La Guerra de Vietnam fue un conflicto bélico que se llevó a cabo entre 1955 y 1975. Se peleaba por la reunificación de aquel país, sin embargo, éste estaba dividido en dos sectores. Vietnam del Sur era apoyado por Estados Unidos, quienes se decían también en contra de los ideales del comunismo de la República Democrática de Vietnam (Vietnam del Norte), lo que provocó un enfrentamiento que terminó con el tiempo siendo cuestionado por sociedades de todo el mundo en virtud de sus repercusiones socioeconómicas a corto y mediano plazo. El conflicto, además, representó un punto crucial en el enfrentamiento ideológico internacional entre el capitalismo y el comunismo, entre la derecha y la izquierda política.
En aquel entonces personas alrededor del mundo vieron casi en vivo los estragos de la guerra, gracias a la cobertura de los diversos medios de comunicación, pues el auge de la televisión permitía observar casi en tiempo real lo que sucedía en el otro lado del mundo, lo que hacía posible conocer las historias de vida y ser testigo de las imágenes que revelaban la realidad de las denuncias de violaciones a los Derechos Humanos, permitiendo abrir el debate respecto a las políticas de los países involucrados.
El resultado tuvo eco mucho más allá que la muerte y la destrucción, pues fue aquello lo que llevó a la sociedad a levantarse en contra de las guerras, en especial cuando se visualizaron las eventuales y preocupantes repercusiones del conflicto: no sólo miles de muertos y cientos de heridos, sino personas que estuvieron en batalla y que terminaron minusválidas, paralíticas y sufriendo trastornos mentales.
La mirada de este escenario, visto desde un grupo de soldados estadounidenses peleando en la frontera con Camboya en 1967, es desde donde se construye Pelotón (EUA, 1986), película escrita y dirigida por Oliver Stone. Protagonizada por Tom Berenger, Willem Dafoe, Charlie Sheen, Keith David, Kevin Dillon y John C. McGinley, entre otros; la cinta ganó cuatro premios Oscar: mejor película, director, mezcla de sonido y edición, además de acumular cuatro nominaciones más, mejor guión original, cinematografía y actores de reparto, para Berenger y para Dafoe.
La historia habla de la realidad cruda y cruel que viven las personas que tienen que atravesar por la guerra en carne viva; declarándose enemigos, matándolos, de gente de quien no son realmente sus enemigos, sino personas que se encuentran en la misma posición que ellos; todo sólo porque sus respectivos gobiernos así lo dictan, producto de sus propias agendas particulares. La película, sin embargo, acierta en no adentrarse en las razones detrás de estos movimientos de lucha de poder dentro de la política, sino que refleja en cambio cómo los soldados, en este caso, se convierten en peones dentro del tablero de ajedrez al que son empujados a entrar.
“Un día más. Sigo vivo”, narra el personaje que conduce el relato, Chris Taylor, un joven soldado que llegó al campo de batalla como voluntario, no reclutado, movido por su deseo de hacer algo y ser alguien, querer sentirse parte útil e integrada de una realidad a la que no le puede ser indiferente. Después de varios días dentro de la rutina cotidiana en el ejército y en el ambiente bélico, conociendo a otros soldados, en su origen y circunstancias que los llevaron a la guerra, Taylor se va dando cuenta de un evento social que se cuestiona, ¿cómo es que la gente combatiendo por su país se conforma sólo por las minorías, las personas sin empleo, los ciudadanos de raza afroamericana, los pobres que no tienen otro medio de vida o los parias que no son aceptados por nadie más? ¿En qué medida sus intereses, como ciudadanos, coinciden con el interés del gobierno en esa guerra de agresión a otro país?
Pero Taylor reflexiona aún más allá y comienza a notar la falta de humanidad que se vive dentro y fuera del campamento militar. A los pocos días, por ejemplo, recuenta que la vida militar es una serie de repeticiones al vacío, levantarse, caminar, montar el campamento, dormir, levantarse, caminar, montar el campamento por la noche y dormir. Una repetición que hace que los días, las noches, los pensamientos y los tantos momentos, se vuelvan vagos, irrelevantes incluso. Su vida se convierte en instantes insignificantes entre los que, en el intermedio, no pasa nada más que la espera, pero la espera por la muerte, sabiendo que en cualquier momento el bando contrario los atacará, sabiendo que lo único que puede acaparar su atención es la posibilidad de la batalla y la muerte.
Es importante imaginar este escenario de vida, la constante espera por lo peor, deambulando entre la monotonía y la batalla, sin ningún área intermedia sobre la cual reposar o resguardarse. Y esto conlleva a una segunda realidad, la violencia por la violencia misma. La guerra, en este caso, vista como un escenario de crueldad por la simple posibilidad de ejercerla, donde matar al de junto, muchas veces ese otro incluso de su mismo bando, es promovido como un acto de superioridad.
