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Buonarroti

César Garza

La perfección no es cosa pequeña, pero está hecha de pequeñas cosas.

Miguel Ángel Buonarroti

 

   1508, lo recuerdo, tuve ese privilegio, conocer a “Il Divino”, mi padre me llevó consigo para asistir al maestro en un proyecto encargado por el Papa Julio II, pintar la bóveda de la capilla Sixtina, si, esa que erigió el papa Sixto, tío de Julio II en tiempos donde el poder de San Pedo se heredaba por criterios monárquicos; la capilla era un sitio mitad iglesia y mitad fortaleza, en ella rezaban los Papas, había que cubrir 1100 m2 de techo a 20 metros del suelo, todo un reto para cualquiera, se pintaría al fresco, una técnica exigente que busca vencer al tiempo.

   “Maestro, él es mi hijo Paolo” dijo mi padre, viene a ayudar, recuerdo la mirada inquisitiva de Buonarroti, mi miró de pies a cabeza, volteó a ver a mi padre y solamente asintió, había aceptado.

   Lo primero que hicimos fue construir una armazón de madera que nos permitiera llegar a esa altura, yo ayudé, cortaba, clavaba, amarraba, cargaba, al final quedó una estructura que permitiría realizar la obra en partes, con cierta seguridad.

   Buonarroti desarrollaba su bocetos casi siempre con ayuda de un modelo, le pedía tomar cierta posición y comenzaba a dibujar, el cuerpo del hombre como símbolo de la belleza y perfección. Buscaba los escorzos más retadores, trazaba, desarrollaba la idea una y otra vez, muchos borradores fueron destruidos, a nosotros, los obreros, nos parecían maravillosos, no así al obsesivo maestro.

   Después, con ayuda de una cuadrícula trasladábamos el boceto a grandes cartones, que posteriormente perforábamos en sus líneas, todo este trabajo había que hacerlo con mucho cuidado, el maestro siempre vigilaba, proyectaba, en ocasiones se paseaba a grandes zancadas por todo el espacio, en otras, se quedaba absorto viendo algún punto, alguna escena invisible para el resto de nosotros que después buscaría perpetuar en una pintura, tal vez.

   Algunos nos encargábamos de preparar los pigmentos naturales mezclados con agua, machacábamos piedras y minerales sobre un mármol blanco, todo listo para cuando llegase el momento de pintar. Otros mezclaban arena, cal, ceniza y agua, aplicaban el mortero sobre el espacio a trabajar. Después, se acomodaban los cartones perforados sobre la superficie y mediante un espolvoreado, con bolsas de pólvora negra, se traspasaba el dibujo a la bóveda. El maestro entonces comenzaba a pintar en un trabajo contra reloj, aplicaba la pintura sobre el mortero fresco, deslizaba los pinceles con cuidado y ligereza, como si estuviera acariciando un cuerpo al que no quisiera lastimar o molestar, pigmentos, luces y sombras generando volumen y perspectiva, la pintura al fresco es una técnica exigente que no permite errores ni por supuesto correcciones.

   Al igual que con sus bocetos, el maestro en ocasiones no quedaba satisfecho con la obra y ante la incapacidad de borrarla, terminaba destrúyendola, en esos episodios todos nos mirábamos asustados mientras él rompía el trabajo de semanas con una furia inusitada. Tienen suerte, nos decía, yo nunca quedo satisfecho, murmuraba.

   Una tarde de 1512, Buonarroti me llamó, le había fallado un modelo, Paolo, dijo, desnúdate y recuéstate ahí, hice lo que dijo, no sin cierta vergüenza, Miguel Ángel se acercó a mí, acomodó mi cuerpo, me hablaba suavemente mientras tanto, dobla esta pierna, extiende la otra, movió mi rostro hacia un lado, me pidió levantar un brazo y apoyarlo en mi rodilla, por último acomodó cada uno de los dedos de esa mano pidiéndome extender el índice de un modo relajado, hacía frío, recuerdo; lo más difícil fue permanecer sin moverme sosteniendo el peso de mi cuerpo en un solo brazo, estaba incómodo, temía moverme y despertar su enojo, no sé cuánto tiempo pasó, hasta que por fin me dijo que habíamos terminado. Me vestí, fui tarde a casa, caí enfermo, fiebre, mi madre me cuidó hasta que pude regresar al trabajo una semana después, al llegar, me descubrí en una de las composiciones centrales de la bóveda, la llamada “Creación de Adán”, me quedé sin aliento, nunca pensé que un pobre chico romano pudiera ser inmortalizado de esa manera, mi padre, a mi lado, también lloraba.

 

PD

La réplica de tamaño natural de la Capilla Sixtina se encuentra en Torreón del 16 de marzo al 16 de abril, un proyecto orgullosamente mexicano.

Agradezco al municipio de Torreón el privilegio que brinda a los ciudadanos del norte de México.

sixtinaenmexico.com

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