La soledad no es sólo falta de compañía, es también un concepto, entendido como una melancolía por la ausencia de algo o de alguien. Estar solo es sentir que las relaciones con nuestros semejantes no son como quisiéramos, en trato, distancia, intensidad o contenido. Una persona puede manifestar este sentimiento de tristeza de muchas formas, e inclusive en su actuar puede parecer, o da a entender, todo lo contrario. La misantropía y la indiferencia son otras formas que puede adoptar la soledad.
Esto es lo que le sucede a Mary Lennox, la protagonista de El jardín secreto (Reino Unido, 1993), película dirigida por Agnieszka Holland y escrita por Caroline Thompson, basándose en la novela homónima de Frances Hodgson Burnett. La película está protagonizada por Kate Maberly, Andrew Knott, Heydon Prowse, John Lynch, Maggie Smith, Irène Jacob, Laura Crossley y Walter Sparrow.
La historia trata de una niña británica nacida en India, que está acostumbrada a los lujos y las atenciones de su personal de servicio, pero que en el fondo se siente abandonada en el plano emocional por sus padres. Cuando éstos mueren, Mary es enviada a Inglaterra a vivir con su tío, cuya esposa, hermana gemela de la madre de Mary, murió diez años atrás al dar a luz.
La mansión a la que ella llega es fría y sombría, porque casi nadie vive ahí, lo que vuelve el ambiente vacío y callado. Su tío se la pasa alejado de la casa, dolido aún por la muerte de su esposa, por lo que el inmueble está bajo el cuidado de la señora Medlock, una mujer con reglas muy estrictas, preocupada sólo por una cosa, el bienestar del hijo del señor Craven, el tío de Mary, y motivo por el que sus métodos se vuelven automáticos, sistemáticos, rígidos e inflexibles.
El hijo del señor Craven, Colin, ha vivido postrado en una cama desde que era pequeño, con cuidados al extremo que más bien caen en la sobreprotección, lo que le impide un crecimiento y desarrollo natural, atrofiando sus capacidades físicas y mentales. Él nació de manera prematura, por lo que todos consideran que hay que prestarle más atención de lo normal con tal de prevenir enfermedades y accidentes, pero en consecuencia no sólo su cuerpo no ha desarrollado las suficientes autodefensas, necesarias para que su cuerpo se adapte al mundo exterior, sino que su mente se ha estancado en el aislamiento y el temor, el berrinche y el egoísmo, precisamente por la falta de comunicación, tanto en el ámbito físico como en el emocional.
Tanto Mary como Colin se sienten solos y abandonados, pero lo demuestran de manera diferente. Son dos jóvenes personas en proceso de crecimiento que no encuentran la forma de sentirse bien consigo mismos y con los demás, en función de la forma en que son tratados por los mayores.
Para la niña se trata de aparentar una indiferencia hacia las personas, que logra gracias a una fortaleza de carácter que se ha ido solidificando sola debido a la experiencia de tener que encontrar la forma de madurar a la fuerza, todo con tal de ocultar el dolor que siente dentro, provocado por una falta de cariño y afecto en su vida. “Mis padres sólo pensaba en ellos mismos. Nunca pensaban en mí”, relata ella en un punto de la historia. A lo que añade: “Me sentía sola. No me gustaba. Estaba enojada, pero nunca lloraba. No sabía llorar”.
Para Colin, la actitud es la de llamar la atención, evidenciando así su temor hacia todo lo que está a su alrededor, propiciado por los mismos cuidados exagerados de parte de la señora Medlock. Las responsabilidades que ésta exige en casa, para ambos niños, se vuelven más bien limitantes. El niño nunca sale de su casa y por tanto no conoce el mundo, ni la amistad, ni la aventura, ni las travesuras ni los juegos en compañía de otros, en suma, es un ser aislado, carente de experiencias de vida.
Ambos necesitan cariño, empatía, afecto y atenciones, no serviciales como a las que están acostumbrados debido a su escala social, sino en el plano emocional y relacional. A Mary los otros niños con quienes se encuentra en su camino hacia Inglaterra la llamaban amargada, y Colin tiene una actitud que llega a ser arrogante, soberbia y egoísta hacia otros, según la misma Mary hace notar. En ambos casos, lo único que hacen los niños con esta actitud es tapar su dolor y sufrimiento, provocados por la falta de apego familiar que no tienen de sus padres, y en especial de la madre de cada uno.
Cuando Mary encuentra el jardín secreto, un lugar especial que cuidaba su tía cuando vivía ahí, la chica ve en él una posibilidad, un lugar donde estar y sentirse a gusto, una segunda oportunidad de vida, de aprendizaje. Ella habla de la posibilidad de que, en el fondo, tras la careta marchita de las plantas y las flores, éstas aún tengan una oportunidad de crecer y florecer; pero, en cierto sentido, Mary se refiere con esto también a sí misma. Ella ha tenido que aprender muy pronto a ser independiente, pero como niña, necesita también el apoyo de alguien que le diga que la quiere y que la cuidará, necesita protección, seguridad y cariño. Las experiencias por las que ha pasado la han hecho sentirse como una flor marchita, una vida prematuramente apagada, por así describirlo. Revivir el jardín es revivir ella misma.
Y la analogía continúa durante todo el relato; el jardín comienza a florecer de nueva cuenta llegada la primavera, mismo momento en que Mary se permite abrirse hacia las demás personas, jugando, platicando y conviviendo. Gestos que parecen insignificantes, -como cuando Martha, una de las empleadas en la casa, le regala una cuerda para saltar- se convierten en significativas muestras de apoyo, amistad, afecto y hasta solidaridad. Esto le permite a la niña crecer y ser diferente, así como encontrar, o permitirse aceptar, que aquello que le faltaba en la vida puede encontrarlo en ese sitio que alguna vez catalogó como muerto.
Metafóricamente hablando, la casa estaba en efecto muerta, porque la faltaba una chispa de vivacidad, de alegría, de fraternidad, que Mary y Colin logran encontrar en la convivencia con el otro, descubriendo que ese trato con los demás es lo que les permite encontrar aspectos agradables de la vida. Pero esta energía no existe sólo porque ellos sean niños, sino porque con sus acciones, determinación, tenacidad e interés apuestan por las segundas oportunidades, por reconocer la belleza de la vida, simbólicamente representada en el jardín, a pesar de que el resto de los habitantes de la casa, específicamente el padre de Colin, se hayan dado por vencidos con él (y con ellos).
El cambio lo viven todos, pero en especial los tres principales de la historia, Mary, Colin y el señor Craven. El niño por fin sale de la cama animado por su prima, recobrando así su salud y vitalidad, descubriendo que el aire, el sol, el viento, la naturaleza toda y la compañía de otros le dan fortaleza y alegría para tener motivos de vida, lo que por efecto dominó revive la esperanza de su padre, ilusionado de nuevo con una razón de vida, una que había olvidado por el dolor, su hijo.
La misma cadena de acción y reacción llega hasta Mary, pues la unión de padre-hijo le provee a ella una propia motivación, al encontrar en ellos la familia que siempre necesitó, el cariño y afecto que le permitieran no sentirse sola y abandonada. Mary florece igual que las plantas del jardín. Ella aprende a llorar mientras su tío aprende de nuevo a reír; cuenta ella al final de la historia, pero más importante, todos aprenden a valorar lo que tienen, lo que no tienen y lo que les hace falta para ser realmente felices: el permitirse vivir sin miedos, miedos que, ellos mismos, habían convertido en ataduras.
Ficha técnica: The secret garden - El jardín secreto