La ciencia ficción es un género narrativo que combina tanto imaginación como sustento científico. Es algo así como una ‘ficción científica’, o en otras palabras, mundos creados que tienen en el fondo un aval creíble, verosímil, probable conforme al desarrollo alcanzado por la ciencia y la tecnología. Puede ser, por ejemplo, realidad virtual, viajes en el tiempo, existencia de una inteligencia artificial superior o la presencia de vida extraterrestre.
La película Terminator (EUA, 1984), dirigida por James Cameron y protagonizada por Linda Hamilton, Arnold Schwarzenegger y Michael Biehn, toma varios de estos temas y los aborda de una forma que plantea preguntas relevantes para la sociedad actual, desde el cómo avanza la tecnología con relación al desarrollo social, o las implicaciones científicas, éticas y de cambio que conlleva la creación de robots construidos a semejanza física con el hombre.
La historia comienza en un escenario futurista, el año 2029, en el que la humanidad casi ha sido destruida y las máquinas han tomado la mayoría del control sobre lo que sucede en el planeta. A punto de perder la batalla contra los humanos que todavía pelean por su libertad, las máquinas envían al pasado, al año 1984, a un ciborg para asesinar a la madre del líder de la resistencia, John Connor. Para salvar a Sarah Connor los humanos envían a Kyle Reese, un hombre cuya misión es evitar que la máquina cumpla su cometido y de esta manera asegurar la continuidad histórica del proceso de enfrentamiento entre robots y hombres después de la conflagración nuclear, pues en el fondo el objetivo es asegurar que el futuro siga intacto, con los humanos a punto de ganar la guerra.
Una de las preguntas más importantes que esta línea narrativa plantea al espectador es: ¿Se puede cambiar el futuro? Aquí entran en juego distintas variantes, desde el concepto de destino hasta la comprensión de la factibilidad y variantes propias de los supuestos viajes en el tiempo.
Si son las decisiones que se toman las que forman el presente y el futuro de una persona; ¿por qué vivir un mismo momento dos veces haría a alguien cambiar de decisiones? O en todo caso, ¿es posible? La idea lógica de este imaginativo que inquieta al ser, los viajes en el tiempo, explorados a través de la literatura, el cine o la televisión, recae en el deseo de poder hacer las cosas de manera diferente, mejor, en donde entra en juego tanto la incertidumbre como el arrepentimiento, o, en el opuesto, saber qué sucederá en el futuro permite evaluar y determinar si la acción tomada, ya sabiendo sus consecuencias, se considera correcta o no, que empata igual con el temor al terreno de lo indefinido y al error. Desde luego que incluso en este supuesto, tomar una decisión distinta no necesariamente significa que el resultado será ‘mejor’ recibida (de nuestro agrado). En última instancia, es cierto que los humanos construyen su propia historia, a partir de sus decisiones, pero lo hacen en el marco de las condiciones socioeconómicas en que existen y los resultados van evolucionando con niveles de incertidumbre fluctuantes. Los viajes en el tiempo ¿lo modifican?
El concepto de la posibilidad en el cambio temporad entonces se convierte así en un mero deseo provocado por la duda; la posibilidad de una posibilidad. El tema se aborda según los intereses del que lo razona, porque un científico no ve su viabilidad de la misma forma que un matemático, un médico, un atleta o un escritor, por ejemplo. Algunos intentarán entender su sustento científico, pero la mayoría verá el concepto como una ventana hacia segundas oportunidades. ¿Qué cambiaría yo (si el viaje en el tiempo fuera una realidad)? Y también, ¿Cambiaría yo como ser humano con otras vivencias percibidas en el viaje a través del tiempo?
El escenario da paso a otras cuestiones importantes, desde el que el hombre aprende de sus experiencias y el cómo a partir de ellas el ser evoluciona, hasta la realidad práctica y simple que dice que la vida es una secuencia de decisiones. Se vive y se sigue adelante, no se vive para regresar al mismo punto de partida, como para repasar un pasado que en efecto ya ha quedado atrás. No se puede vivir en círculos, porque hacerlo implicaría un estancamiento.
Y es ahí donde entra otra variable en cuestión: el bucle temporal y las verdaderas cuestiones filosóficas que implica el concepto ‘viaje en el tiempo’. La conceptualización de esta dinámica plantea que, si alguien viaja al pasado, cuando ese momento sucedió, en su tiempo, la persona ya había estado ahí, de otra manera en su futuro no habría tenido que regresar al pasado. En este caso, para entenderlo de manera práctica, Kyle Reese viaja del futuro a 1984 para conocer ahí a Sarah Connor, sin advertir que después se convierte en padre del hijo de ella. John entonces sólo existe porque Reese viajó al pasado. Por tanto, si en 2029 él no fuera enviado a 1984, John no nacería. Un viaje que además sólo sucede como respuesta a la acción de las máquinas de intentar eliminar a Sarah Connor, en primer lugar, porque es la madre del líder de la resistencia humana.
Técnicamente entonces, para ganar, las máquinas no tienen realmente que viajar al pasado para evitar que el líder de los humanos nazca, sólo tendrían que desechar su plan de matar a su madre, porque entonces los hombres no mandarían a Reese a perseguir al ciborg, y si éste no viaja a 1984, John Connor no nacería. Claro que la pregunta sería: ¿Pueden saber las máquinas que el líder es hijo de un hombre del futuro, o mejor dicho, de su propio presente? Esta serie de dimes y diretes, de círculos temporales, funcionan para ahondar un concepto básico, ¿el futuro se construye o es que ya está hecho?
