La gente cree lo que quiere creer, y no se trata realmente de conocimiento o carencia de él, sino de fe, no en el sentido estrictamente religioso, sino respecto a depositar confianza en una autoridad (real, irreal, imaginaria, divina o tangible), que asevere seguridad en algo.
Una persona puede creer que una deidad salvará a la humanidad, o en la solidaridad de las personas tras un evento catastrófico, o en el potencial humano, o en que los padres siempre querrán a sus hijos, son todos ejemplos de creencias que guían la conducta de los individuos, pues las creencias nos definen y son parte inseparable de nosotros mismos. Esa creencia, su fe, tiene importancia en su desarrollo y socialización, pero lo más relevante, sin embargo, es entender qué los lleva a creer en ese algo. ¿Hay algún sustento de prueba palpable o visible detrás de una creencia? ¿Hace falta que la haya? Seguramente no, porque justamente en las creencias está incorporada nuestra cultura ancestral, más allá de teorías o explicaciones científicas. El que creé, quien tiene fe, no necesita explicaciones, simplemente asume.
Las preguntas son parte de la resonancia temática que rodea a la película Sound of my voice (EUA, 2011), o El sonido de mi voz, en su traducción literal al español; proyecto dirigido por Zal Batmanglij y co-escrito por éste junto con Brit Marling, quien además co-protagoniza al lado de Christopher Denham y Nicole Vicius.
La historia trata de una pareja, Lorna y Peter, que se infiltran a una secta de culto con el objetivo de descubrir o desenmascarar, a través de un documental, a su líder, Maggie, una joven que asegura venir del futuro, específicamente del año 2054. La tarea no es fácil pero el principal obstáculo aparece cuando Maggie los hace confrontarse a sí mismos y a sus ideales.
Es entonces cuando la diferencia entre creencia y convicción se vuelve tan importante. Maggie recluta a seguidores haciéndoles creer en su palabra, pues una creencia recae en que la persona se convenza de algo. Las convicciones son ideas de las que se está completamente seguro, a las que se llega mediante razones y argumentos. No es lo mismo suponer algo (creencia), que tener certeza de ello (convicción).
Lorna y Peter parecen estar seguros que Maggie es una charlatana, participando en un juego de fraude cuyo objetivo aún es desconocido para ellos. Sin embargo, ella les hace dudar de sus ideas cuando los confronta, cuestionando no sólo lo que piensan, sino también quienes son.
Hay dos puntos interesantes respecto a este asunto. El primero es que las palabras de Maggie no son hirientes, sino que obligan a la reflexión. ¿Quién soy y en qué creo? O, ¿Hacia dónde voy y qué ataduras no me permiten llegar ahí? Y es sólo a través de su figura de oposición que tanto Lorna como Peter, así como el resto de los seguidores de este culto, pueden atreverse a mirar las cosas de una forma diferente, a explorar nuevas formas de conducta, a buscar un sentido a su existencia.
Siendo aquello lo que resulta más preocupante en el aspecto social, que sólo a través de un ideal imposible o a la creencia de una ‘magia’ (que Maggie venga del futuro en este caso), la gente comience a considerar las diferentes posibilidades de su mundo, encontrando en esa voz supuestamente más experimentada, la confianza necesaria para pugnar por su propia transformación.
Ello conlleva a un segundo punto clave respecto a la forma de organización y el cómo opera este grupo, que maniobra conforme a su propia agenda personal. Maggie confronta pero para moldear al ‘discípulo’ o seguidor a su antojo, con palabras y emociones fácilmente relacionables (miedo a la soledad, duda sobre nuestras capacidades, la incertidumbre del futuro o los tropiezos del pasado, por ejemplo), demostrando una empatía hacia ellos que inevitablemente, en respuesta automática del ser, será correspondida.
Y entonces ella logra forzarlos a cuestionar su vida como medio para romper barreras y destruir sus defensas de autopreservación. Excepto que, en lugar de ayudarlos a cambiar para mejorar, los manipula para que se convenzan de que ella, como ‘salvadora’ que se dice, se convierta en su voz de decisión. Y aunque la película no ahonda en el proceso de selección de los candidatos para convertirse en integrantes del grupo, parece evidente que esta manipulación sólo funciona mientras, uno, sus seguidores no cuestionan las palabras de la propia Maggie, y dos, su actitud permanezca sumisa.
El grupo elige a personas débiles en quienes aplican la suficiente presión porque son aquellas las que pueden malear y engañar, haciéndoles confiar en algo, sea verdadero o no. El por qué es simple, ellos ya están dispuestos a creer; simplemente presentarse a una primera reunión para formar parte del grupo demuestra señal de esta entrega.
Lorna es hija de dos figuras del medio del entretenimiento, con su propio pasado de adicciones, superado una vez que decidió cambiar para dejar atrás la vida libre que le terminó siendo banal. Peter, por su parte, parece seguir perseguido por un pasado de abuso e inseguridades que aún arrastra, pero oculta. ¿Cuál de los dos es el blanco más ‘fácil’ de atacar? Y no se trata solamente de quién es más débil de carácter, quién tiene asuntos sin resolver y dolencias con profunda huella que nublan aún su presente; la persona más débil es sobre todo aquella cuyas convicciones son tan débiles como sus creencias, con una delgada línea entre ellas, y su identidad carece de seguridad.
La película tampoco profundiza a detalle en el verdadero objetivo de la organización; terrorismo es lo que más deja ver el relato y tiene tanto sentido como justificación. Maggie y Klaus, el hombre que dice haberla salvado cuando, tras ‘llegar del futuro’ la ve deambulando por las calles, continuamente hablan de un evento, una ‘salvación’, el ir a un lugar ‘mejor’, de convertirse en una unidad capaz de sacrificarse por cualquiera de sus miembros y, en especial por su líder, ella. ¿No es así como operan varios grupos radicales y extremistas con propósitos muchas veces fanáticos y eventualmente opositores pero con violencia? El sacrificio y la violencia como medio de salvación.
Parece entonces que más que una maniobra de manipulación, aquí se trata de un sutil trabajo de persuasión. Maggie más que distorsionar una verdad con maña, les da razones a las personas para creer en ella. ¿Su engaño? Decirle a la gente lo que quiere escuchar.
La resolución de la historia obliga al espectador a cuestionar lo que ve, de la misma manera como Peter (más que Lorna) deambula en el vaivén de la duda, lanzando preguntas más que soluciones directas. ¿Es la niña enferma a quien Maggie pide conocer realmente su propia madre (como ella asegura)? ¿O es que la niña en realidad es su hija (hermana o incluso familiar) a quien intenta desesperadamente recuperar (o salvar del aparente escenario de abuso en el que vive)? ¿Es Maggie sólo un peón más en el juego de su verdadero líder, Klaus?
Al final la pregunta más insistente y preponderante siempre será: ¿Viene Maggie realmente del futuro? Uno podría decir que evidentemente no, pero, al final, el espectador ‘creerá lo que quiera creer’.
Ficha técnica: Sound of my voice