A excepción del hombre, ningún ser se maravilla de su propia existencia
Arthur Schopenhauer
Necesito una copia de mi acta de nacimiento, dando gracias por vivir en la era digital tecleo la página del gobierno federal que me permitirá obtener una copia certificada, ingreso mi CURP primero, mis datos personales después, la respuesta del sistema en ambos casos es la misma, mi acta no aparece. Atendiendo las recomendaciones de la propia página, llamo al número telefónico que resulta ser del Registro Nacional de Población, de ahí me piden me comunique a otro número de la capital del estado, Durango, llamo una y otra vez sin obtener respuesta, decido ir entonces al Registro Civil.
Llego a la oficialía No 1 en Gómez Palacio, hago una larga fila para ser atendido, casi llego, la persona que está delante de mí, después de charlar un momento con el muchacho que la atiende, voltea y me pregunta si traigo mi credencial de elector, le digo que sí, ¿puede ser mi testigo? me pregunta -la miro sin entender- es que me estoy casando, dice, bromeando le digo si está segura, a lo cual me responde, mire señor, ya tenemos cinco hijos y veinte años juntos, claro que estoy segura, sonriendo le entrego mi credencial haciéndole prometer que si hay festejo no deje de invitarme.
Es mi turno, me hacen pasar con un licenciado, le explico mi caso y después de una breve búsqueda nos damos cuenta que existo, es decir, estoy en el sistema informático pero con mis dos apellidos cambiados, un error de transcripción, explica, tendremos que buscarlo en el libro de actas, está bien le digo, pensando cuanto tiempo habré de esperar hasta que encuentren un libro con mas de medio siglo de edad, mientras se retira, una persona se acerca y me pide firmar unos papeles, es el acta de matrimonio de la señora de los cinco hijos, estampo mi firma como diez veces sonriendo, para mi sorpresa, apenas han pasado dos o tres minutos, el licenciado está de vuelta con el “libro de actas”, da vuelta a sus hojas hasta localizar mi fecha de nacimiento. Suena el teléfono, el funcionario se ocupa en otra cosa lo cual me da oportunidad de pasear mi mirada por el libro, tomarlo, acariciar sus hojas en perfecto estado aunque teñidas de un lindo amarillo cronos, y si, acá estoy, me descubro embelesado con una caligrafía hermosa y casi perfecta diría yo. Tinta azul, letra manuscrita que me hace recordar la de mi padre y toda su generación, cuando “tener buena letra” era casi un requisito para aprobar grado, encuentro mi nombre, el de mis padres, el de mis abuelos y también el de unos testigos que no reconozco, probablemente circunstanciales como lo fui el día de hoy. Leo mi registro en calculo, 800 palabras, y luego del mío otro, y otro más, el texto protocolar es el mismo, solo cambian fechas y nombres, todos ciudadanos laguneros, la mayoría de Gómez Palacio, pienso en la persona que escribió esto, probablemente está muerta, en cómo le correspondía llenar el libro de actas, un trabajo que consistía en acreditar la existencia de una persona, de dos, de veinte en uno de esos días donde a todos se nos ocurre registrar a los niños y niñas en la misma fecha, transcribiendo 800 palabras quince, veinte veces o más, con elegancia y hermosura que no denoten la mano cansada de tanto y tan bien escribir, agradezco el error de transcripción que imposibilitó obtener mi acta digitalizada, agradezco que la burocracia Duranguense no haya atendido mi llamada, ello me permitió sumergirme en este libro, en esta tinta y este olor, admirar la elegancia caligráfica que algunos hemos olvidado y otros, los más jóvenes, no han conocido y menos practicado; que me permitió imaginar una tarde de trabajo de esa vida que acreditó mi existencia, me leo, luego existo.