Se dice que una película de zombis nunca es sólo sobre zombis, es decir, fungen como una analogía para hablar de preocupaciones y realidades sociales, desde las enfermedades al sometimiento de las minorías, del racismo a la discriminación, la inmigración y hasta el cambio climático. El zombi no está sólo ahí, o no sólo está ahí para provocar sustos y persecuciones, sino que son un vehículo de la metáfora, un componente de la narrativa que permite indagar sobre escenarios en donde el hombre se enfrenta a sus propios demonios sociales, provocados por sí mismo.
En la película El amanecer de los muertos (EUA, 1978), por su escenario y contexto, representación y forma crítica, los zombis representan a la cultura del consumismo, caracterizada por el inculcar adquirir, usar, desechar o simplemente poseer la mayor cantidad de bienes y servicios, en donde se busca la compra compulsiva de la mayor cantidad de mercancías, sean útiles o no a quienes las compran. Escrito y dirigidp por George A. Romero, el proyecto es una secuela de La noche de los muertos vivientes, o Night of the living dead. Mismo universo pero diferentes personajes, aquí trata de cuatro sobrevivientes que huyen de la ciudad inmersa en el caos producto de un fenómeno que revive a los muertos y los convierte en seres que comen carne humana.
Dos empleados de una televisora y dos agentes de policía que buscan alejarse de la ciudad, vuelta un pandemonio porque un número elevado de población, como urbe que es e lugar donde viven, significa un número excesivo y peligrosamente alto de potenciales muertos vivientes. Estas cuatro personas se recluyen eventualmente en un centro comercial aislado donde creen pueden mantenerse a salvo, no hasta que los rescaten, sino hasta que el problema parezca resolverse o por lo menos dirigirse hacia una solución más concreta y no tan errática, que es como hasta ahora se maneja el gobierno, deambulando entre entender el problema, esconderlo, darle una solución o creer que pueden darle una solución.
Una comparativa entre lo que se mira en la película y la realidad misma es tan preocupante como atinada; la escena en donde zombis recorren los pasillos del centro comercial de manera automática e indistinta es la forma como la historia hace reflejo de la sociedad capitalista moderna, personas que han dejado de pensar por sí mismas y que se mueven por inercia sin fijarse siquiera en lo que tienen enfrente y, para dimensionar el reflejo, sólo hace falta fijarse en el tumulto afuera de una tienda cualquiera durante un día de venta especial, fotografía de la realidad que resulta bastante similar a las escenas en las que zombis se abalanzan a las puertas de vidrio de los establecimientos del centro comercial, en este caso buscando comida o alguien a quien morder.
“¿Qué están haciendo? ¿Por qué vienen aquí?”, analiza uno de los personajes. A lo que otro le responde: “Una especie de instinto. Recuerdos de lo que hacían. Este fue un lugar importante en sus vidas”.
Gente atraída desde lejos por el complejo de tiendas, o personas, en este caso zombis, dando vueltas en los pasillos, yendo de arriba abajo, al parecer sin rumbo fijo, pero sin querer moverse o irse del lugar; olas masivas de seres humanos cautivados por lo que hay dentro. O lo que es lo mismo, descifrando el simbolismo metafórico, consumismo puro por el simple hecho de existir, compradores movidos por una ansiedad invisible, el deseo de adquirir productos que realmente no necesitan, artículos superfluos o necesidades inventadas, por ejemplo. Materialismo en el sentido de tener por tener, ¿o no es que los protagonistas en parte están ahí porque pueden ‘tener’ todo lo que quieren, ropa, televisores, muebles, objetos y pertenencias que tal vez de otra forma no podrían adquirir? Al principio toman lo que necesitan para subsistir, latas de comida o un simple colchón, pero pronto toman lo que quieren porque pueden. Respecto a ello es importante preguntarse: ¿Las circunstancias lo ameritan o, al contrario, lo demeritan?
