La indiferencia significa frialdad, en el sentido de desapego o desinterés, es decir, que algo es tan distante que no se le tiene ni simpatía ni repudio, porque no se le da importancia ni se le presta un mínimo grado de atención.
La indiferencia entre personas afecta las relaciones humanas. Cuando se habla de indiferencia social se habla entonces de una falta de participación y solidaridad. El resultado es la decadencia humana pero también el desorden social. Un mundo en el que el individuo está tan ensimismado en sí mismo que decide ignorar lo que sucede a su alrededor.
Este es el escenario que critica, a través de la comedia, la película Shaun of the Dead (Francia-Reino Unido-EUA, 2004), dirigida por Edgar Wright y coescrita por éste junto con Simon Pegg, quien a su vez estelariza, al lado de Nick Frost, Kate Ashfield, Lucy Davis, Dylan Moran, Penelope Wilton, Bill Nighy y Jessica Stevenson. Se trata de una, por momentos parodia y, por momentos, sátira social, que al mismo tiempo hace honor a varios clásicos de cine del género zombi. El propio título por ejemplo, Shaun of the Dead, es una referencia directa a Dawn of the Dead (El amanecer de los muertos), una de las películas más importantes de su estilo en la historia de la cinematografía.
Se trata de una comedia de terror que resalta aquellas incoherencias de la vida, las impulsividades del ser y hasta la incompetencia humana. Y lo interesante con este tipo de historias no es sólo reírse de lo que sucede en pantalla, sino reírse de uno mismo, específicamente gracias a ese reflejo social que se logra a través de un género fantástico que se crece con lo irreal, zombis en este caso, pero que se sustenta en algo muy real, la dinámica social actual; no sin, de paso, recalcar aquellos absurdos del género, lo que como toda parodia, añade un tono humorístico e irónico a aquello que representa.
Shaun, el protagonista, es un joven con pocas expectativas que vive al día, sin ningún deseo de superación. Apegado a una rutina cómoda e irresponsable, suele voltear la cara y dejar las cosas a medias antes de aspirar a algo que requiera su atención o esfuerzo. Lo más importante en su vida, sin embargo, es su novia Liz, su mejor amigo Ed, y su propia madre, Bárbara; así que cuando un apocalipsis zombi se desata, comienza la lucha por mantenerse todos a salvo.
En un principio, recalca marcadamente la historia, la gente ignora las primeras señales de que algo extraño sucede en la ciudad, y parece como si la mayoría de las personas desestimara cualquier indicio de un comportamiento poco usual a su alrededor, mientras no sea su prioridad. Shaun cree ver conductas poco comunes entre la población, pero sus problemas personales y laborales, indistintos y no realmente trascendentales, incluso para él, lo distraen de notar cualquier detalle que no esté relacionado con su propia persona. El problema no es que Shaun vele por sus intereses o que los pequeños focos rojos le pasen desapercibidos, sino que los evidentes cambios son confundidos con la misma superficialidad de sus alrededores, o con su vida misma, rutinaria, monótona.
Para ejemplificarlo se encuentra la escena en que el caos se ha esparcido una vez que tantas personas se han convertido en zombis. Shaun despierta soñoliento y decide salir a comprar un refresco, haciendo de su camino un recorrido rutinario que transita sin reparar en que en la calle hay cuerpos tirados de gente fallecida y zombis caminando sin rumbo en las aceras. De esta forma la película hace hincapié en dos situaciones específicas: una, la indiferencia de Shaun, que apenas y mira lo que sucede en su entorno, mira pero no observa, porque, dos, el mundo parece moverse dentro de una dinámica distante, banal, ajena a él, que es como si ni siquiera exista un motivo por el que Shaun tenga que mirar lo que sucede.
Ahí está también, por ejemplo, la escena en la que, antes del desastre de infección, un vagabundo, con expresión distraída y sin siquiera hablar, se acerca al protagonista a pedirle dinero. El mismo vagabundo más tarde, convertido en zombi, se acerca también a Shaun para morderlo, pero su actitud no ha cambiado, sigue caminando erráticamente y emitiendo sonidos en lugar de hablar. Esa actitud que no se modifica es la manera como la película parece decir que las personas suelen actuar como zombis, metafóricamente hablando, incluso si no hay epidemia o virus circulando.
