El terror psicológico, un subgénero de la literatura y la cinematografía de terror, está sustentado en un miedo o angustia creado a partir de un temor creciente gracias a las supersticiones, las culpas o las inquietudes de los personajes. Se trata de más que un simple susto, provocado siempre por la expectativa o supuesto de algo, el fantasma que sale desde la penumbra por ejemplo, generando una tensión de suspenso que lleva al límite de incertidumbre a los personajes, lo que deriva en una presión que causa inestabilidad emocional en ellos.
Este género se alimenta de la ansiedad, una inquietud latente que crece y provoca que los personajes imaginen el peor escenario posible, duden de sus sentidos y permanezcan en un desasosiego que los debilita, física, pero sobre todo, mentalmente.
Estas son las bases sobre las que se construye El bebé de Rosemary (EUA, 1968), película escrita y dirigida por Roman Polanski, quien se basa en el libro homónimo de Ira Levin. Protagonizada por Mia Farrow, John Cassavetes, Ruth Gordon y Sidney Blackmer, la historia trata de un matrimonio de jóvenes, los Woodhouse, que se mudan a un nuevo departamento en Nueva York. El edificio está rodeado de historias de lo sobrenatural y muertes inexplicables, pero ellos creen que sólo son relatos inventados, leyendas urbanas o chismes de ociosos. Pronto sus vecinos, los Castevet, comienzan a frecuentarlos hasta irse insertando en su vida cotidiana, algo que Guy parece disfrutar pero que a Rosemary inquieta. Cuando ella queda embarazada, comienza a sentir malestares que su doctor, amigo y recomendado de los Castevet, desestima. Sola y sin una figura íntima a su lado, familiar, amigo, colega, conocido o doctor que la apoye, Rosemary comienza a temer por su condición y el futuro de su hijo. Cuando un viejo amigo le da algunas pistas que le indican que tanto sus vecinos como el edificio están relacionados con sectas religiosas de culto a Satán, la joven se da cuenta que puede estar en peligro y que hasta su esposo está inmerso en todo que le está provocando malestar.
Hay una piedra angular que permite adentrarse a la psicología del personaje principal: su papel como madre. Su temor hace que se preocupe, más que por su propio bienestar, por el de su hijo, una reacción natural de protección hacia otros, propia de su condición de mujer, de su estado de embarazo y del contexto social que se presenta a partir de conocerse la noticia de su próxima maternidad.
El peligro de amenaza latente a su alrededor aumenta gracias al instinto de protección y sobreprotección que, al mismo tiempo, hace a Rosemary un personaje con el cual brota empatía; ver a una mujer a punto de convertirse en madre involucrada con un grupo religioso que podría estar poniendo su vida y la de su hijo en juego, toca fibras sensibles de solidaridad hacia ella. El débil de una minoría frente al peligro provocado por un grupo con poder; o el indefenso contra un opresor que tiene los medios posibles para ocultar los mecanismos como ejerce presión.
Y aunque la amenaza real es indirecta, porque tanto ella como el espectador se preocupan por un ser que aún no ha nacido, ese es el esquema con el que el terror psicológico juega constantemente; la incertidumbre, sobre lo que pueda pasarle, sobre lo que aparentemente quiere o busca ese grupo satánico y, desde luego, sobre la amenaza en sí, así sea real, inventada o imaginada. El propósito es alterar su estado mental, acosarla, debilitarla; lo mismo se hace con el espectador, se busca ponerlo en el lugar de la protagonista, hacerlo dudar, tanto de lo que ve como de lo que cree ver.
La pregunta se vuelve inevitable, ¿por qué Rosemary no notó algo extraño antes o hizo algo al respecto más pronto? Porque se trata de una mujer insegura, sola, débil de carácter, preocupada siempre por complacer al otro y con poca capacidad para cuestionar su entorno. Estas características que forman su personalidad la hacen blanco fácil para manipularla, malearla y engañarla. La joven no es una persona decidida y la constante duda sobre el mundo y sobre sí misma la vuelven vulnerable. Pero más importante, sin un grupo de personas que funja como sustento y apoyo, Rosemary queda desprotegida y sin una voz que, a su lado, cuestione su entorno, en especial cuando ella falla en hacerlo por sí misma.
