Evolución es transformación, transformación es adaptación. Los cambios son inevitables y sucesivos e implican progreso, crecimiento y desarrollo. Se presentan en un orden específico aunque no parezca evidente, respondiendo a la dinámica propia del devenir de la naturaleza, impregnada de un automovimiento permanente que se expresa en la transformación incesante de la materia y la energía. Los seres vivos, los humanos incluidos, responden ante los cambios del medio ambiente adaptándose para sobrevivir pues enfrentan siempre la eventualidad de su extinción como especie y la muerte como unidad viviente. Por tanto, parte de la importancia de la evolución es construir o facilitar, gradualmente, las condiciones apropiadas para que el presente pueda prepararse, o acomodarse, a los futuros de su entorno.
Este proceso de adaptación evolutivo del hombre, visto a partir de un apocalipsis zombi, o la infección de un virus mortal, es desde donde se construye Melanie: Apocalipsis Zombi (Reino Unido, 2016), cuyo título original en inglés (The girl with all the gifts) se traduce como La chica con todos los dones (o regalos).
Dirigida por Colm McCarthy, la película está basada en la novela homónima de 2014 escrita por Mike Carey, quien adapta él mismo a guión cinematográfico. Protagonizada por Gemma Arterton, Paddy Considine, Glenn Close y Sennia Nanua, la cinta se desarrolla en un futuro ficticio y apocalíptico en el que un virus ha devastado a la humanidad, convirtiendo a los afectados en ‘zombis’ carnívoros a los que se les denomina ‘hambrientos’.
El gobierno está buscando la cura en unos niños cuyas madres fueron infectadas cuando estaban embarazadas. Los bebés al nacer eran ya portadores del virus pero no actuaban como los demás zombis, sino que crecieron comportándose como el resto de las personas, hablando y comunicándose como cualquier otro, sólo que deseando comer carne roja (humana o animal). Entre estos niños que están siendo estudiados y educados en distintas instalaciones ubicadas en Reino Unido está Melanie, una chica que destaca de entre el resto de sus compañeros por su capacidad de razonamiento, lógica y habilidad para la resolución de problemas.
Melanie es, sin saberlo, el siguiente paso en la evolución del virus y, eventualmente, de la humanidad; una segunda generación de infectados cuyo cuerpo y mente se han adaptado a los cambios de mutación de la enfermedad, que está a punto de transmitirse por aire y ya no exclusivamente a través de la mordedura de los infectados.
Durante este proceso evolutivo el que queda relegado es aquel que no se adapta, en este caso específico, el hombre, luchando contra algo más grande que él, contra un fenómeno natural que lo afecta pero que no sólo no alcanza a comprender, sino que avanza más rápido que su conocimiento en cuanto a la naturaleza del virus, su impacto en los individuos aislados y, lo más importante, la posibilidad de convertir a los afectados no en una anomalía, sino en una nueva especie. Entonces los sobrevivientes intentan resolver su situación, encontrar la cura, sin darse cuenta de que el proceso evolutivo los está dejando atrás. El resultado es un choque de ideales; los encargados de encontrar la cura ven a los niños como sujetos de prueba, portadores potenciales de una solución pero finalmente objetos de estudio, lejanos, impersonales y prescindibles; datos, números y estadísticas, no personas.
En la opinión contraria está Helen Justineau, profesora de los niños, quien los trata con amabilidad y consideración, argumentando que se lidia con sobrevivientes como ellos, diferentes al resto de los humanos (y hasta de los hambrientos) en muchos sentidos, pero también iguales, sus iguales, en muchas otras maneras. Son seres que responden a sus necesidades vitales de comer, descansar, protección y sobrevivencia, pero también con necesidad de afecto y capacidad de entendimiento y comunicación.
La capacidad de razonamiento de Melanie es única no sólo porque piensa y entiende, empatiza, razona y hasta siente curiosidad, deseo por vivir, crecer y aprender, sino porque eso que la hace diferente la hace especial, y lo que la hace especial la hace diferente.
