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Letras vagabundas: Musas rojas

Paola Astorga
Paola Astorga

 El recinto se encuentra en penumbras, un hálito mágico perdura en esas cuatro paredes. Se escuchan murmullos que hablan de grandes obras que se pierden en el polvo del tiempo. Se encienden las luces, que  rebotan en un conjunto de figuras que son protagonistas del auditorio, unas butacas rojas. Alineadas como soldados comunistas prestos para la guerra, impregnadas de la savia onírica que les da el ser  orgullosas cómplices de la letra y testigos  del nacimiento de noveles escritores que ahí  se instalan cada semana. Un escenario remata el ambiente teatral de ese rincón de la cultura.

     Las pláticas suenan como reunión de viejos sabios. Una butaca desgastada, de voz cavernosa de eco largo y triste, instalada en la primera fila, opina de los mejores escritores del mundo.

         ─Cervantes sin duda, descendiente de la lengua materna, creador de estructuras líricas insuperables. Su tos de polvo interrumpe la reflexión.  

         Una estridente voz de trueno proviene de una butaca delgada, se levanta dominante sobre las otras, se ubica privilegiada en medio de la sala.  

         ─Del habla gaélica, el que vivirá por siempre en el trono literario es sin duda, Shakespeare. Su producción es tan basta como arena en el mar.

         Murmullos meditan las relaciones pero no se llega a un acuerdo. El debate empieza con una pregunta ¿Quiénes son los mejores escritores? los ingleses, alemanes, latinoamericanos.

         ─ ¡Los ingleses!   ─una voz  silbante se escapa de una butaca de la orilla, rota de uno de sus lados exclama casi sin aliento─.  Su elegancia en la descripción, su encanto refinado, lúgubre y misterioso, dignos representantes Oscar Wilde, Allan Poe, Agatha Christie.

         ─ ¡Los alemanes! soberbios escritores de historias nutridas de encanto provinciano y lúgubres finales, representados por Goethe, Herman Hesse.

         ─¡Los latinoamericanos! descriptores magnánimos de lo ínfimo, plasman los personajes, el entorno, los sabores y los olores que saltan al lector. Una ovación aprobatoria hace eco en la sala.

         Las agujas del tiempo se acercan a su cita en el  taller literario. Unos pasos pausados pero firmen se acercan, el maestro Saúl Rosales se detiene  bajo el dintel de la puerta, ríe al escuchar la ovación que los asientos carmín dan a su paso. Ellas saben que ven a un escritor arropado por las musas y con el duende al hombro derramando letras en  historias plagadas de depresión, alegría, decepción, conciencia social reflexión y vida.  Dibuja con letra los sentimientos en una sutil poesía y traza la burda muerte. Tiene la humildad de sentirse parte de un todo más grande que uno mismo, la literatura. No hay palabra que las butacas rojas no hayan absorbido de su cátedra y comentado después del taller con la intención de no interrumpir la clase.

         Las enseñanzas del maestro hacen que los alumnos respiren sus ideas y las palabras viajen como volutas de polvo, se desplacen guiadas por el aliento desbordando sus sedientas mentes. Borges, Cortázar, García Márquez, Benedetti, Vargas Llosa, Yáñez, Joyce, Sor Juana Inés de la Cruz,  acompañan al literato en su retórica, logra treparlos por las paredes e introducirlos en cada uno de los latidos de sus discípulos.

          Se espabilan las butacas rojas cuando empiezan a llegar los aspirantes a escritores que entran en la sala haciendo un silencio solemne. Los asientos rojizos son testigos del talento de muchos  y la ignorancia de pocos. A veces sin darse cuenta los estudiantes se sienten alentados o inspirados a seguir escribiendo que los aplausos no te lleguen a la cabeza, y la crítica al corazón   les susurran las sabias butacas. Los seudoescritores más valientes se atreven a enfrenta temibles hojas en blanco, donde derraman la existencia de lo cotidiano, desnudan lo etéreo, provocan la carne, retratan la alegría, el duelo, la añoranza. Y si tienen suerte por un momento, logran plasmar lo eterno. Y es cuando pueden oír el canturreo alegre de esos soldados rojos testigos de su gloria.

        Las voces humanas se alejan, el recinto vuelve a estar en penumbras. De nuevo quedan solas entonando su infinito parloteo literario. Y esperando que los escritores regresen,  donde empieza la magia.

 

Mis letras vagabundas empezaron en un recinto de butacas rojas, en el teatro Isauro Martinez, en el taller de creación literaria del Mtro Saúl Rosales. Actualmente es los sábados de 11:30am a 1pm.

 

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