Vivir la vida y asumir los cambios incluye aceptar aciertos y desaciertos, porque no todo puede ser bueno, pero tampoco todo es malo. Si una persona se desarrolla gracias a sus experiencias, son tan valiosas las caídas como los éxitos.
Así lo dejan ver los relatos de los Morgan, centro de la historia en ¡Qué verde era mi valle! (EUA, 1941), película dirigida por John Ford y escrita por Philip Dunne, basándose en la novela homónima de Richard Llewellyn. El proyecto cinematográfico estuvo nominado a 10 premios Oscar, de los que se llevó cinco, incluyendo mejor película y mejor director. Está protagonizado por Walter Pidgeon, Maureen O'Hara, Anna Lee, Donald Crisp, Roddy McDowall, John Loder, Sara Allgood, Barry Fitzgerald y Patric Knowles.
El título hace alusión a la forma poética en la que el narrador, Huw, el hijo menor de la familia, habla de los cambios sociales, económicos, afectivos, personales, que vive su comunidad, sus seres cercanos y él mismo, así como su impacto en la vida de su familia, mientras recuerda los tiempos pasados en los que, metafórica y hasta literalmente hablando, todo era más verde, más vivo. El concepto juega con el color y lo que representa, el verde, en comparación con el negro del carbón, debido a que los Morgan viven en un pueblo minero de Gales; un color negro que poco a poco va volviendo todo el ambiente social, físico y emocional más obscuro. Este gris en efecto funge como un calificativo de las desventuras de la familia, pero también en relación directa con el carbón, que literalmente está cubriendo el verde valle que alguna vez hubo en las montañas.
La historia comienza cuando los Morgan, una familia alegre, solidaria y luchadora se encuentra con un acontecimiento que desatará diversos obstáculos pero también oportunidades, lecciones, desdichas y fortunas con el paso de los años. Tras la felicidad de la boda del hijo mayor, los dueños de la mina donde trabajan la mayor parte de los habitantes del pueblo, avisan a sus empleados que comenzarán a reducir salarios. El señor Morgan cree que el motivo de esta decisión se debe a la baja en precio del carbón, sin embargo 4 de sus hijos varones (el mayor ya casado vive ahora con su esposa en su propia casa, mientras que el menor, Huw, es aún muy joven para ir a la mina), están seguros que se trata de una dinámica de movimiento en el mercado que responde a la ley de la oferta y la demanda.
Ellos explican que una fundidora cercana cerró y que ahora los hombres que trabajaban ahí, que han quedado desempleados, están llegando a la mina dispuestos a recibir menos paga por su labor. Los hijos de los Morgan consideran que si otros aceptan trabajar por menos dinero, la minera los empleará a ellos y despedirá a otros que reciben un mayor salario. El padre les insiste que los más capacitados serán los que conserven sus empleos, pero sus hijos no están seguros de que esta lógica, basada en valores como el respeto y la integridad, sea la que rija el actuar de los dueños de la mina.
“Los dueños no son crueles. Son hombres, como nosotros”, dice el padre de familia. “Hombres sí, pero no como nosotros”, le contestan sus hijos. La lógica de estos chicos es que el dueño de la mina se moverá tal vez por la avaricia y el beneficio propio, no la solidaridad, pero sobre todo, se preocupará por su patrimonio, no el de sus empleados.
La diferencia de opinión es clara, para el padre se trata de creer en la bondad de la gente, porque los dueños no son personas que harían mal al prójimo sólo porque pueden. Para los hijos la situación no recae en el hombre o su culpa, o su bondad, sino en la dinámica del sistema, porque el dueño puede o no ser una mala persona, pero mientras el sistema lo obligue a seguir peleando en la competitividad, no tendrá otra opción que exigirles mayor esfuerzo a sus empleados, explotarlos, buscar la forma de generar mayor valor incrementando la jornada de trabajo o la intensidad de la misma, o de lo contrario, por lo menos, recortar gastos y despedirlos a cambio de una mano de obra más barata. Entonces, ¿no viven todos realmente en un escenario de injusticia, dueños y trabajadores por igual, donde el verdadero culpable es la forma de organización económica, política y social, que vela por los poseedores de los medios de producción, no por quien los dirige o los trabaja?
Los Morgan más jóvenes de la familia basan sus opiniones en un punto clave, que los dueños tienen poder, los trabajadores no; el dueño puede pelear por sus derechos y oportunidades, el trabajador no. Es así que los jóvenes deducen que la única salida para su problema es la creación de sindicatos. “No cuestionamos tu autoridad, padre. Pero si los buenos modales nos impiden decir la verdad, prescindiremos de ellos”, le dicen al señor Morgan sus hijos. Para el padre un sindicato significa apoyar el movimiento del socialismo y es que para la época un sindicato implicaba no sólo la luchar por mejorar las condiciones del trabajador, sino convertir la propiedad privada en pública, que es, en corto, una forma de cuestionar a la autoridad y el sistema social, algo a lo que a muchas personas, incluidas el señor Morgan, se les había enseñado, condicionado incluso, nunca hacer.
El trasfondo del debate entre ambas posturas va ligado a la realidad de que los empleados, como mano de obra, también tienen el derecho de pelear por garantías, su salario y sus derechos. En la historia, los mineros eventualmente se van a la huelga. El eco que esto conlleva trae diferentes repercusiones, tanto dentro de la familia Morgan como en el resto del pueblo. Los que apoyan a la huelga acusan al señor Morgan de no empatizar con la causa. Pero como la señora Morgan les reclama durante una reunión, no pueden volcar su desesperación y angustia hacia el hombre que está a su lado trabajando en la mina, sólo porque la huelga no esté dando los resultados que esperaban; ellos no pueden ver al señor Morgan, capataz en el trabajo, como un enemigo, cuando no lo es; que piense diferente respecto a la huelga y al sindicato no significa que no quiera los mismos derechos que ellos por su trabajo.
