Hoy me regalaron un cuaderno nuevo. Cuando lo abrí y me topé con sus hojas no soporté la idea de no escribir y manchar con las letras que he retenido en mi cabeza. La palabras salen torpes y por un momento me detengo con la idea tal vez mancho lo puro de la hoja con lo impuro de mis pensamiento, sé que se lee como un locura, pero después de todo ¿no es lo que se requiere para llenarlas?
Lo acepto, ya me agoté de detener las palabras con el pretexto de la cotidianidad que me manda puntualmente a la vida. Una vez mi amiga Margarita me dijo algo revelador sobre eso: “Quién es dueño de tu tiempo, es dueño de tu vida” me ha llevado unos años aprender que es una verdad del tamaño del mundo, no sé cómo no nos vamos de boca contra ella, lo sé es una excusa que me impongo entre querer ser competitiva en un trabajo que no tiene que ver nada con mi romance con la escritura. ¿Qué puedo decir? Es un hoyo que se convierte en un cráter cuando te permites tratar de postergar la tinta que vive dentro de ti.
Lo interesante es que un cuaderno nuevo me devolviera esa necesidad de escribir. La presa se fisuró, la tinta se desbordó y se dirigió a su destino; no sé, un cuento, un ensayo, una prosa poética, una crónica, una reseña o la novela que descansa polvorienta en una USB.
Pienso que todo tiene una razón, ahora la tinta contenida sale espesa y rica, como añejada. Ahora tengo que sorprenderme y sorprenderlos. No sé qué nos depare el destino, lo más seguro que puras loqueras.
Así que bienvenidos de nuevo a mi submundo.
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