No puede ser posible que estemos aquí para no poder ser.
Julio Cortzar
Cuando tenía 9 años, la navidad nos trajo a mi hermano y a mi sendas playeras de Enrique Borja y Carlos Reynoso, a mí me tocó el número 9 y desde entonces en el barrio, en la escuela y en cualquier lado soñaba con anotar los goles más espectaculares que se pudieran concebir.
Cuarenta años después, con el equipo del CENACE, con el mismo número y mismos sueños le pedí a Tea, en la primera jugada del partido que me tocara el balón, el portero estaba adelantado, yo visualizaba el tiro desde media cancha, la parábola perfecta y el inútil esfuerzo del arquero por alcanzar un balón que estaba decidido, en contubernio con la gravedad, a morder la red. Si, Tea hizo su trabajo, la bola me quedó a la siniestra, me acomodé como pude para tirar con la derecha pero salió lo que se puede decir un tirito inofensivo que causó la risa de más de uno, yo por mi parte sufrí tremendo desgarre en mi muslo derecho, digamos que la mala posición para el tiro y la falta de calentamiento de un hombre maduro fueron suficiente para retirarme de ese juego, a segundos de haber iniciado, lesionado en tiempo récord.
Hoy, años después, en una limpieza del clóset, descubro mi vieja maleta, con mis chuts, vendas, ungüentos y demás parafernalia que utilizaba cuando jugaba, con un dejo de nostalgia tiro todo a la basura. Es ahí, en ese momento, que recuerdo cuándo los había utilizado por última vez, vi de nuevo aquella tarde, la que ahora, en retrospectiva, identifico como la de mi último partido como jugador; algo que nunca hubiera imaginado en ese momento, cuando sucedió, cuando me lastimé, esa parte, la lastimadura creo, fue lo que mantuvo a la experiencia en mi memoria consciente.
Digamos que en cada momento de nuestras vidas podríamos estar viviendo eventos que no volveremos a experimentar, sin saberlo, sin apreciarlo, cosas banales como probar algún bocado en particular, algún vino, practicar algún deporte, charlar con alguien, escalar, caminar, nadar, visitar algún sitio, hacer el amor, aplica prácticamente para todo, cotidianamente hacemos cosas que pudieran ser la última vez que las hacemos sin saberlo, razones puede haber muchas, perder las capacidades propias, circunstancias cambiantes o simplemente dejar de existir, otros o nosotros.
En el artículo “Wandering mind not a happy mind” publicado por The Harvard Gazzete, los psicólogos Matthew A. Killingsworth Y Daniel T. Gilbert de la Universidad de Harvard, y de acuerdo a los resultados de un estudio llevado a cabo con 2,250 voluntarios, encuentran que cerca del 47% del tiempo el ser humano “divaga”, es decir, no está plenamente enfocado en lo que hace a cada momento. “Nuestras vidas mentales - dice Killingsworth - están en un grado importante empapadas del no presente”.
Se han hecho correlaciones entre lo que hacemos a cada momento con la sensación de felicidad, digamos que en esas actividades, cuando hay un alto grado de concentración con un reto implícito, nos llevan a la experimentación del "Flow" que mencionamosen algún otro texto, la experimentación del Flow en bases reglares digamos que nos hace mejores personas.
Todos hemos escuchado en algún momento de nuestras vidas el consejos de algún querido Maestro o Maestra, “vive el aquí y el ahora”, “disfruta cada momento”, parece que los estudiosos de Harvard respaldan esas opiniones.
Independientemente de las implicaciones en la felicidad que la concentración en lo que hacemos tenga en cada persona, me parece muy rescatable de la práctica del llamado “mindfulness” lo que me hizo escribir este texto, sería lindo tener la capacidad de recordar con el mayor lujo de detalles esa última ocasión en que experimentamos algo. Ya eso vale la pena, cuasi-perpetuar la experiencia volviendo cada evento de nuestra vida algo extraordinario.