En un mundo sin ley donde las políticas detrás del motivo de la batalla se han quedado a miles de kilómetros y que se han desdibujado tanto que las personas realmente peleando mano a mano desconocen por completo, gracias en parte a que han sido entrenados para seguir órdenes, no proponer soluciones ni cuestionar el conflicto (si bien varios personajes se atreven a hacerlo, evidentemente porque se trata de personas pensantes que ‘viven’ la realidad como es), el resultado es una serie de actos de injusticia, violencia y abuso de poder, a través del cual muchos canalizan su propia furia.
En la película, no todos los presentes están corrompidos por el dolor y la injusticia, algunos aún se apegan lo más que pueden a los valores y la ética. Esto provoca que se formen dos bandos dentro del pelotón, aquellos que concuerdan, en parte por conveniencia, con la filosofía de vida del sargento Barnes, una persona mentirosa y deshonesta, decidida a pisotear a cualquiera que lo contradiga por el simple hecho de poder hacerlo, bajo una estandarte que dice que, si no tiene nada que perder, tampoco tiene nada que ganar y, por tanto, no existe una razón para seguir las reglas. El problema es que en este caso pareciera que en efecto para cualquiera por encima de él, desde sus superiores directos hasta la propia persona que mandó enviarlos ahí, su Presidente, no están interesados por lo suceda o qué les suceda a ellos. Al final son sólo instrumentos del juego bélico que implantan los gobiernos de cada país para imponer sus intereses político-ideológicos.
El resto del pelotón, por el contrario, sigue en actitud al sargento Elias, un hombre que pelea en la guerra porque lo siente como un deber, y quien apela más a valores como el honor y el respeto. Él no aprueba la invasión ni la masacre a los inocentes, básicamente porque sabe que, como ellos, se trata de víctimas de las circunstancias, ciudadanos que viven ahí, porque ahí nacieron y que defienden su tierra y su manera de vivir. Por supuesto, Elias y sus seguidores, entre ellos Taylor, necesitan desconectarse de todo ese dolor, violencia y desesperación; en su caso, recurriendo al uso de las drogas, un escape trágico porque se convierte en un recurso último para sobrellevar todo aquello que pesa sobre sus hombros, desde la muerte hasta la insignificancia de sus propias vidas, producto de la posición en la que se les pone.
Taylor y el resto de los soldados saben que, si bien existen dos grupos dentro del pelotón, los que siguen al idealista Elias y los que coinciden con el cruel y rompe reglas Barnes, lo cierto es que se trata de dos personas con pensamientos contrarios pero propios, lo que es significativo; el resto de los soldados sólo están en medio, viendo pasar la vida, una vida llena de tristeza, muerte y destrucción.
“No puedo creer que peleemos entre nosotros, en vez de contra ellos”, reflexiona Taylor, dándose cuenta que la guerra contra el enemigo sólo ha provocado un enfrentamiento dentro del propio pelotón, donde la gente ya no pelea por un ideal, la unificación de un país o la derroca de un movimiento político social, que es, aparentemente, el trasfondo que empuja al inicio de este conflicto bélico, sino que los soldados, por lo menos los estadounidenses, ya sólo luchan y arremeten contra aquel que se deje, contra el débil, quien quiera que este sea. Se impone la barbarie y el ejercicio de la fuerza brutal como forma de comunicación, incluso dentro de la misma organización militar, ya no digamos respecto al enemigo o a los civiles que aparecen en el contexto. Y entonces deja de ser una lucha por un bien común o el interés superior de la Patria, para convertirse en una lucha de la violencia por la violencia, convertida en un camino para sacar todo ese resentimiento que no puede canalizarse contra los responsables y, por tanto, parece canalizarse contra el que se pueda, contra quien sea que se tenga enfrente.
“No peleamos contra el enemigo, peleamos contra nosotros mismos”, analiza finalmente Taylor, concluyendo que la causa es una causa perdida, que la lucha no es estrategia sino pelea arbitraria injustificada, porque ni el gobierno ni el ejército mueven sus piezas con técnica y objetivo, sino que sólo las mueven al azar, ordenando invasiones y programando ataques sólo por el hecho de mantenerse presentes en la lucha, pero sin verdadera planeación, ya sea en destreza, programación política o diplomática. En el fondo el problema es el recurso de la guerra como medio para ‘solucionar conflictos’, siguiendo aquella vieja idea de que la guerra es solo la continuación de la política por otros medios, reduciendo la “civilidad humana” a simple ideal no alcanzado hasta el momento. Más aún cuando, como en el caso de la guerra de Vietnam, en nombre de la “democracia” se pretendía imponer un régimen político favorable al interés económico de los Estados Unidos de Norteamérica.
Entonces los soldados, así como los muertos, o los ciudadanos que quedan en medio del conflicto, se convierten en fantasmas del paisaje, piezas en un tablero que se pierden en el olvido, en la desdicha, en el sufrimiento y la injusticia. Una guerra que saca lo peor de la gente y que deja a los que sobreviven con lo peor del conflicto. Efectos que se resintieron en la sociedad norteamericana en múltiples aspectos años después de terminado el conflicto armado. Una realidad no muy alejada de cualquier guerra en la que se pueda pensar.
Ficha técnica: Platoon - Pelotón