Cuando finalmente la huelga termina, las repercusiones de la decisión dejan una huella importante. En los Morgan y muchas otras familias del pueblo porque al reabrir sus puertas muchos ya no pueden ser aceptados de vuelta en la mina; o porque la producción bajó tanto que ya no hay empleos disponibles; o porque los dueños no tienen fundamentos para despedir a aquellos que aceptaron trabajar por menos salario (que en su lógica tendrían el derecho de exigir conservar su empleo).
Este punto marca otra serie de desdichas e infortunios que les deparan a los miembros de la familia, a veces vistos como oportunidades de crecimiento, pero que también traen consigo una separación familiar, precisamente porque crecer y madurar significa independencia, tanto de acción como de decisión. Dos de los hijos, por ejemplo, al quedarse sin empleo, deciden mudarse y buscar oportunidades de vida en el ‘nuevo continente’, América. Mientras que, más tarde, el hijo del dueño de la mina comienza a cortejar a la hija del matrimonio Morgan, Angharad, obligándole a decidir sobre su futuro inmediato y a largo plazo, con el peso además de la presión familiar que no tiene en cuenta sus sentimientos y afecto por un tercero. Poco después, Huw, con el dinero que puede obtener la familia ahora, es enviado a la escuela a un pueblo cercano, pretendiendo darle educación necesaria para progresar.
Los últimos dos escenarios fungen como ejemplo de la forma como se moldea la mentalidad de una sociedad conservadora que juzga basándose más en ideas preconcebidas que en hechos, además del peso de las diferencias de clase social en un mundo en el que la división entre los dueños de los medios de producción y sus empleados es tan marcada.
Angharad, por ejemplo, la única hija de la familia Morgan, sale molesta de un servicio de misa en el que las autoridades del pueblo deciden juzgar a una mujer que ha quedado embarazada fuera del matrimonio. La joven reclama a las personas no demostrar bondad hacia la joven embarazada, tachándola de indecente sólo porque no entienden su situación. Para Angharad es contradictorio que la gente diga profesar solidaridad y misericordia durante misa y después se atreva a atacar, juzgar y descalificar a una mujer que en ese momento no necesita pedradas, sino apoyo.
Ella misma vive una situación similar hacia el final de la película, cuando regresa al pueblo sin su marido, el hijo del dueño de la mina. Las mujeres comienzan a rumorar un posible divorcio, alegando que la joven sigue enamorada del pastor de la iglesia, lo cual significa que recibirá un juicio similar en la iglesia al que vivió la mujer embarazada a la que defendió.
Llamar cobardes e hipócritas a las personas como lo hace Angharad es un discurso parecido al que su madre hizo al resto de los trabajadores de la mina cuando acusaban al señor Morgan de no simpatizar con sus deseos de huelga. En el caso de Angharad, ella le dice a la congregación que pareciera que los presentes sólo están en la iglesia por miedo a ser castigados si no estuvieran ahí, como si la gente se moviera con la corriente por inercia, no porque elijan hacer lo que sus convicciones y pensamiento les dicen que deberían hacer y cómo actuar.
“No se resuelve la injusticia con más injusticia”, dice en un punto el pastor de la iglesia, hablando en ese momento de la huelga pero cuya una frase aplica a muchos de estos escenarios de pensamiento divergente, que después aterrizan en el tema de las diferencias sociales a través de la experiencia de Huw en la escuela, en la que sus compañeros lo denigran y se burlan de él sólo por provenir de una familia y una ciudad de mineros. El niño aprende varias lecciones: desde la importancia de defenderse a uno mismo, como el valor de la educación (no sólo hablando de conocimiento, sino también del respeto al prójimo, ofrecerlo y exigirlo por igual). El chico no es más ni menos por la familia a la que pertenece o la profesión a la que se dedican sus padres; la experiencia le hace darse cuenta que el valor de las personas va más allá del dinero que tienen en el bolsillo o del nivel educativo escolar hasta el que llegaron. Al contrario, su valía como personas también se mide por su forma de pensar, de actuar, por sus parámetros de la ética y la moral, el respeto y la integridad, su capacidad de empatía, solidaridad y afecto.
“Vivimos en la mente del otro”, dice en un punto de la historia el pastor y sus palabras hilan con la narración de Huw, quien dice, “En mi mente, permanecen vivos”, hablando de su familia, de sus recuerdos, de la gente que no puede estar siempre a su lado, en persona, pero que no por eso deja de estarlo, en espíritu. El destino de cada quien se va formando a raíz de sus decisiones, de su forma de ver y actuar en el mundo; casarse, mudarse a otro país, trabajar en la mina o en otra área. “Puedes regresar y revivir lo que desees, si lo recuerdas”, dice Huw, porque a través de su memoria mantiene vivos a aquellos que se han ido, literal y metafóricamente hablando, y es que, después de que todos a quienes conoce han continuado con su vida, lejos de allí, o ha fallecido, después de que el verde ha sido cubierto de gris, no le queda otra que él mismo seguir adelante, migrar y aferrarse a lo único que nadie podrá quitarle: sus recuerdos.
Ficha técnica: How green was my valley - Qué verde era mi valle