevar registros precisos de los textos plasmados, la hora, la fecha, la parte del cuerpo que cubrían, así como aquellos deseos que eventualmente se volvían realidad.
En el análisis de datos, encontré un patrón insumos-resultados; me di cuenta que para que un deseo se cumpliera, debía ser plasmado sobre tu espalda, mientras dormías, entre las 2:00 y 2:30 de la mañana de los días jueves.
Comencé entonces a proyectar de madrugada nuestras vidas, nuestros negocios, nuestros logros, renuncié a mi trabajo de 15 años mientras me regodeaba planeando inversiones, comprando acciones y otras monedas. Los negocios florecieron, los viajes a los más extraños rincones del mundo fueron posibles, era yo dueño de la versión extrema de la ley de la atracción, podía literalmente fabricar el futuro, solo tenía que escribir, en el lugar y momento precisos y si, para ello dependía totalmente de ti.
Hoy, mientras escucho El boulevard de los sueños rotos, entre el humo y las copas, lamento no haber escrito la consigna más importante de todas: “quédate conmigo”.