Activismo significa creer en algo y tomar acción defendiendo los valores sociales que involucra, es manifestarse a favor de una causa, divulgando ideas, exigiendo cambios y promoviendo la postura que se cree generará cambios benéficos para la sociedad, ya sea que las ideas tengan su sustento en la política, la religión, el orden social o el ecologismo.
¿Cuándo se ha logrado el cambio? ¿Hasta dónde se llega para lograrse estos objetivos y en qué momento la acción convertida en radicalismo deja de ser justificada? ¿Cuándo deja de pelear el activista?
Las preguntas son parte del contenido analítico de la película The East (EUA-Reino Unido, 2013), dirigida por Zal Batmanglij y coescrita por éste junto con Brit Marling, quien también protagoniza y a quien le acompañan en pantalla Ellen Page, Alexander Skarsgard, Toby Kebbell, Shiloh Fernandez, Julia Ormond y Patricia Clarkson.
La historia sigue a Sara, ex empleada del FBI, quien llega a trabajar para una compañía privada cuyo objetivo es espiar a grupos de activistas que pelean contra las compañías multinacionales que los contratan. Sara es enviada a infiltrarse en un grupo de ecoterroristas llamado The East (El Este), para quienes su misión es desenmascarar a empresas privadas que dañan el ecosistema y por extensión la salud de las personas, sin embargo, su modo de actuar es excesivamente radical, al grado de haberse convertido en un juego del ‘ojo por ojo’. Mientras más convive Sara con ellos, más comienza a compartir sus motivaciones, a conocer los efectos nocivos que ocasiona el proceso productivo industrializado y el consumo del despilfarro, más se identifica con la necesidad de exponer la corrupción cuando nadie más lo hace, sin embargo, discrepa con el modo de acción del grupo, para quienes parece que lo importante es alcanzar el objetivo final, sin importar las consecuencias.
La película cuestiona las acciones de todos los involucrados, los activistas, las multinacionales, la empresa privada que contrata a Sara y a Sara misma, quien al convivir con el grupo se da cuenta que su cometido tiene un objetivo noble, crear un cambio positivo, que las fábricas dejen de tirar sus desechos en las aguas que después la población usa para lavar, bañarse y hasta cocinar, o que las farmacológicas dejen de vender productos cuyos efectos secundarios no han sido completamente estudiados y que, por consiguiente, podrían a la larga ser mortales para quienes los toman, una realidad que eventualmente la hace cuestionar su propia misión y el trabajo de la gente que la contrató.
El problema que nota, no obstante, es que el plan de acción del grupo no tiene una estrategia a largo plazo, su actuar se ha convertido en un castigo de venganza personal, más que en un análisis de la situación y propuesta de transformación. Uno de los activistas que conoce, por ejemplo, lamenta la muerte de su hermana, que tomaba unos fármacos que él mismo le recetó como antibióticos. La medicina, que ahora está a punto de ser lanzada al mercado, terminó por alterar el sistema neuronal de la joven, lo que la llevó al suicidio. Motivado por esta injusticia, este joven, junto con el grupo, deciden hacer que todos los directivos de la empresa consuman el medicamento y sientan en carne propia los efectos secundarios de su propio producto.
Cuando Sara protesta la acción, los demás le dicen que, si la empresa es realmente honesta, no tendrían nada que temer, porque ingerir la substancia no les hará nada, pero, es porque se saben culpables, porque saben que sus medicamentos son mortales, que temerán al saber que la medicina ha entrado a su sistema. La idea base es poner a prueba la ética de la empresa y demostrar que su avaricia y ambición por el negocio está pisoteando los derechos de muchos que no tienen los medios para defenderse, que vender un fármaco con repercusiones para la salud y enfermar a miles de personas es más redituable que buscar una solución, una cura o un cambio de producto.
El siguiente plan expresa la misma ‘prueba de fuego’, cuestionar la ética de empresarios y activistas por igual en una acción tan difusa éticamente hablando que llevarla y no llevarla a cabo suena igual de erróneo. En este caso los puestos al estrado son los dueños de una fábrica que lanza sus desechos químicos al lago más cercano a sus alrededores; ahora los habitantes de las ciudades aledañas están muriendo por envenenamiento, cáncer y otras enfermedades causadas por las aguas tóxicas. El grupo activista decide secuestrar a los dueños y hacerlos bañarse en el lago; si lo hacen, sin temor, no pasará nada, porque significaría que están seguros de que las aguas están limpias, pero, evidentemente, se niegan porque saben lo que les sucederá si lo hacen. Y aunque el plan es grabarlos aceptando su culpa, evidenciarlos, para una de las chicas del grupo en realidad se asume como una venganza personal, porque son sus propios padres los dueños de esta compañía.
La simpleza del plan le resta justificación, porque son, en corto, buenas intenciones mal ejecutadas, porque a largo plazo no se busca un cambio real, sino un castigo momentáneo, hacia un grupo de personas específicas, no hacia las transnacionales que manejan los hilos a su disposición y a favor propio. Es como si su motivación de cambio fuera honorable, pero sus acciones se limitaran a tapar el sol con un dedo, en lugar de resolver el verdadero problema de fondo.