Irónicamente, lo que parecería el sueño de muchos, por lo menos dentro de esta cultura del consumo, que sería vivir dentro de un centro comercial, lleno de artículos, comida y servicios, es, a la larga, para los protagonistas, una pesadilla. Lo eligen porque puede mantenerlos aislados durante la lucha por la supervivencia, como si de una pequeña prisión se tratara y, técnicamente, esto es en lo que se han convertido estos puntos de venta, lugares de los que no se puede salir libremente sin purga una condena, la compra de mercancías, al menos en apariencia. “Este lugar los ha hipnotizado a todos. Todo es tan brillante y bien acomodado que no ven que también es una prisión”, dice una de las cuatro sobrevivientes. Eventualmente, sin embargo, no importa cuán seguro crean que puede ser, o pueda parecer, el zombi destruye todo a su paso. O el consumidor arrasa con todo, si se quiere pensar en la directa analogía, que sorpresivamente se hace tan evidente cuando se observa cómo queda una tienda después de un día de ventas, o una calle después de una marcha, o una explanada después de un concierto, o una playa después de una época de vacaciones, por mencionar algunos ejemplos en donde se aprecia el efecto depredador de la conducta humana sobre la naturaleza y sobre el hombre mismo.
Para ahondar en ello la historia presenta a un grupo de carroñeros, saqueadores, que llegan a crear problemas por el simple deseo de la violencia y el oportunismo. Ellos se dan cuenta que hay sobrevivientes dentro del centro comercial y se dirigen ahí, no para hacerse de aliados, ni para pedir ayuda y refugio con ellos, sino para entrar a las tiendas a robar; un acto egoísta, agresivo, depredador y abusivo. Lo que provoca es que entonces el sobreviviente tenga que aprender a defenderse tanto de los muertos vivientes como de sus semejantes. Ya no es sólo cuidarse del zombi, sino del hombre mismo. ¿Y no es el zombi, técnicamente, un hombre también, que vive pero sin estar vivo? Parece entonces que la maldad, el instinto de destrucción, el abuso de los débiles, es inherente al hombre, reflejando la ideología de la supremacía del más fuerte, esencia también de la ideología de mercado: se enriquece quien logra explotar al otro, engañar al prójimo.
Pero la acción desinteresada o depredadora del ser no es tampoco el único tema que se aborda con la trama, el sexismo es también otra pieza clave dentro del relato, específicamente a través del trato que se le hace a la única sobreviviente mujer de los cuatro principales, quien es relegada por su condición, tanto de mujer, como por estar embarazada, y quien debe exigir a sus acompañantes ser tratada como una persona igual, lo cual, además, es su derecho, considerando también que todos se encuentran en el mismo enredo y en las mismas condiciones, atrapados en más de un sentido, metafórico y literalmente hablando..
“¿Qué se necesita para que la gente vea?”, dice uno de los expertos entrevistados en un programa televisivo al inicio de la historia. La pregunta es sencilla: ¿Hasta qué punto de destrucción debe llegar la sociedad para entender el daño que hace, que se hace?
Las personas necesitan entrar en acción y actuar de forma racional, no emocional, insisten varios personajes a lo largo de la película, haciendo un llamado a atacar el problema, no sólo rodearlo; quemar lo cuerpos, matar a los infectados. ¿Por qué? Porque ya no se trata sólo de una decisión moral, sino de una medida necesaria para sobrevivir y evitar la extinción de la especie. ¿Solución radical o realidad que debe asumirse con responsabilidad?
“Tenemos que sobrevivir. Alguien tiene que sobrevivir”, dice uno de los personajes principales. La cuestión es, ¿a qué futuro se llega si el que sobrevive lo hace a expensas de otros? Una reflexión que llega gracias a una sátira de la sociedad, del individualismo y del egoísmo, incluso la ambición y la codicia. ¿Qué se necesita para que la gente vea?, es en efecto una buena pregunta.
Ficha técnica: El amanecer de los muertos - Dawn of the dead