¿Por qué o para qué explora y hasta dónde llega el deseo de conocimiento del hombre? Esta característica del ser, guiada por su curiosidad, su imaginación y su espíritu de aventura para reconocer, tanto su entorno como a su propia naturaleza interna, es parte de la esencia del individuo, es lo que le impulsa a evolucionar y a crecer, a descubrir, a arriesgar y a presionar los límites y las barreras que tiene enfrente.
Cuestionando sobre su existencia y el mundo en el que habita, las sociedades nunca han cesado de intentar encontrar una explicación comprobable, palpable, plausible y hasta convincente de su presencia, pasado, presente y futuro. ¿De dónde venimos y hacia dónde vamos?, por ejemplo, pero principalmente, ¿qué hay más allá, en el universo, en el espacio inexplorado por el ser?
Se buscan las respuestas porque no se conocen, porque las dudas surgen y se acumulan, pero al mismo tiempo, se buscan para darle un sentido a la misma existencia del ser humano, para intentar explicar aquello que lo hace diferente, para saber nuestro origen como especie, tal vez por la ansiedad que supone saber si estamos solos o no en el infinito universo.
Los avances tecnológicos junto con el razonamiento científico han permitido explorar e indagar, pero hasta cierto nivel y con sus respectivas limitaciones. La imaginación, sin embargo, se permite ir más allá y desdibujar o reconstruir los escenarios posibles que se desprenden de estas posibilidades, otra habilidad de la mente humana.
Uno de estos escenarios de ficción, con relación a lo que a viajes espaciales respecta, es el que se presenta en la película Europa Report (EUA, 2013), dirigida por Sebastián Cordero, escrita por Philip Gelatt y protagonizada por Anamaria Marinca, Michael Nyqvist, Karolina Wydra, Christian Camargo, Sharlto Copley, Daniel Wu, Embeth Davidtz y Dan Fogler.
En esta historia, en un futuro distante se envía a una tripulación internacional en una nave hacia Europa, una de las lunas de Júpiter, con el fin de encontrar pruebas que revelen si es posible que debajo de la superficie congelada del planeta, donde se ha descubierto agua helada, según explica la narrativa de la película, pueda existir alguna forma de vida, hasta ahora desconocida por el hombre.
Lo que los motiva, al equipo en la Tierra y a los astronautas por igual, es el hambre de conocimiento, cimentado tanto en la intriga como en la curiosidad, en acrecentar la mente y mover la línea convertida en barrera límite de sus propias capacidades, para saciar también ese deseo de encontrar la respuesta última, esa que les revele algo desconocido, incluso sin saber qué es lo que se espera de ese algo.
Es buscar respuestas y es querer creer, es tener la esperanza de que hay más de lo que ya se conoce y que ese algo no sólo existe, sino que también está, potencialmente, a tu alcance. Es, en cierto sentido, demostrar, o demostrarse, que encontrar la respuesta nos vuelve seres superiores, precisamente por haber hallado esa pieza de información, hasta entonces oculta o inalcanzable.
“¿Quiénes somos?, ¿Por qué estamos aquí?, ¿Cuál es nuestro origen? y ¿Estamos solos?”, se pregunta uno de los personajes respecto a su perspectiva en relación a la misión. La deducción de que, si hay agua, hay vida, es la ventana a la posibilidad, es la chispa convertida en motor, en la justificación convertida en razón del por qué la misión existe, en primer lugar, y porque es importante forzar los límites hasta descubrir otras formas de vida en lugares lejanos al planeta Tierra.
Pero el espacio infinito sólo abre más preguntas, porque su tamaño es sinónimo de amplitud, poéticamente hablando, es extensión y apertura, en lugar de delimitación. Por muy excitante que esto pueda llegar a ser, esa misma gama infinita de probabilidades se convierte en temor, miedo de encontrar las respuestas y más miedo aún de no hacerlo. La posibilidad de vida, si existe, es sólo una en un millón. Ello puede crear un sentimiento de incertidumbre y ansiedad, que sólo puede cesar si se encuentra esa respuesta que, además, debe cubrir las expectativas autoimpuestas por el hombre, debe llegar a ser posible, viable y aceptable, según se le considere. Descubrir deja de ser un deseo y se convierte en una necesidad, pero no como motivación exclusivamente, sino como obligación, algo que sólo llevará a las personas a aferrarse aún más a sus convicciones, cualesquiera que estas sean.
