En el momento que escribo estas líneas, las cajas de mudanza ocupan el paisaje en mi nueva casa. Una mudanza más, ya deje de contarlas. Eso es lo bueno de vivir en casa de renta, supongo, te aburres del barrio, de los vecinos, te cambias y es cuando empiezas a encerrar tu vida entera en cajas de cartón y cinta canela. Vacío los closet, me reecuentro con lo olvidado, lo apilado, lo que un año antes era indispensable se vuelve obsoleto y es tirado o regalado; muebles, ropa, regalos, antigüedades, proyectos que fuiste coleccionando. Tiras cosas.
Acabo rotulando las cajas con grandes letras negras, las amontono por toda la casa, tropiezo con ellas por un par de días. Me fastidio, mentalizo todo el trabajo que me resta. Tiro cosas.
Llega la mudanza con unos agrestes cargadores que toman mis amadas cosas: la consola de los sesenta, la colección de caballitos que he coleccionado no por mis constantes viajes sino gracias a mis amigos que si lo hacen. Mis cuatro cajas con libros, que serían más pero me obligue a quedarme solo con las colecciones; mis 65 Agatha Christie, mis Gabo, Carlos Fuentes, Ibarguengoitia, Isabel Allende, Vargas Llosa, Yañez. Unos cuarenta libros pendiente de leer. La colección de libros regionales: Saúl Rosales, Jaime Muñoz, Gilberto Prado, Lacolz, Magdalena Madero etcétera. La colección de radios, planchas antiguas. Al ver empacado todo eso en ese contenedor con ruedas pienso: mi vida cabe en un pinche camión y tengo demasiadas pinches colecciones, ni mi abuelita.
Cuando llego a la nueva casa me doy cuenta que me cabe el 75% de mis cosas, tiro o regalo el 25% restante.
Ahora que escribo estas letras me alegra no haber perdido mi notebook. Recuento y creo que llego casi todo y sino… lo tiré en el proceso.
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