¿Una segunda oportunidad se hace o se encuentra? ¿Se construye o simplemente se aparece en el camino? El debate es muy parecido al de si el destino existe o, si al contrario, las personas construyen su propio futuro. Claro que plantearse esto es ya una consecuencia del predominio de las creencias sobre el conocimiento científico, pero, en el medio narrativo literario o cinematográfico es un recurso frecuente.
¿Es la redención una forma de ‘segunda oportunidad’? Después de todo, liberar una culpa es darse a uno mismo la opción de comenzar nuevamente, reconstruyendo, más que sólo enmendando. Esta es la idea central en la película Another Earth (EUA, 2011) llamada en Latinoamérica: Otro Mundo. Fue dirigida por Mike Cahill, co-escrita por él y Brit Marling, siendo coprotagonizada por ella misma con William Mapother.
La historia se desarrolla en una realidad en la que la humanidad descubre un mundo paralelo, similar o duplicado, a la Tierra. El día de este hallazgo las vidas de Rhoda, una joven que acaba de ser aceptada en el programa de astrofísica del Instituto Tecnológico de Massachusetts, y John, un compositor casado, en espera del nacimiento de su segundo hijo, se encuentran en un accidente automovilístico en el que la familia de él fallece.
Cuatro años después Rhoda sale de prisión y se acerca inadvertidamente a John. Él no sabe quién es ella, pues su nombre nunca fue revelado en los documentos legales, y poco a poco van entablando una relación. El encuentro se produce cuando ella se ofrece a limpiar su casa de manera gratuita, originando, en consecuencia, que ambos comiencen a pasar tiempo juntos.
Esta relación por su parte se va desarrollando en paralelo con el descubrimiento de este planeta ‘espejo’, una oportunidad narrativa que se utiliza de manera metafórica; esta otra Tierra, o Tierra Dos, como le llaman los científicos de la película, es un mundo idéntico, reflejo de la realidad presente. Existen las mismas cosas, las mismas ciudades, los mismos continentes y hasta las mismas personas, es decir, hay una versión de cada individuo viviendo su propia vida en aquel mundo.
¿Qué le dirías a tu otro yo?, plantea la historia, una interrogante que invita a reflexionar sobre las decisiones de vida, pero también sobre los anhelos y las culpas. “¿Ese yo es mejor que este yo? ¿El otro yo ha cometido los mismos errores que yo? ¿Puedo sentarme a tener una conversación conmigo?”, es el análisis que la película plantea. Añade, además, la parte más importante de este paralelismo de dos mundos idénticos: “La verdad es que hacemos eso todos los días, a diario”, expone la historia respecto al entablar una conversación con uno mismo. Lo hacemos cuando se duda, cuando se analiza una acción, cuando se cuestiona una decisión, cuando se espera una respuesta de alguien o cuando se viven las emociones, por ejemplo.
¿Por qué dije eso? ¿Apagué la luz antes de salir? ¿Qué es lo que iba a comprar en la tienda?, son algunas de las cosas que las personas se dicen a sí mismas.
¿Por qué hablamos con nuestra propia persona? Puede ser que para reafirmar ideas, construir soluciones o analizar situaciones. Dudar es más importante cuando lleva al cuestionamiento del entorno, la vida o las decisiones, que es por lo que pasa Rhoda cuando se acera a John. Ella no busca hacerle daño, más bien pretende entender la dimensión de su equivocación, para entonces poder seguir adelante, no ensimismada en la culpa, sino aprendiendo y entendiendo que su vida cambió, y la del otro, al momento en que su auto chocó contra el de John.
La idea se profundiza en la historia de distintas formas, una de ellas a través de un relato que Rhoda cuenta al compositor y que trata sobre un astronauta solo en el espacio, quien tiene que pasar los últimos días soportando un ruido de golpeteo constante. El sonido comienza a volverlo loco, hasta que se da cuenta que tiene dos opciones: claudicar a causa del ruido o aprender a vivir con él, aceptándolo, haciéndolo una parte más de su vida, una que no debe odiar, sino entender.
