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La muestra

César Garza
César Garza

Los hombres olvidan siempre que la felicidad humana es una disposición de la mente y no una condición de las circunstancias.

J. Locke

 

   Te gusta vivir en la toscana italiana, en Lucca, una ciudad cuya muralla te enamoró una noche y que te conminó a caminarla todos los días. Imaginas cómo sería andar por este espacio cuando fue dominado por los Etruscos en el siglo VII a.C o cuando se convirtió en colonia romana en el año 150, caminas estos espacios como lo hicieron hombres de hace tres milenios cuando esta muralla no existía, el ejercicio lo haces de la manera más consciente que puedes, caminas imprimiendo un ritmo a tu respiración, inhalas-exhalas, un metrónomo marca la frecuencia de tus pasos, el viento acaricia tu rostro.

  

   Te diriges a la estación del tren, debes ir a Florencia a recoger un paquete, al llegar te encuentras la oficina de boletos cerrada, compras tu boleto en línea, parece que el oficio de boletero, como muchos otros, tiende a desaparecer en la vorágine tecnológica del siglo XXI. Ciertos oficios evocarán un recuerdo romántico en algunos, éstos lo harán convencidos que esos tiempos fueron mejores, el resto del mundo, sin embargo, seguirá avanzando y simplemente los enterrará en el olvido.

   Subes, escoges un asiento junto a la ventana, observas los rostros de las personas que te rodean y tratas de imaginar qué hacen para vivir, para ello te fijas en su ropa, en su calzado y sobre todo en sus manos, es un ejercicio que llevas años practicando y perfeccionando, te jactas de saber leer las manos mejor que nadie, desde el día en que aquella cubana te dijo que eras hijo de Babalú Ayé y que en una noche llena de ron, tabaco y tambores te enseñó los secretos que guardan las manos, sus manos, tus manos y que al exigirte el pago por sus enseñanzas, no se conformó con quitarte lo que traías, solo quedó satisfecha cuando te arrancó el corazón.

   Vuelves tu rostro a la ventana, han pasado 15 o 20 minutos, se acercan a Montecatini Terme, como siempre tratas de leer todos los anuncios que se te van presentando, una manía que adquiriste desde los seis, tu lectura rápida se detiene para una segunda vuelta en un anuncio de una muestra inmersiva de Kandinsky, en el museo Verdi, aquí, en este sitio, en automático ese nombre te lleva al Guggenheim de Nueva York, cuando descubriste su obra Composición VIII, las líneas formas y colores de ese cuadro invitan a múltiples interpretaciones, lo que el espectador ve es lo que está dispuesto a sentir en ese momento, recuerdas, te impactó de tal manera que la estuviste soñando aun después de varios meses, sin pensarlo dos veces, olvidas tu encargo y te bajas del tren.

   Montecatini es un pueblo como cualquier otro de por acá, sales de la estación, googleas el museo Verdi y encuentras la marca del lugar de tu destino. Caminas cuatro o cinco cuadras, la taquilla está cerrada aunque el museo abierto, te desconciertas pero entiendes, compras tu boleto en línea y te dispones a disfrutar de tu primera muestra de las llamadas inmersivas. La primera vez que te enteraste de una de éstas, estabas en Torreón, se inauguraba el primer centro de arte digital en París teniendo a Klimt y Schiele como artistas invitados, recuerdas haberle comentado a tu mujer que ese solo hecho era un buen pretexto para viajar y dar una caminata nocturna por el Sena del señor de Pardaillan.

   La chica que te atiende habla muy rápido, tu pobre italiano te hace perder la mitad del mensaje, no importa, entras. Una música suave te recibe en una sala completamente oscura iluminada con obras del artista en 10 o 12 pantallas, cada una de ellas presenta tres o cuatro piezas que se van alternando, se difumina una en la otra, así, en un ciclo sin fin, la selección de obras que comparten cada pantalla han sido aquellas que la curaduría ha encontrado afines, ya sea por la época, por la composición o por elementos comunes, el contraste de la sala con la obra misma generadora de luz y color, convierte la atmósfera en un remanso de tranquilidad donde el tiempo deja de transcurrir, estás solo con el artista.

   Estas en una muestra con ausencia de obra en físico, ¿cómo puede ser?, las muestras inmersivas exigen el conocimiento de las posibilidades que la tecnología brinda, aparte de las curatoriales clásicas, el desarrollo de este campo abrirá mercados y oportunidades, en México no tardaremos de ver propuestas con Frida y Diego como invitados. Surgen preguntas, ¿hay curaduría?, ¿cómo se hace?, ¿el curador deberá conocer además principios tecnológicos?, ¿deberá dominar herramientas de edición, de animación 2D y 3D?, o ¿será que la curaduría recaerá en la coordinación de equipos multidisciplinarios, especialistas que buscan innovar en la frontera de su especialización?, el resultado debe ser tan poderoso, que permita valorar o reinterpretar la obra de un artista, aunque ésta esté ausente.

   Hay diversas salas que manejan pantallas táctiles donde se colorea o se arman rompecabezas de diversas obras del autor, se busca la interacción con el espectador, que éste deje de serlo en el sentido convencional participando en ejercicios donde su propuesta dialogue con la del artista.

   En otra sala, también oscura, se expone en un monitor circular sobre el piso una versión de la obra cielo azul, rica en formas biomórficas no geométricas, el trabajo de edición recorta digitalmente cada elemento de la obra original, lo descompone en sus partes y le imprime diversos movimientos, de rotación y traslación, le da a cada elemento libertad de movimiento y digamos vida digital, respiran, el dinamismo de la composición es alucinante, la música sigue sonando.

   Pasas a la siguiente sala, te recibe una enorme pantalla curva donde se proyectan diversas obras, te tiras al piso, en un cojín, cerca de la pantalla para que la experiencia considere también tu visión periférica, la música y la danza de los diversos elementos de cada obra dan a la misma una dinámica difícil de olvidar, casi adictiva.

   Llegas al final, una persona te ofrece unos lentes de realidad virtual y te hace pasar a un espacio circular de unos tres metros de diámetro, en un instante estás ahí, dentro de Amarillo Rojo y Azul, esa que llamó tu atención en el anuncio de la terminal de trenes, solo que en un ambiente diferente, instintivamente volteas a ver tus manos y cuerpo, han dejado de existir, claro razonas, solo traes lentes, no guantes ni traje alguno,  las formas de la obra están arriba y debajo de ti, todo se mueve, a diferencia de las otras salas aquí no hay música, la interacción se da solo con el sentido de la vista, pareciera que has dejado de existir y solo lo haces a nivel conciencia, como uno de esos episodios de la serie Black Mirror,  tu percepción ha sido alterada, una vez mas el tiempo se ha detenido, vagas entre los diversos elementos, tu visión 360 te hace ser una parte de ellos, como si el maestro te hubiera guardado un espacio en esta versión de la obra, no sabes cuanto tiempo ha pasado, ni quieres saberlo, estás ahí, en el lugar preciso que hace unas horas, días o años, Google señalo como la marca del lugar de tu destino.

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