La película además aborda otros aspectos relacionados, pero más inmersos en el tema de la tecnología, específicamente la inteligencia artificial y la creación de máquinas mitad humanas que, por lo menos en la película, se ‘rebelan’ contra sus creadores. Un debate constante en la actualidad, donde ciencia, tecnología, desarrollo, ética y evolución, convergen en la creación de robots y las habilidades para las que son programados. En este futuro distópico, irreal y ficticio, la máquina ha superado al hombre, pero igual que con muchos otros conceptos de la historia, esta realidad sólo existe por las propias fallas del ser humano, que con sus errores hacen posible el levantamiento de las máquinas y su capacidad de autoconciencia posible. El derecho a la rebelión inherente a su propia transformación en casi humanos y su autocapacidad casi misericordiosa de proteger al humano de sí mismo, de sus debilidades.
¿Es que la máquina realmente ha superado al humano, o es que el hombre ha cometido los suficientes tropiezos como para dejar innumerables huecos en la programación de comandos, de tal forma que es posible a la inteligencia artificial encontrar la forma ‘lógica’, matemática, de resolver la problemática que se les plantea, desde un punto de vista no objetivo, sino a su favor? En este caso, al determinar que la humanidad es un peligro latente que debe ser eliminado. Y si los robots tienen consciencia además de inteligencia artificial, siendo producto de la sabiduría humana, ¿no es lógico que también tengan deseos e intereses humanos? Es la misma lógica como antaño se creaban dioses a imagen y semejanza del hombre, con sus virtudes y defectos, incluso dioses para sentimientos, placeres y vicios específicos.
Si un programa concluye que el hombre debe ser sacrificado porque su presencia se ha vuelto un riesgo, ¿lo ha categorizado realmente así la máquina o es una deducción basada en un análisis de datos programados, organizados por el propio humano? Si es la segunda y el hombre tiene la respuesta a una pregunta que tal vez se ha hecho al menos indirectamente, ¿qué es lo que hace al respecto? Y no en el ayer o en el mañana, sino en el ahora, en su presente. Se plantea entonces la pregunta ética fundamental que ha rondado al desarrollo de la ciencia por lo menos desde la mitad del siglo pasado: ¿Debe el humano jugar a ser Dios? ¿Está el desarrollo científico generando las condiciones para la extinción de la especie humana?
En la narrativa las máquinas ganaron poder gracias a que estaban conectadas a todo sistema operativo, automatizándose incluso los sistemas de defensa y armamento. Controlado un sistema que lo ve y vigila todo, que tiene acceso a la información de millones de personas y que, además, está encargado de la gestión de toda actividad (un ejemplo práctico actual serían las computadoras personales, las casas inteligentes y las redes sociales que monopolizan la información), hablamos de que no es la máquina la que decide el rumbo del futuro, es el hombre quien delega en la máquina el poder de acción de una decisión que toma, mediante programación algorítmica, pero de la que no se hace responsable.
No se trata entonces de una realidad en la que las computadoras y la inteligencia artificial tomen decisiones, sino, más bien, reflexionando sobre el mundo actual, se trata de la importancia de la creación de barreras y límites para evitar que el hombre siga pensando que con dar directrices a un programa es suficiente como para dejarlo sin supervisión. Es decir, las maquinas obedecen a programación diseñada por el humano y no tienen, ni pueden tener consciencia. ¿Es que realmente después de encender una lavadora o una secadora, ésta nunca ha cometido un error durante su ciclo de trabajo? ¿Nunca falla? La respuesta es que la programación puede tener errores, o que las piezas y los programas utilizados se desgastan, se deterioran, se nulifican, ocasionando, eventualmente, alteraciones en su funcionamiento. El ser humano lo sabe y por eso recurre a la obsolescencia programada. Lo mismo puede suceder con las demás máquinas, con las ensambladoras de partes automotrices y hasta los asistentes inteligentes. ¿Por qué sería diferente con un robot, con un ciborg o un programa de inteligencia artificial?
El viaje en el tiempo no es una realidad posible, sino deseada; así mismo la creación de máquinas inteligentes y la esperanza de que su semejanza con el hombre permita entender tanto el origen como la trascendencia del ser no es algo que corresponda a una realidad futura, sino una preocupación presente que ocupa a miles de científicos e intelectuales de distintas disciplinas. Más que preguntarse entonces qué sucedería si tal o cual cosa pasara, o si fuera cambiada, las personas deben cuestionarse sobre qué está sucediendo hoy, cuál es el posible uso de la tecnología de vanguardia, cómo se instrumenta el manejo de la información personal con fines de vigilancia, control o de lucro, incluso, cómo funciona el panóptico digital para disminuir la capacidad de pensamiento y crítica en la mayoría de la población mundial. La ciencia ficción es un medio que permite criticar y analizar estas reflexiones, pero para aterrizarlas es vital diseccionar todos sus planteamientos, un siguiente paso que todas las personas deberían estar dispuestas a tomar, respondiéndose siempre la pregunta ¿dónde está la ciencia y dónde está la ficción?
Ficha técnica: Terminator - The Terminator