La clave es aprender a adaptarse y entender que las decisiones tienen consecuencias, que ante una acción, siempre existe una reacción. Aquel otro planeta es reflejo del mundo pero siempre hasta cierto nivel. Cuando alguien se detiene frente a una intersección, cada camino que tiene delante lo llevará por diferentes rumbos, que pueden o no encontrarse en un mismo punto en cierto momento. Algo así sucede con el descubrimiento de esta otra Tierra, cuenta la película, mundos paralelos similares cuyo rumbo cambia en el momento en que descubrieron la existencia del otro. Idénticos, pero sólo hasta que algo cambia. Y lo mismo sucede con la vida de la protagonista, cuyo prometedor futuro en una universidad dedicada a los estudios científicos de pronto se convierte en el completo opuesto, la muerte de una familia y el encarcelamiento de una joven promesa intelectual, precisamente porque algo obligó a que la línea de vida que seguían cambiara de rumbo.
Rhoda se topa con un concurso para ganar un boleto y viajar en una nave espacial llena de civiles hacia este otro planeta. En su ensayo, requisito para entrar a la contienda, la joven escribe que cuando los exploradores llegaron a América, hace muchos años, los barcos no estaban llenos de científicos o aristócratas, sino de personas comunes y corrientes, personas buscando nuevas formas de vida u oportunidades de crecimiento que no encontraban en su país natal; o tal vez sólo un simple deseo de aventura. Su texto deja ver la importancia de que cada persona elija construir sus propias segundas oportunidades, tal como ella lo hace. Tras salir de la cárcel la chica encuentra un trabajo ordinario y su vida parece mundana, pero eso no la hace menos que los demás ni merma sus sueños, por muy grandes o pequeños que parezcan. El más grande sueño de una persona, puede sentirse finito o diminuto para otra, y no sólo ella o él le pondrá su valor, sino que sólo el individuo logrará encontrar la forma de subirse a ese barco que lo lleve a un nuevo mundo.
“¿Irías?”, le pregunta John a Rhoda cuando ella le cuenta que entró al concurso. “No sabes qué hay allá”, insiste él. “Por eso iría”, responde ella. Ninguno de estos argumentos es equivocado porque cada uno ve las cosas desde su propia perspectiva. Rhoda quiere encontrar más y nuevas salidas, sin importar la incertidumbre que se encuentre de frente, porque es aquello lo que la motiva a salir adelante, a cambiar; un anhelo que entiende al darse cuenta, tras el accidente, que es la única opción que le queda. Es eso o dejar que el dolor y la culpa terminen destruyéndola.
“Aún creemos que somos el centro del universo. Somos Tierra Uno; ellos, Tierra Dos. ¿Tú crees que ellos se llaman a sí mismos Tierra Dos?”, argumenta John, más cauteloso de lo desconocido y de la forma como el mundo reacciona ante el cambio y la transformación, lo bueno o malo que esto pueda traer y las consecuencias positivas o negativas que ello conlleva; un razonamiento además producto de sus propias (y trágicas) experiencias de vida.
Pero si el otro planeta es un espejo de este, ¿no sería en efecto lo más común, a diferencia de Rhoda, temer de aquello que se pueda encontrar del otro lado? Y en este caso no se trata realmente de un miedo hacia un algo incierto, sino al contrario, es un temor hacia algo que conocemos muy bien, nosotros mismos. ¿Por qué temer? Porque tal vez, como eventualmente se da cuenta la joven protagonista, no nos conocemos tan bien como creíamos; entonces, más difícil que enfrentar el mundo, es tener que enfrentarse a uno mismo, si bien finalmente es necesario para, eventualmente, darse uno mismo una nueva oportunidad.
Ficha técnica: Another Earth