Apreciar significa reconocer; percibir dándole un valor a aquello a lo que el sujeto se acerca. Analizar es, por su parte, un examen o estudio más detallado y por segmentos del objeto que se pone bajo la mira, sometida a estudio e investigación. La diferencia entre uno y otro es algo así como la diferencia entre ver y observar, es decir, entre percibir y reconocer, frente al examinar con atención.
Con el cine estos distintos niveles de acercamiento también existen; esto es, cuando una persona ve una cinta, de ficción o documental, y lo mismo es para las series de televisión o series web por ejemplo, su primer contacto es de reconocimiento, para más tarde dar paso al análisis crítico.
La crítica significa un juicio, evaluación con sustento de conceptos que resulta en un pronunciamiento. Todo espectador, específicamente hablando de cine, realiza este proceso de descomposición e interpretación; si acaso a veces sucede más en la apreciación que en el análisis, lo cual no es malo, pues se trata de un proceso que se aterriza en la observación, detallada y minuciosa, y sustentada en el juicio argumentado.
“La crítica más elevada, pues, es más creadora que la creación, y el objetivo esencial del crítico es ver el objeto tal como no es realmente en sí mismo”, dijo el escritor y poeta Oscar Wilde (1854–1900) en su ensayo El crítico como artista, publicado en 1891. Esto significa no sólo que la persona, al ver, distinguir, observar y analizar, o hacer juicio de aquello que percibe, interpretando el contenido de aquello a lo que se acerca, se convierte sólo en crítico como acto natural, sino que ese acercamiento es tan obligado como inevitable, lo mismo que sucede en diferentes niveles de la apreciación artística.
Así lo explica también el filósofo, dramaturgo y novelista francés Alain Badiou (N. 1937) en sus reflexiones tituladas ¿Se puede hablar de un filme? Badiou distingue tres diferentes juicios, como él les llama: el juicio indistinto, el diacrítico y el axiomático.
El primero se trata de un juicio emotivo; ese primer encuentro que se tiene con una película y lo que le hace sentir a la persona. Ese ‘me gusta’ o ‘no me gusta’ o ‘me divierte’, por ejemplo; es decir, que se percibe el momento porque es olvidable, reírse del chiste al momento, asustarse con el terror o el suspenso en cuanto sucede. Puede, sin embargo, tener un impacto en el siguiente, o siguientes, juicio(s).
El segundo juicio que Badiou enumera, el diacrítico, es más distintivo y analítico. Se adentra más en el mensaje y contenido de lo que se mira y, por tanto, empuja hacia una reflexión o cuestionamiento más específico, como lo sería preguntarse: ¿qué me deja la película? o, ¿de qué habla? Se trata de un análisis más completo; no es por ejemplo un simple reconocimiento de quiénes son los actores o el director, o qué tan espectaculares, creíbles y bien o mal realizados son los efectos especiales, sino el qué aportan estos componentes con su trabajo. No es un simple ‘me gusta’, sino por qué. Si la comedia hizo reír, por mencionar un escenario, ¿qué es lo que resultó divertido?, o si no convenció, ¿qué, dentro de los cánones del género (la estructura o los clichés, por mencionar algunos) resultaron fallidos?
El tercer juicio, el diacrítico, es en sí una reflexión más profunda o ‘sofisticada’. Se trata de una opinión sustentada que va mucho más allá del producto en sí, que es la película. La persona entiende e interpreta según sus experiencias, conocimiento y cultura en general, por lo tanto, su juicio va mucho más lejos de lo que el autor, o el aporte que cada departamento durante la realización, puedan haber planeado con cada toma, trazo de historia o sincronía. Si la película ‘habla’ por sí misma, el espectador puede entender, asimilar, aprehender, descifrar o interpretar según como ‘vive’ la película, o la experiencia de verla; y puede que el fondo, aquel contenido temático, crítico y analítico, sea más profundo o diferente de la intención inicial del autor (y en este caso se habla de todos los autores que hacen posible un proyecto audiovisual, es decir, tanto la visión del director como del guionista, del cinematógrafo, como el sonidista y también de los actores).
La importancia de este tipo de juicio o crítica más profunda es, propone Badiou: uno, que se alimenta de la ideología del contexto; lo que es relevante o importante ahora no lo era o lo será tal vez en el futuro. Pero, al mismo tiempo, también es relevante porque, dos, no intenta ‘demostrar’ nada. Así como por ejemplo una persona que mira un cuadro del siglo pasado no intenta explicar por qué es o no arte, sino que se acerca simplemente al objeto que expresa algo y lo interpreta a su propia manera, igual una persona que mira una película, reciente, pasada, del último año o de hace veinte, sólo asimila las consecuencias o los efectos que dicha obra tiene en su pensamiento, razonamiento y sentimientos. Y entonces una misma idea, un filme cualquiera, puede ser abordado desde diferentes sectores (sonido, historia o imagen), desde diferentes épocas y con distintas perspectivas. Y es el crítico, en este caso las personas que opinan respecto a algo, las que marcan el destino o legado de un filme, porque la crítica designa la calidad y la convierte en historia, porque, en cierto sentido, incluso cuando la crítica en sí es importante, más lo es lo que critica. ¿Acaso no las películas más conocidas, con el paso de los años, son las más comentadas, como las que entran a las listas de popularidad (desde cintas más taquilleras a más premiadas a mejor valoradas por los expertos)?
