Un sistema de justicia existe para mantener un orden y hacer cumplir las leyes, castigando a quienes realizan infracciones y cometen faltas en contra de la convivencia social sana y el respeto mutuo, pero esto no siempre se logra, porque quienes lo rigen son las personas mismas, quienes a veces comenten errores, o velan más por su bienestar que por el de otros, o eligen hacer justicia de propia mano, creyendo que el mismo sistema en el que viven fallará en hacer lo correcto.
Tiempo para matar (EUA, 1996) es una película que trata sobre las injusticias dentro del propio sistema de justicia y las consecuencias que esto conlleva en una comunidad. La película fue dirigida por Joel Schumacher, con un guión de Akiva Goldsman, que se basa en la novela homónima de John Grisham, y protagonizada por Samuel L. Jackson, Matthew McConaughey, Sandra Bullock, Oliver Platt, Kevin Spacey, Donald Sutherland, Ashley Judd y Kiefer Sutherland, entre otros.
Carl Lee Hailey es un afroamericano (forma eufemística de llamar a quien comúnmente se califica como “negro”) que acaba de asesinar a los dos hombres blancos que violaron a su hija. Las diferencias de clase y raza crean una lucha de opiniones y perspectivas respecto al hecho, algo que sólo recalcará la falta de tolerancia, el racismo y la agresividad entre los grupos sociales del pequeño pueblo en donde se desarrolla la historia.
Su defensa queda en manos de Jake Brigance, un abogado que piensa que las leyes no deben distinguir entre el color de la piel: pero la discriminación y el racismo que impera a su alrededor son dos temas aún controversiales para la gente, que comienza a tomar bandos, más en el afán de solidarizarse con aquellos de su misma raza que en la idea de hacer lo correcto respecto a los delitos sucedidos.
La situación comienza a crecer por el impacto social y mediático y el caso toma fuerza como un estandarte, para algunos, en la búsqueda por la equidad y la defensa de los derechos humanos, para otros, como el pretexto para continuar con el racismo y hacer con ello que su causa vuelva a tomar fuerza. Al final, un conflicto entre grupos sociales que evidencia las profundas desigualdades que existían en la época en que si ubica la historia y que desafortunadamente persisten hasta la fecha.
El fiscal que toma el caso es un abogado que planea promoverse con el juicio para postularse como alcalde, así que para él, basando su argumento en el hecho visto desde un punto de vista literal: asesinato a mano armada, se trata de una estrategia publicitaria para ganar adeptos para su campaña. La justicia al servicio de los intereses políticos de quien debería ser imparcial, honesto.
Jake, en su defensa, opta por una perspectiva más humana de la situación, sabiendo que lo que necesita no es adentrarse en los problemas sociales de lucha en su comunidad, que de por sí ya tienen divididas las opiniones, sino convencer al jurado de que las acciones de Carl tienen una justificación humana. Brigance sostiene que el asesinato, como tal, tiene una historia de fondo entendible y utiliza esta historia como forma de empatía para ganarse al jurado. ‘¿Qué habrían hecho ustedes si fuera su hija la que fue golpeada y abusada por dos hombres?’, es lo que el abogado de alguna manera pregunta con su alegato final, haciendo que la gente se olvide de las diferencias de raza y se centre en la razón humana de las personas, pidiendo su comprensión, su compasión y su solidaridad.
“Todo depende del jurado”, dice el abogado al inicio de la historia. “Escoge el jurado adecuado y quedarás libre”, añade, en razón de que, visto el caso como una diferencia social entre personas de raza blanca y personas de raza negra, es una forma plana de entender los hechos, una que además lo pondría en desventaja, pues el jurado que le toca no cuenta con una sola persona afroamericana o que se sea representativa de las minorías. Las personas de ese jurado no son iguales al acusado en color de piel, pero sí podrían serlo en el sentido de que también son padres, o hermanos, hijos, tíos o amigos, en el sentido de que Brigance puede hacer que ellos mismos se pongan en los zapatos del detenido y entiendan el motivo de sus acciones.
La postura que alega demencia temporal es sólo una estrategia para aparentar inocencia, no obstante que el espectador promedio asume que el acusado sabía lo que hacía y eligió hacerlo, cual es la postura de la fiscalía. Pero Jake y su equipo optan por subrayar que, tal vez, no desde el punto de vista legal pero sí del emocional, las acciones de Carl pueden justificarse y entenderse, donde la justicia por propia mano sea condonada porque es lo ‘justo’, en un plano emotivo, visceral y, por qué no, humano, bajo un pensamiento del ‘ojo por ojo’.
“Ganes o pierdas, la justicia prevalecerá”, le dice su mentor al abogado defensor, porque sienta un precedente, de justicia o injusticia, según sea el caso, porque demuestra la realidad de los conflictos sociales asociados con la discriminación, porque de perder, se genera la imagen de un mártir, pero de ganar, se genera la imagen de un héroe y, de cualquier forma, se logra una revolución en la mentalidad de la comunidad. La lucha por un mundo más humano en donde la ética sea una norma de conducta universal parece ser, y de hecho es, una pugna constante por reconocernos en el otro y con los otros.
Es como si todos en el pequeño pueblo se involucraran de alguna forma en el caso, directa o indirectamente, viéndose reflejados en su realidad o intentando sacar provecho de él. Las organizaciones de extrema derecha en Estados Unidos, el Ku Klux Klan, que reaparece para promover la xenofobia a raíz del caso y convocados por el hermano de uno de los dos muertos a manos de Hailey. Así mismo, también las organizaciones a favor de la igualdad de raza, representados en la película por los miembros de la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (NAACP, por sus siglas en inglés), que también ven en el caso una causa por la cual luchar para con ella unificar o reforzar la unión de su propia comunidad. En ambos casos, los intereses de sus organizaciones por encima del beneficio del ciudadano afroamericano afectado.
“No hay nada más peligroso que un loco con una causa”, dice uno de los personajes. La realidad es que, de alguna forma, todos aquí son ejemplo de ello y todos tienen su propia causa: el abogado fiscal, el defensor, el acusado o las organizaciones sociales, tanto las extremistas como las pacifistas. Y en un punto de la historia alguien se pregunta si Carl Lee está siendo enjuiciado por asesinar a alguien o simplemente por ser afroamericano.
Las acciones de Hailey son impulsivas, incluso vengativas, pero la pregunta consiste en saber si en realidad es culpable, porque al matar a los violadores de su hija ya no hay ningún juicio para estas personas, fallecidas, ya no hay a quien culpar jurídicamente, ni a quien castigar por el crimen de violación cometido en perjuicio de la niña. La pregunta que en el juicio se hace, indirectamente, porque por cuestiones técnicas se considera que se está valorando el caso de un asesinato, no de una violación y por tanto no puede hablarse de ello, es si el mismo conflicto racial que se vive o los mismos obstáculos que se encuentran en la tarea de alcanzar una justicia imparcial y objetiva se habrían vivido en caso de que aquellos dos hombres blancos hubieran terminado esperando juicio por sus acciones.
La situación en sí levanta preguntas éticas y morales, donde la comunidad y el sistema legal mismo fallan, al no poder proveer ni asegurar que realmente se haga justicia, porque el conflicto por sí solo, y el debate que trae consigo, demuestran la imparcialidad de sus propias leyes y reglas sociales.
Ficha técnica: Tiempo para matar - A time to kill