Los astronautas no se detendrán sino hasta alcanzar su objetivo, porque desean trascender, en su existencia y en la historia de la humanidad, porque desean conocer y, ante todo, encontrar esa aguja en el pajar. Es entusiasmo combinado con miedo, esperanza con incertidumbre, es ganar a pesar de perder. Llegar hasta Europa y completar la misión, recolectar las muestras de la superficie que arrojen los datos que evidencien la posibilidad de la existencia de una nueva forma de vida, se vuelve la responsabilidad de estos 6 astronautas, un compromiso tomado con ellos mismos, con el mundo, con la historia, con la ciencia y hasta con la curiosidad y el deber.
¿Vale la pena el riesgo?, se preguntan algunos de ellos al ver que, completar su misión podría significar ayudar a la humanidad para alcanzar el entendimiento y comprensión del universo y de una nueva forma de vida (si esta existe), incluso a costa de su propio futuro. Los personajes deberán tomar decisiones y afrontar sacrificios, porque la respuesta o la posibilidad de una respuesta es más grande que ellos mismos.
En el espacio, durante el viaje, viendo cómo poco a poco la Tierra pasa a convertirse en un punto distante, otra estrella más en el firmamento, los personajes se percatan de lo insignificante que el mundo y el hombre son o pueden llegar a ser. El aislamiento y la soledad, la lejanía y la misión en sus mentes les hace ver una perspectiva diferente de su existencia, sólo posible cuando alcanzan esa experiencia fuera del mundo conocido y cotidiano en el que crecieron.
“¿Qué relevancia tiene tu vida?”, reflexiona la piloto de la misión, después de que se da cuenta que su descubrimiento probablemente les traerá a todos la muerte, entendiendo que en busca de una forma de vida diferente, han logrado acabar con la suya propia, pero que, el propósito de su viaje es sólo la punta del iceberg, una fracción de la verdad, de la realidad más allá de la que conocen en la Tierra y más allá de su capacidad de entendimiento.
Cuando se encuentran en un punto crítico del viaje, y más tarde tras su descubrimiento en Europa, los astronautas deben cuestionarse si lo correcto es seguir adelante, a pesar de las posibles (y fatídicas) consecuencias, o si es mejor procurar su bienestar y dar vuelta, aunque esto signifique el fin del propósito de su misión y, por relación, la sensación del fracaso de la misma. Seguir adelante es correcto, pero no hacerlo, también lo es. Lo que cambia es el punto de vista con que se afronta la situación. Una opción es claudicar, la otra es sacrificar, y sacrificarse, en nombre del conocimiento. Ellos eligen ir hacia adelante, a pesar de que se toparán con la muerte, pero concuerdan en que tomaron la dirección correcta de acuerdo con el momento, el lugar y la situación en las que se encontraban. Ganar es conocer, para que, con ello, el resto del mundo también tenga esa posibilidad.
Si fuera un error, dicen ellos, lo volverían a cometer en caso de que se les diera la posibilidad de volver a elegir. Para los astronautas el viaje, la vida, la muerte, el descubrimiento y la exploración son más importantes. A veces la decisión que parece incorrecta, es correcta, porque lo que trae consigo es más trascendente y relevante, vista desde diferentes perspectivas y escenarios y no simplemente desde uno solo.
“Si tienes la sensación de un descubrimiento de esta magnitud, no te sientas a esperar a ver qué va a suceder, sino que sales en busca de él”, dice la encargada del proyecto. ¿Vale la pena el sacrificio? Tal vez sin él, el hombre no avanzaría.
Ficha técnica: Europa Report