Un caso legal de demanda puede ser muchas cosas. Para algunos se tratará de una lucha por lo correcto, por la justicia y la verdad, para otros, en el lado opuesto, verán una vía para salir libres a pesar de una culpa o una falta, pero también, para algunas personas, podría verse como un espectáculo, una fuente de ingresos, una negociación o un choque de ideas. Una demanda legal es todo en uno, según quién se involucre en ella, y cómo.
En Una acción civil (EUA, 1998), Jan Schlichtmann es un abogado experto en demandas de daño corporal, aquellas en las que las personas sufren, o sufrieron, de problemas de salud causados directa o indirectamente por las acciones de a quienes demandan, por ejemplo, alguien que tiene que ser hospitalizado tras un accidente automovilístico, o alguien que sufre contusiones después de una disputa de riña. En la historia, Jan y su equipo deciden tomar el caso de ocho familias cuyos hijos han muerto de leucemia en un pequeño pueblo cerca de Boston, en Estados Unidos; los afectados afirman que las muertes fueron producto del agua contaminada de la ciudad y la causa probable apunta a responsabilidad de una empresa que derrama líquidos tóxicos.
La película está dirigida por Steven Zaillian, con un guión escrito por él mismo y basado en la novela homónima de Jonathan Harr, que a su vez está narrado a partir de un caso verídico sobre contaminación del agua que tuvo lugar en la comunidad de Woburn, en Massachusetts, así como el juicio legal vinculado al tema que se llevó a cabo en la década de 1980 por ese motivo. El largometraje está protagonizado por John Travolta, Robert Duvall, Dan Hedaya, John Lithgow, William H. Macy, Kathleen Quinlan, Bruce Norris, Tony Shalhoub y James Gandolfini, entre otros; además, nominada a dos premios Oscar: mejor cinematografía y mejor actor de reparto; éste último a favor de Robert Duvall.
En la historia, para Schlichtmann y su equipo de trabajo, la situación de demanda representa una ganancia financiera, pues aquellos que se desempeñan en el área de daño corporal normalmente logran evitar ir a juicio, toda vez que, la mayoría de las ocasiones las partes involucradas en el conflicto llegan a un acuerdo monetario. En consecuencia, el modo operativo de los abogados especializados en este tipo de casos les gana fama de aprovechados, de abusivos, gente que se beneficia de la desgracia de los demás, que lucra con la pena ajena. “Toda la intención de la demanda es llegar a un acuerdo”, dice este hombre en un punto de la película. Es como si en el fondo, en efecto, se buscara una forma de reparar el daño sufrido con dinero. El problema es que el dinero no siempre puede hacerlo. Puede, en ocasiones, ayudar a pagar las cuentas del hospital en caso de que se trate, por ejemplo, de un accidente que deja lesiones y secuelas al afectado, pero, cuando alguien muere, ¿de qué sirve el dinero?, ¿por qué mercantilizar el dolor por la muerte del ser querido?
Así lo razonan los padres que interponen la demanda y dicen que ellos no están ahí por el dinero, sino porque buscan una disculpa; lo que en el fondo quieren es ponerle cara a un responsable para poder culparlo de lo sucedido. Buscan una forma de desahogo, una figura tangible, un rostro, un nombre hacia donde enfocar su enojo y su pesar, para que, al mismo tiempo, el identificado como responsable tome conciencia de sus acciones, asuma las sanciones jurídicas, administrativas y económicas que el gobierno de la ciudad y el sistema de justicia deberían establecer derivado de lo éticamente correcto. Las familias quieren que la ciudad sea limpiada, su agua deje de estar contaminada, que se regulen las acciones de tratamiento correcto de desechos contaminantes, que se exija a las empresas actuar con responsabilidad para proteger el medio ambiente, para evitar que más casos de niños y gente enferma se sigan acumulando, para evitar fallecimientos innecesarios.
La estrategia de la negociación y la imagen, las apariencias y la manipulación emocional, a través de los padres fungiendo como testigos de la situación, contando sus historias de tragedia, es una táctica que se convierte en un arma de doble filo. Para Schlichtmann, acostumbrado a evitar el juicio y a llegar siempre a un acuerdo monetario que le permita ganancias y deje al cliente satisfecho, el problema se vuelve irresoluble por el afán de las familias afectadas en no aceptar dinero sino exigir una solución ética. La negociación, eventualmente, no tiene un motivo porque no cubre las necesidades de la comunidad, de los demandantes, de la ética misma. Brota entonces un sentido de culpa que pesará sobre sus hombros al no comprobar que las acciones de las empresas involucradas, una tenería y la empresa de comida asociada con la anterior, son responsables de la contaminación del medio ambiente del lugar.