“Pero si lastimamos gente, ¿no somos acaso tan malos como ellos?”, pregunta Sara, quien comienza a cuestionar su propia integridad, empatizando con la causa, el cambio social, pero con una postura opuesta a lo que mueve a este grupo; preguntándose además cuál es su papel en la situación, no sólo como infiltrada, sino enviada incluso por una empresa cuyos clientes son las mismas personas que los activistas están atacando. ¿En qué punto del espectro queda ella y qué significa apoyar o descalificar a uno u otro grupo, parados en extremos contrarios de la ecuación?
“Una revolución nunca es fácil”, le dice a Sara uno de los líderes del grupo. Lo primordial no es sólo entender que las acciones tienen consecuencias, porque ellos lo saben, lo que deben aprender es a asumir esa responsabilidad y, principalmente, su parte o su papel dentro de las mismas consecuencias, lo que implica un compromiso con la misión y con el grupo, pero sobre todo con uno mismo, es involucrarse y comprometerse con el trabajo, asumir que la decisión final es personal, ética.
Las prioridades de Sara cambian cuando su propia forma de pensar también lo va haciendo, cuando viviendo al lado de esta gente, de espíritu libre, vocación de cambio y estilo de vida anticonsumista, percibe que propagan un discurso de justicia social y el entendido de que alguien, si el sistema no logra concretar, debe hacerse cargo. Eventualmente Sara llega a un punto de ebullición en el que se da cuenta que peor que no saber lo que hacen estas empresas, es ignorarlo, porque peor que no hacer nada por ignorancia, es saber lo que sucede y aun así no hacer nada.
Es así como ella decide que, si bien no puede regresar a su vida anterior, no después de ver la realidad de la gente que no tiene la oportunidad de una vida mejor por culpa de empresarios, directivos e inversores que deciden lucrar a expensas de su propio bienestar, tampoco puede unirse al grupo, a quienes ve como anarquistas radicales que reaccionan pero no planean, castigan pero no promueven un verdadero debate crítico que invite a la transformación de la sociedad. Hacer algo es impulsar acciones y si esas acciones deben ir en contra de todos los que estén hiriendo la causa, y eso implica también al grupo de activistas, entonces ellos hacen tanto daño como las empresas multinacionales y contra ellos se tiene también que contraatacar.
En entrevista durante el Festival de Cine de Sundance, el director y coescritor del proyecto Zal Batmanglij explicó durante el panel que el título de la película hace referencia directa a El Mago de Oz, el libro de L. Frank Baum, en donde La Malvada Bruja del Este se convierte en la fuerza opositora contra quien se peleaba en busca del bienestar de los habitantes de Oz. Baum a su vez reflejaba con su historia los conflictos políticos y sociales que se vivían en Estados Unidos a finales del siglo XIX, donde los disputas por el bimetalismo (sistema monetario basado en el uso de dos metales, tradicionalmente oro y plata), dejaba endeudados a muchos, específicamente en el estado agrícola de Kansas, ubicado al centro de aquel país.
En la película, el grupo de activistas son personas de la alta sociedad, jóvenes con vidas privilegiadas que se oponen al sistema, nacidos en Nueva Inglaterra y sus alrededores, al este de Estados Unidos, desencantados de la forma de vida que llevan y de aquello que han tenido que hacer sus familias para llegar hasta ahí. Sin poder ignorar la división de clases y cómo esto se refleja en injusticias y falta de equidad, los activistas pelean a favor de un mundo diferente, pero sus acciones también responden a su propio sentimiento de culpa, el que los conduce a negar, o a intentar frenar la materialización de un futuro en el que los errores del pasado se continúen repitiendo.
Pero el cambio no puede hacerse en el individualismo y la travesía personal, necesita un objetivo y un planteamiento social, trabajo en equipo, metas, objetivos, organización, compromiso y solidaridad. ¿Cómo combatir la injusticia?, pregunta la película, que también abre un debate sobre la ética social, tópico que aborda, específicamente, cuando los personajes reflexionan que si bien las corporaciones que contaminan el planeta y se aprovechan del más débil y del más indefenso tienen su grado de culpa en el asunto, también lo comparten las personas que, sabiéndolo, lo permiten y no hacen nada para cambiar la situación. Acción y reacción, insiste la historia, porque un cambio que parece insignificante puede lograr grandes cosas y ser más significativo de lo que aparentemente deja ver.
¿Y si todas estas reflexiones sobre el cambio y los valores sociales son parte clave en el activismo, era entonces, el grupo de la película, un colectivo de activistas a favor de la mejora social o sólo gente inconforme aspirando al cambio, sin saber realmente cómo lograrlo? El problema enunciado remite entonces a la importancia de la organización social, así como al proceso ideológico que permita una conciencia de clase, para proponer una verdadera lucha emancipadora.
Ficha técnica: The East