La película es entonces una idea cubierta de capas para ser traducidas, o dicho de otra forma, una manifestación poética de una visión. Por ejemplo, el claroscuro acompañado de sonidos graves, comunes en las películas de terror y suspenso, crean una atmósfera para que el espectador entienda ese suspenso, o esa tensión dramática. No hace falta que la película ‘se lo diga’ directamente a su audiencia, sino que deja que el espectador sustraiga ese contenido. "Nada es puro en el cine, ya que interior e integralmente se halla éste contaminado en su condición de 'todas las artes más una", dice Alain Badiou.
Si bien la cinta en sí, la película como video y sonido, es la 'forma' como se expone la idea, finalmente el filme termina pero el mensaje no. Cada toma, cada gesto, cada diálogo, cada sonido dice algo, pero ese todo es momentáneo, el chiste hace reír en el instante, el fallecimiento de un personaje querido provoca pesar en el momento, pero eso es transitorio. Lo que deja en el espectador, sin embargo, perdura más, se impregna en su memoria.
Por eso es importante pensar cómo organizar y construir un filme, porque al final, le ha dicho algo a la persona que lo ha visto, y esa persona desglosará el mensaje una vez que la cinta haya terminado y su mente comience a reflexionar en cada pieza, cada fase, cada imagen que conforma la historia. Valorará la narrativa en su conjunto, o la desechará en todo o en partes como algo inservible u olvidable. El mensaje no puede ser ambiguo como para no proporcionar suficientes herramientas de análisis, pero tampoco puede ser confuso, incierto y no claro, porque la persona (el espectador) puede entender una idea diferente a la inicialmente planteada, o porque la idea misma puede ser tergiversada. Es decir que, en ese caso, la narrativa no logra la finalidad de ser específica, fracasa en su función comunicante.
Tras el estreno de la primera temporada de la serie de Netflix, Por trece razones, adaptación del libro homónimo de Jay Asher, se debatió el efecto negativo que podría tener el proyecto entre la población, especialmente la juvenil. La verdadera preocupación, o controversia, más que por los temas que trata, depresión, suicidio, acoso y violación, surgió por la posible malinterpretación que pudiera ocurrir del material. ¿Daba el programa las herramientas necesarias para entender que la intención no era, por ejemplo, glorificar el suicidio, sino hacer reflexionar a la gente sobre cómo las presiones sociales, durante la edad adolescente, pueden perjudicar a los jóvenes? La solicitud de añadir advertencias respecto al tema antes del inicio de cada episodio no era más que una medida precautoria, una perspectiva que tal vez no se plasmó clara, y con suficiente sustento, en el material audiovisual propuesto. Claro que, también, el morbo suscitado por los intentos de censura alimenta el nivel de consumo.
El joven y el adulto procesan la información que reciben de manera diferente y eso está bien, es lógico, uno y otro perciben el contenido de manera diferente porque la vida que han vivido es diferente, pero también es responsabilidad del realizador que el espectador no entienda algo que no está ahí. Entonces, una preocupación que debería estar siempre presente en los creadores es el nivel cultural del público meta a quien está dirigida una película en especial, y el alto nivel de incertidumbre existente en el ambiente sobre los posibles consumidores, en atención al indiscriminado acceso a los medios de comunicación masiva que existen en la actualidad. Habría que recordar al conjunto de la sociedad, en especial a los nuevos consumidores de niños y adolescentes, la preocupación de Scorsese (expresa en el documental Side by side de 2012) en el sentido de insistir que lo que se mira en pantalla, cualquiera que sea su forma, no es real, o bien, dicho en términos coloquiales, en la televisión y en el cine cualquier cosa puede pasar, pero de ahí a que exista realmente hay un mundo de diferencia.
"Es de este punto que trata todo auténtico film, idea por idea. De los lazos de lo impuro, del movimiento y del reposo, del olvido y la reminiscencia. No tanto acerca de aquello que sabemos, como de lo que podemos saber. Hablar de un film es hablar menos de los recursos del pensamiento, que de sus posibles, una vez asegurados, al modo de las otras artes, sus recursos. Indicar lo que podría haber allí, además de lo que hay", comenta Badiou. Porque el cine no sólo es artes unidas en un mismo medio, sino crítica e interpretación. Bien dicen que el cine es de quien lo hace, pero también de quien lo ve. Porque el realizador expresa algo, pero el espectador es (o es también) quien le otorga un valor. Y los valores forman parte esencial de nuestra ética. De ello igual deberá preocuparse y ocuparse la producción cinematográfica si desea trascender como medio de enseñanza-aprendizaje.