Para el abogado que representa a esta compañía de alimentos, los testimonios pueden significar su fracaso, precisamente porque las historias de vida podrían crear una situación empática con el jurado que, en consecuencia, darían luz verde para encontrarlos culpables. “Los juicios son una corrupción de todo el sistema legal”, dice esta persona, subrayando así una realidad, el juicio no siempre representa el epítome de la justicia. “Un tribunal no es un lugar para buscar la verdad”, añade en otro punto de la historia, recalcando que su trabajo es ganar a favor de su cliente, sea culpable o no. Según su perspectiva, la clave es no involucrarse en el caso, porque si como abogado juzga lo correcto o lo incorrecto de la situación, según su propio punto de vista ético, entonces su juicio se nublará y su esfuerzo por ganar no responderá al fin por el que es contratado, ni a lo correcto, ni a la verdad, no lo hará por sus clientes, sino por un motivo personal.
Schlichtmann pierde el caso por muchas razones. Su obsesión personal por responder con la mayor garantía a sus clientes es una de ellas y, lo peor, es que va ligado con su ego, con su deseo de triunfar y hacer un bien a gente con quienes se comprometió, incluso conociendo que no siempre fue algo viable. Y es que el caso nunca llega a proceder en todas sus ramificaciones porque antes de que los testimonios de las familias puedan ser escuchados, se alega una acción para desestimar la acusación en contra de la compañía de alimentos (el acta 96 F.R.D 431), en una lógica igual de subjetiva y literal, argumentando que, si hubo contaminación, fue porque la tenería derramó químicos, por tanto, la responsabilidad directa es de ellos, no de la empresa que los contrata.
El recoveco de esta cláusula en dicha acta es una interpretación amañada de la ley, que se aprovecha de términos poco claros y que no pueden ser tomados de forma acartonada, porque implican muchas otras cosas, pero que son presentados por los abogados de la empresa envueltos en tecnicismos legales, para así lograr su objetivo, zafarse del conflicto. Entonces la empresa es excusada porque no puede establecerse la relación con el hecho delictivo, impidiendo de esta manera la posibilidad de profundizar en la búsqueda de la responsabilidad ética por privilegiar los negocios por encima de los efectos en el medio ambiente y los perjuicios en la salud de los ciudadanos. Es también, visto desde otro punto de vista, una forma de cortar la conexión directa con el culpable material, por así decirlo, para deshacerse del problema antes de que alcance más directamente a la empresa.
El proceso jurídico y la interpretación de la ley se enfocan entonces en formulismos y olvidan que el verdadero problema es la forma irresponsable con que la empresa trata los desechos contaminantes y la agresión sanitaria que representa su actuar hacia la ciudad, las familias que ahí habitan y la naturaleza en general.
Al final, los demandantes deben conformarse con una suma mínima de compensación, en lugar de arriesgarse a perderlo todo; pero por lo menos abriendo el suficiente camino para encontrar la verdad, que la información sobre el desecho de químicos a las aguas y suelos del lugar está ahí, sólo que escondida entre mentiras y evidencia no presentada porque, los mismos trabajadores y dueño de la tenería, han hecho lo necesario para ellos mismos sobrevivir al sistema.
El abogado defensor, sin recursos para continuar con el proceso legal, deja el caso en manos de la Agencia de Protección Ambiental, para apelar el caso, descubriendo entonces que su enfoque siempre estuvo equivocado y que lo más importante de la demanda no son las familias o los niños fallecidos, no es el llamado a la ética o el deseo de castigar a quienes fueron responsables de tirar materiales químicos al agua, sino limpiar el ambiente y cuidar de él, que es, a fin de cuentas, el que provee al hombre de recursos para vivir, es enfatizar que la contaminación afecta al mundo, a la tierra y a los recursos naturales y, por ende, al hombre mismo, en su salud y su desarrollo. Jan Schlichtmann lo veía como un caso legal donde manipular las partes para obtener dinero, a través de una puesta en escena teatral de los hechos, cuando, en el fondo, la demanda era mucho más grande que él y el enfoque que quiso darle.
Ficha técnica: Una acción civil - A civil action