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La era Post Screen

Diana Miriam Alcántara Meléndez

La forma de ver y hacer cine sigue cambiando por muchas razones; la idea básica del por qué es simple, el séptimo arte se adapta conforme la sociedad también lo hace ante los vertiginosos cambios que el desarrollo tecnológico y científico genera, algo que además tiene su eco en las herramientas que hacen posible filmar una película, distribuirla, promoverla, consumirla, asimilarla y hasta aprender de ella para orientar conductas en la misma sociedad.

La imagen ya no sólo está, o se hace accesible, a través de las pantallas ‘tradicionales’, las salas de cine o en la televisión, por ejemplo, sino en las nuevas tecnologías, llámense celulares, tabletas o computadoras, y a través también de los nuevos medios digitales, tal como las redes sociales conformadas en ese espacio conocido como mundo virtual.

A estos cambios algunos los denominan como la ‘era postmedia’, que como Peter Weibel explica en su texto “La condición postmedia”, es una transformación contemporánea de la imagen en movimiento. Así como el profesor en historia de la fotografía y arte contemporáneo, Geoffrey Batchen, explicó que la postfotografía no es ir más allá de la fotografía, sino que es lo que viene después de, entiéndase, a forma de ejemplo, una imagen tomada con un aparato electrónico que más tarde es modificada a través de un programa de edición, como las instantáneas obtenidas a través de un celular a las que se les aplican filtros y después se comparten en una red social, así la era postmedia es una nueva etapa, en este caso digital.

Esto significa una modificación no sólo en el cómo se crean imágenes, sino en la forma como se distribuyen, se utilizan, se consumen y son percibidas; siendo la palabra clave la interdisciplinaridad, o inclusión. Específicamente en la cinematografía, por ejemplo, la sala de cine ya no es la pantalla grande el medio principal como el cine es consumido, como por mucho tiempo lo fue. En el pasado las personas podían ver el cine sólo en el cine; más tarde llegó la televisión y la gente esperaba con ansias que una película se estrenara por este medio, porque sólo entonces podía verla. La tecnología siguió modificándose y cambiando; la gente pudo entonces rentar películas o comprarlas físicamente para verlas cuando quisiera. Ahora, con la existencia de servicios streaming (de retransmisión), como Netflix, Hulu o Amazon, la situación vuelve a cambiar; el contenido existente se ha convertido en una base de datos en línea que además puede verse no sólo cuando se desee, sino a través del medio que se prefiera.

Este proceso de diversificación visual del emisor-receptor obliga a que las preguntas clásicas como ¿qué es el cine? y ¿qué es una película? vuelvan a replantearse. El cine no es ir a la sala de cine, y la experiencia tal vez ya no es el cómo ver la película. ¿Pero, no es que desde un principio, técnicamente, ‘ir al cine’ era la acción social que le daba su sentido de convivencia y socialización, pero su rasgo artístico recaía en la forma como la película era hecha y lo que con su contenido decía al espectador?

Los nuevos cambios también han obligado a los realizadores a replantearse el cómo hacer filmes y distribuirlos, lo que vuelve a presentar nuevos retos y readaptaciones. ¿Puede una persona verdaderamente disfrutar de toda la experiencia del cine, como séptimo arte, si mira la película por medio de la pantalla de su tableta mientras viaja, por ejemplo, en el transporte público? ¿Puede apreciar esos detalles de imagen y sonido, la historia, las actuaciones, los silencios, los movimientos de cámara, los acompañamientos musicales (porque es el todo lo que hace a la película), si la mira a través de un aparato electrónico como estos, por muy buena calidad de sonido e imagen que su tecnología otorgue?

No por nada en el festival de cine de Cannes de 2017 se creó una cierta controversia sobre algunas de las películas exhibidas que tendrían su estreno al público vía Netflix, y no realmente en las salas de cine (la película en cuestión era Okja, el director Bong Joon-ho).

¿Un proyecto escrito como película y filmado como película, pero no exhibido en salas de cine, es una película? El cuestionamiento parecería evidentemente extraño pero la cuestión tiene raíces más profundas, desde las bases cinematográficas y sus cánones, hasta la forma como la industria del cine funciona en este nuevo milenio. En el fondo está el hecho de que el séptimo arte también se encuentra inmerso en la dinámica de la competitividad económica y la búsqueda despiadada de ganancia. Es decir, prevalece el mercado sobre el desarrollo artístico.