Para cuando lo hace, ya es demasiado tarde y la urgencia propicia que provoque errores. ¿En quién confiar si realmente no se ha relacionado con nadie lo suficiente para esperar consideración de vuelta? ¿A quién pedir ayuda si las únicas personas que se han ofrecido para ayudarle son las mismas de quienes tiene que huir?
La confianza se sustenta en un sentir de seguridad respecto a algo o alguien, una persona con la que se tiene familiaridad, alguien con quien, al mismo tiempo, se deposita fe en su juicio. Así mismo la soledad implica la inhabilidad de poder depositar la confianza en algún otro, que es el caso de Rosemary. Ya sea por desconfianza, aislamiento, miedo, precaución o inocencia, la situación lleva a la protagonista a caer en una espiral de focos rojos sin nadie con quien consultar opiniones y reflexiones al respecto, que puedan ayudar a trazar un panorama objetivo en cuanto a aquello que parecen no tener importancia, pero que probablemente la tenga, de acuerdo con el contexto, por ejemplo, la constante intromisión de los Castevet en su quehacer diario. El espectador va entendiendo que su vigilancia extrema trata, más que de otorgarle cordialidad y fraternidad, de un mecanismo de control y vigilancia por parte del grupo religioso, preparando a Rosemary para dar a luz al hijo del Diablo.
Pero, removiendo el enfoque sobrenatural, ¿una actitud como tal de parte de sus vecinos no se sentiría extraña e invasiva en un contexto cualquiera? Lo es, y esa es la verdadera prueba que Rosemary tiene que pasar, el aprender a defenderse de aquellos que amenazan su bienestar, aprender a decir no cuando la situación lo requiere, incluso si aquella persona a la que se le da la negativa es su propio esposo; se trata incluso de saber ´leer´ a las personas; conocerlas sin ‘conocerlas’, así se trate de compañeros de trabajo, conocidos o, como en este caso, vecinos. ¿Qué tanto conocía realmente Rosemary a las personas a las que dejó entrar en su casa y en su vida? Más aún, ¿qué tanto conocía realmente a su esposo, quien accede volverla presa de este grupo a cambio de oportunidades de empleo y finanzas que le benefician más a él que a su familia?
Rosemary no es una víctima en sí, porque no es una persona destinada al sacrificio. Sufre, en todo caso, consecuencias dañinas, por dos factores. Uno, la falta de habilidad y astucia. No se trata de carencia de conocimiento, es falta de certidumbre y convicción, incluso respecto hasta de sus propias decisiones. El segundo factor es el medio sociocultural en el que se desenvuelve; una comunidad que minimiza su palabra por estereotipos, por ejemplo de género, personas que la miran y creen que es fácil engañarla con frases como ‘Es normal’, como le dice su doctor cuando se queja de dolores durante el embarazo. Cuando la joven se da cuenta que la desidia de la gente no es normal, o no debería serlo, entonces busca una salida a su problema. El segundo doctor a quien busca, sin embargo, llama a su esposo creyendo que su denuncia, el temer por su vida y creer que su marido es parte de la gente que busca hacerle daño, está infundada. ¿Por qué no creerle o por lo menos darle el beneficio de la duda?
¿Qué falta en la vida de Rosemary para sobrevivir? ¿Qué la habría sacado de su apuro? ¿Qué le queda en la vida si los pocos cercanos a ella la han engañado hasta convertirla en un medio para cumplir su verdadero propósito? ¿Cuántas ‘Rosemarys’ hay en la vida real que, como en la película, quitando el elemento ‘culto religioso’, sufren a partir del control excesivo de la gente que miente diciendo actuar en nombre de su bienestar? ¿Cuántas situaciones de la vida diaria son formas de ‘terror psicológico’ disfrazado de cotidianidades, que, se les dice a la gente, son ‘situaciones normales o comunes’, cuando no lo son o, en todo caso, no deberían serlo?
Ficha técnica: Rosemary's Baby - El bebé de Rosemary