No me molesta que me hayas mentido, me molesta que a partir de ahora no podré creerte.
Nietzsche
Desde el punto de vista de la confianza y de acuerdo al neuroeconomista norteamericano Paul J. Zack, aquellos países cuyos habitantes son confiables y por ende confían en los demás, son también más honestos, más prósperos y se presentan mayores transacciones de negocios, mayor bienestar producto de economías crecientes llenas de acuerdos ganar-ganar.
En contraparte, dice Zack, los países pobres son en general países donde sus habitantes son más desconfiados; “La burra no era arisca” dirán algunos. Si quisiéramos relacionar los conceptos confianza y felicidad, tal vez estaríamos de acuerdo en decir que una persona desconfiada es menos feliz. Algunos conocemos a alguien que es más desconfiado que el resto, siempre suspicaz, haciéndose una película negra que probablemente lo desgaste emocional y aún físicamente sin que haya una verdadera razón para ello.
Evidentemente la confianza extrema tampoco es aconsejable, nos pondría al borde de la estupidez donde tal vez estaríamos siendo estafados, eso sí, regalando una sonrisa.
Los estudios que ha impulsado y documentado el Dr. Zack demuestran que cuando una persona confía o es depositaria de la confianza de alguna otra, genera una molécula llamada oxitocina. Es interesante el fenómeno que se pudiera dar desde el punto de vista social, el confiar en alguien, provocaría la generación de esta molécula y a su vez esta persona en la que depositamos nuestra confianza tendería a brindar su confianza a alguien más, generándose un círculo virtuoso que no le caería mal a nuestra sociedad. Que ingenuidad pensarán algunos.
Otro de las conclusiones a las que Zack ha llegado, ver experimento “the trust game” (el juego de la confianza), es que las personas en realidad son más confiables de lo que pensamos, es decir subvaloramos a los demás en términos de confianza.
Esta hipótesis la confirma también otro experimento, el llamado “The lost Wallet” (la cartera perdida), que consiste en tirar un determinado número de carteras con dinero y datos del supuesto dueño en diversas ciudades del mundo, este último experimento va acompañado de una encuesta donde se les pregunta a las personas cuantas carteras creen que regresarán aquellos que las hayan encontrado, en todos los casos, se regresan más carteras de lo que las personas en lo general creen, es decir, la tesis de que la confianza se subvalora se confirma.
Este comportamiento de subvaloración tiene mucho que ver con la información a que tenemos acceso, solo hace falta ver cualquier diario o noticiero para percatarnos que hay muchas más noticias negativas que positivas, esto va normalizando la suspicacia en las sociedades. El problema, si decidiéramos llamarlo así, es más crítico en las grandes urbes donde establecer lazos de cohesión o de confianza en la comunidad es más difícil.
Hay también inhibidores para la generación de esta molécula, uno de ellos es la desnutrición la cual necesariamente está ligada con la pobreza alimentaria, la más dolorosa. El grado de pobreza alimentaria en México en el 2014 se ubicaba en el 20.6 % de la población, algo así como 25 millones de personas.
La violencia, el maltrato, el alto estrés, todos ellos, son inhibidores para generar oxitocina, podemos inferir entonces que la inseguridad generalizada en nuestro país no ayuda a tener una sociedad dispuesta a empatizar con el resto.
“No les voy a fallar” sentenció el político, bueno, habrá de implementar políticas y estrategias que rompan los inhibidores, pobreza e inseguridad y que – desde la visión del profesor Paul J. Zack – nuestra sociedad genere la suficiente oxitocina para regodearse en ella.