Más allá de los debates que tienen que ver más bien con cuestiones de negocios y acuerdos, donde los proyeccionistas tienen un argumento legítimo, la situación arrastra otras realidades también ligadas con el avance tecnológico, que se vivió en su tiempo cuando se dio el brinco de cine mudo al sonoro, luego del cine en blanco y negro al cine a todo color y más recientemente cuando se hizo más común que las películas dejaran de ser filmadas en forma análoga para pasar a ser realizadas con cámaras digitales.

La influencia de la tecnología en la cultura tiene un impacto evidente y profundo, específicamente en las dinámicas sociales y de consumo. ¿Las personas salen en busca de historias contadas a través de imágenes y sonido? (que es como se define el cine); ¿o la gente sólo busca consumir imagen acompañas de sonido, cualesquiera que éstas sean? La popularidad de las redes sociales es más que la aparente conectividad, mientras el gran éxito de plataformas como YouTube no es el acceso a cientos de videos de distinta índole, sino el que las personas puedan crear y compartir sus propios videos. Claro que no cualquier imagen y sonido grabada y proyectada en medios digitales puede ser considerada una película, en el sentido tradicional del término.

Lo que sucede en plataformas como Instagram o Snapchat es esa relación entre usuarios, donde la gente se convierte en productor y consumidor al mismo tiempo. Esa es la fuerza de la era postmedia, las diferentes plataformas y redes alrededor de una misma imagen. ¿Cuánta exposición no tiene un video compartido en Twitter que al mismo tiempo es publicado en Instagram o YouTube (y después por ejemplo el link circulando en aplicaciones celulares como WhatsApp), que termina siendo comentado en todas estas diferentes redes y por todos aquellos usuarios, que con ello también participan, a su manera, en el fenómeno? Ya querría una película tanta atención como esa y la televisión se mueve por ese camino, precisamente promocionándose en redes sociales, midiendo su éxito en parte por el número de tuits compartidos, o por el impacto logrado si se convierten, o no, en tendencia en las redes. Es evidente que el sujeto, instituciones u organizaciones están respondiendo a una dinámica que privilegia la difusión en aras de una popularidad que se identifica con “éxito”, dejando de lado la capacidad creativa y el efecto reflexivo sobre los ciudadanos, los cuales desde luego son tratados como simples consumidores.

Las películas y las series, migran hacia el internet porque deben adaptarse y sobrevivir, porque así pueden reinventarse, pero también porque así pueden seguir existiendo. La cuestión no es entonces si lo hacen o no, sino cómo lo hacen y por qué lo hacen (y qué impacto social se tiene en el proceso). ¿Veríamos películas antiguas si no fuera porque es posible comprarlas en DVD o Blu-Ray, o porque es posible verlas en distintas plataformas de internet? ¿Qué habría sido de todos esos filmes si no se hubieran adaptado a la tecnología? Tal vez el problema es que las personas corren por alcanzar al avance tecnológico e intentan acomodarse a él, en lugar de que sea al revés.

Si las personas preservaron sus películas en cintas VHS, sólo para descubrir que ahora no tienen el aparato para reproducirlas, ¿dónde ocurrió el fallo? Y si las personas creen que tienen todo un catálogo disponible en su servicio streaming, sólo para descubrir que en realidad la disponibilidad tiene fecha de caducidad pues después de cierto tiempo la película que desean dejará de estar disponible para verse en su servicio, ¿se está avanzando o se está retrocediendo? El cliente se vuelve dependiente del servicio que se le ofrece, o lo que es lo mismo, el consumidor es “libre” de ver lo que quiera, pero sólo si el proveedor lo considera digno de ofrecerse.

El éxito de todos esos ‘clips virales’ que circulan en la red recae en que no se limitan a una plataforma y ese es un modelo (de producción, distribución, mercadotecnia y hasta creación) que no puede ser ignorado.

El cine no está alejado de esta idea de integración, aplicada a su propia forma de hacerlo. La vida de la película va más allá de la exhibición en la sala de cine, también está la televisión, los servicios streaming, clips y videos compartidos en, por ejemplo YouTube, ventas en DVD y Blu-Ray y demás. La cinematografía se sigue adaptando, evolucionando, tratando de responder a las dinámicas que el acelerado desarrollo tecnológico impulsa, tratando de dar salida a las inquietudes creadoras de nuevos y crecientes aficionados a manipular imágenes y a relatar historias por esta vía (ya Sartori decía desde el siglo pasado que habíamos llegado al homo videns). Tal vez el problema es si el hombre tiene claro lo que está haciendo y cómo lo está haciendo, en lugar de, por decirlo así, sólo experimentarlo, o copiar por inercia. ¿El cine avanza y exige a la tecnología o la tecnología lo obliga a moverse hacia adelante?

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