A través de estas escenas se expresa una crítica respecto a la manera como la dinámica social en que vive el hombre vuelve a las personas distantes entre sí, las enajena de sí mismos y respecto a los otros seres humanos, empujándolas hacia una cotidianeidad absurda, egoísta, individualista, sin sentido, que reduce su visión de vida, que anula el deseo de progreso, de superación; algo así como una existencia banal y vacía provocada por la misma organización de un sistema social que promueve precisamente que las personas actúen así, nada ajeno a la dinámica social de precariedad económica en que viven la mayoría de los hombres y que les impide pensar más allá que en la forma de subsistir un día más.
Shaun no nota a los zombis en las calles, no presta atención a las noticias que informan de lo sucedido, ni se da cuenta de la destrucción que sucede en la ciudad porque su mente está acostumbrada a dejar de analizar lo que le rodea, o sopesar lo importante, o diferenciar, lo correcto de lo incorrecto, o lo trascendental, a tal grado que lo ha reducido todo a la trivialidad. ¿Cómo podría preocuparse de los disturbios, si le es común oír de ellos todo el tiempo en las noticias? ¿Cómo podría notar a la gente deambulando sin rumbo en la calle, si es algo que parece suceder, independientemente de las circunstancias que lo provocan, todos los días? ¿Cómo preocuparse por algo, si ese algo se repite con tanta frecuencia que pierde el sentido hasta un punto que la mente no hace más que minimizarlo?
El destino fatal de los sobrevivientes es, irónicamente, producto de su propia impulsividad e irracionalidad, una realidad no muy alejada del cómo actúan los zombis, por cierto. En este caso, para los protagonistas, es querer hacer algo y, por no saber bien cómo actuar, sólo enredar más las cosas. Esto es, las autoridades piden a la ciudadanía no salir de casa y esperar por ayuda, pero Shaun decide salir con Ed a buscar a Bárbara y luego a Liz. Y, peor, convence a todos de ir a resguardarse a un bar, ese sitio que frecuenta y donde se siente a salvo, no porque sea un lugar seguro, sino porque es un espacio físico que conoce y reconoce, un lugar en el que se ve y se siente cómodo. Shaun no sólo convence a todos de ir sin importar si el establecimiento es o no, de forma práctica, un buen lugar de refugio; la decisión se convierte eventualmente en lo que provoca el destino fatal de varios de los personajes. Si Shaun y los demás hubieran seguido las instrucciones de las autoridades, hubiera habido menos líos y, posiblemente, menos muertos. Todos podrían haber sido rescatados sin, potencialmente, muchos altibajos.
La idea es sencilla, no sólo el hombre no confía en su propio gobierno, sino que las personas están acostumbradas a hacer lo que quieren por el simple hecho de creer que su palabra es la última palabra, que su decisión es la correcta. Su elección puede no resolver el problema ni dar soluciones verdaderas o efectivas, pero las personas se han convencido a sí mismas de tener todas las respuestas, incluso si eso no es cierto. Que no es más que un autoengaño.
En su camino hacia el bar, los protagonistas no buscan más que ser rescatados, ¿pero, no buscan más porque no saben qué hacer respecto a la situación o porque no logran dimensionar por completo el problema, al fallar en ver el panorama en su verdadera escala, una pandemia letal y global?
La película es una sátira porque ridiculiza estas acciones, rutinarias, mecánicas y monótonas, exagerándolas burlonamente y creando, en este caso, una analogía, convirtiendo a la sociedad en un grupo de zombis. Y los zombis son, además de muertos revividos que quieren comer carne, entes no pensantes que se mueven por inercia y a la deriva. El tipo de individuos que, conforme a Sartori, está creando la sociedad que pretende descansar la educación en la televisión, el internet y las redes sociales. Personas que ven pero no piensan [homo videns]. En la historia estos seres no son ni ágiles ni inteligentes, Shaun y sus compañeros, por ejemplo, pueden fácilmente ‘engañarlos’, haciéndose ellos mismos pasar por zombis simplemente con moverse y emitir sonidos similares a los que hacen ellos. Se mimetizan actuando y comportándose como el común, es decir, como los zombis, igual que en la sociedad muchos prefieren mimetizarse vistiéndose, comiendo y actuando como dicte la moda o como la mayoría, todo con tal de ser aceptados. Y entonces no son inteligentes no en el sentido de conocimiento, sino de reconocimiento. Son distraídos, distantes, indiferentes, mediocres, carecen de identidad y de aspiraciones, en pocas palabras, van perdiendo su calidad humana. Pero, ¿seguimos hablando de una ficción?
Ficha técnica: El despertar de los muertos - Shaun of the dead