Al principio de la historia la profesora Justineau les lee a los alumnos un relato relacionado con la caja de Pandora, de la mitología griega. Pandora fue la primera mujer creada por Zeus, una vez que Prometeo roba el fuego eterno y se lo da a la humanidad. Pandora entonces encuentra una caja que contiene todos los males y desgracias que existen en el mundo y los libera, pero cierra esta caja justo antes de salir el último objeto que contiene: la esperanza. En forma de analogía, en la película Melanie es Pandora. “La que posee dones” (She who brings gifts), es como Justineau lee que se le conoce a Pandora en la mitología griega, alusión directa al título original en inglés de la película.
“La esperanza es eso bueno que te permite soportar lo malo”, dice la profesora en un punto del relato. Y Melanie es la esperanza, de alguna forma u otra, aunque tal vez no la esperanza que los humanos estaban deseando encontrar. “Sólo quieren vivir”, dice la niña, refiriéndose a los hambrientos que hacen todo lo posible por encontrar carne humana, quienes más que atacar buscan su forma de sobrevivir, procuran su alimento, tal como lo hace cualquier ser del mundo animal, el hombre en primer lugar. Melanie, como Pandora, es responsable de las muertes humanas, o el que otros sobrevivientes se conviertan en zombis, pero ella también es responsable de que el mundo avance, o mejor dicho, que los que como ella se han adaptado a las circunstancias por efecto del virus, puedan vivir. Supervivencia es la clave.
“¿Por qué debemos morir por ustedes?”, pregunta la niña a la doctora Caldwell cuando le dicen que debe morir para poder hacerse una cura. Para Melanie los hombres son el eslabón débil de la cadena evolutiva y, por tanto, aquellos no indispensables para el desarrollo de la humanidad, o de la naturaleza en general. Que el virus se transmita por aire significará la muerte de todos aquellos no preparados para el cambio, pero también implica la supervivencia de los que, como ella ahora, son inmunes al virus, o mejor dicho, tienen capacidades físicas diferentes que les permiten vivir en el nuevo ambiente natural, es decir, los demás niños, quienes están listos para recibir un mundo nuevo y renovado. Y su decisión de esparcir el virus es esperanza, desde su punto de vista e impulsada además al darse cuenta que ella no es un experimento, sino otro ser humano más, aunque se trate de posibilidad de vida sólo para aquellos que se yerguen como sus similares.
“Nunca he conocido a una buena persona ni mala. Sólo haces lo que debes hacer”, dice uno de los militares que acompaña a este puñado de sobrevivientes recorriendo Londres para llegar a una base donde puedan rescatarlos. “¿Entonces nadie es responsable de nada?”, le dice la profesora Justineau. Pero, ¿cómo justificar o condenar las acciones de las personas cuando hacen lo que sea necesario por su supervivencia? ¿Cómo condenar las acciones de Melanie, al liberar el virus, después de la forma como el mundo la trató toda su vida? Ella hace lo que tiene que hacer y sus acciones tienen consecuencias, pero lo mismo aplica para todos los demás personajes; por ejemplo, la profesora Justineau, quien la defiende y pelea por enseñarles a los niños habilidades y defectos humanos, ejerce una práctica que influye en la decisión de la niña de liberar finalmente el virus. Y la forma como militares y doctores tratan autoritaria y despectivamente a los niños también influye en la razón por la que Melanie decide salvar a sus similares en lugar de a las demás personas. “¿Responsable para quién?”, le contesta el militar a Justineau tras su pregunta.
Sobrevivir es vivir a pesar de las condiciones adversas; perdurar a pesar de la escasez y los contratiempos. Los humanos en esta historia pelean por sobrevivir, pero Melanie, y por extensión, aunque en menor grado, los demás niños como ella, también lo hacen, y lo que hacen es evolucionar. Lo mismo podría decirse del virus, un hongo que ha encontrado la manera de entrar en una dinámica simbiótica con su huésped. ¿Cuál de los dos sobrevivirá? ¿Qué seres se adaptarán mejor al ambiente? ¿El hombre ha llegado a su extinción o ha evolucionado mediante mutación genética?
Ningún proceso evolutivo es sencillo, porque implica tanto diversificación como un proceso de selección natural. El más fuerte es que el que mejor se adapta, pero el sacrificio del más débil no significa necesariamente olvido o injusticia, sino necesidad natural.
Ficha técnica: Melanie: apocalipsis zombie - The Girl with All the Gifts