“Las grandes masas sucumbirán más fácilmente a una gran mentira que a una pequeña”
Adolf Hitler
Desde que eras niña recuerdas que el medio ambiente te ha afectado, tal vez por eso te volviste activista ambiental, en ese tiempo no se hablaba de gases efecto invernadero que desencadenarían el consabido calentamiento global y la realista predicción de que en el verano del 2040, si, a la vuelta de la esquina, el Ártico prácticamente no tendrá hielo con la devastación ecológica que ello implica.
No, digamos que tus preocupaciones no tenían alcances tan grandes, el medio ambiente, tu medio ambiente te afectaba por la sencilla razón de que eras alérgica a un montón de cosas, piquetes de mosquitos u otros insectos, carne roja, pollo, pescado, muchas frutas, leguminosas, después te diste cuenta que el “plato del buen comer” que se enseña a los niños en las escuelas primarias, en un alto porcentaje te mandaría a la tumba, diferentes fibras como la lana, el algodón, el poliéster también provocaban diversas reacciones en tu cuerpo. Cuando te hicieron aquella prueba de reacciones alérgicas que detestaste puesto que te mandó al hospital una semana, te prometiste que nunca mas te someterías a un examen de ese tipo, diseñado para la mayoría de las personas, pero que a posterior argumento del galeno para ti resultaría altamente nocivo, el médico estaba sorprendido de las reacciones que presentabas a prácticamente todos los reactivos, escuchaste cuando le dijo a tu madre que nunca había visto un caso así, tan extremo, que no sabía cómo habías sobrevivido a la fecha.
Cuando saliste de esa crisis, ya plenamente consciente de lo que te había pasado, decidiste que te encargarías de adaptarte digamos que, marginalmente, al mundo que te rodeaba, necesitarías desarrollar un altísimo sentido de la observación y de las reacciones de tu cuerpo a diversos estímulos, poco a poco fuiste desarrollando tu propia tabla y escala de reacción, aprendiste a manejar desde otro lado las reacciones involuntarias de tu cuerpo al someterlo a la presencia de diversas sustancias en cantidades tan minúsculas, que te permitieran sobrevivir en un mundo que se empeñaba en expulsarte de su casa.
Con el modo observador desarrollado, después te diste cuenta que también presentabas alergias a ciertos comportamientos, cuando te encontrabas en un ambiente de violencia, aunque solo lo percibieras a través del televisor, un ligero escozor se presentaba en la parte interior de tu codo derecho, descubriste entonces que eras intolerante a la deshonestidad y a la arrogancia, ahí desarrollaste un sexto sentido que nadie entendía, identificabas cuando alguien mentía. A la mas leve distorsión de la verdad un ligero salpullido invadía tu espalda volviéndote al principio irascible con tu interlocutor por lastimarte de tal manera, el estar en un mundo donde se venera la mentira y la hipocresía, prácticamente te marginaba a vivir en un rincón de la soledad.
Tu familia fue la primera, por supuesto, en entender tu particular afección, aquel médico que te atendió a edad temprana hizo de ti un caso de estudio que contribuyó a pagar tus estudios universitarios cuando el departamento de investigación y desarrollo de una empresa farmacéutica te contrató como conejillo de indias en el desarrollo de anti alergénicos.
Algún pequeño cerdo capitalista, vio en tu debilidad un potencial y te convenció de poner una empresa de consulta de la verdad, donde el servicio que se ofrecía era el de desenmascarar a cualquier persona que intentara aprovecharse de otra mediante alguna mentira, todo esto a costa de un leve escozor en la espalda que habías aprendido a tratar mediante el gel de peyote reforzado con marihuana y árnica, desarrollado en Oaxaca, México.
Por tu oficina pasaron muchas supuestas parejas que fueron desenmascaradas en sus deshonestas intenciones, te lastimaba ver la cara de desencanto de algunos, pero sabias, que era mejor que se diera a estas alturas de la relación y no varios años después. Tu fama fue creciendo de tal manera que eras visitada para múltiples asuntos del orden mercantil, contratos y convenios “de buena fe” pasaban por tus manos y eran avalados o rechazados después de una breve charla con los interesados, algunos políticos te visitaron queriendo capitalizar tu aval en periodos de elecciones pero dejaron de hacerlo cuando se dieron cuenta que invariablemente eran descubiertos, un verdadero pecado pecado en esa actividad. En ese orden de ideas también decidiste dejar de seguir por televisión las conferencias mañaneras del señor presidente dada la molestia que te causaban.
Tu alergia a la mentira te rodeó necesariamente de personas más o menos honestas, cuando finalmente encontraste al hombre con quien pudiste relacionarte sin que te asaltara la comezón en medio de alguna charla y después de dos años de confidencias, cuándo pensabas finalmente mudarte con él, vino el ataque que te tiene aquí, en una rápida película de recuerdos. Mientras paseaban, una abeja se posó un tu brazo, mira, le dijiste mientras te movías lentamente para no asustarla, al ver su rostro y su automático manotazo para deshacerse del animal supiste que esa respuesta no la habías evaluado, sentiste el golpe de su mano al mismo tiempo que el aguijón atravesaba tu piel, en los breves segundos que tenías antes de que se cerrara tu garganta solo pudiste balbucear, la mataste, me mataste y corroboraste algo que habías leído o que te habían contado, que al morir, invariablemente todos tenemos una rápida sucesión de recuerdos de lo que fue nuestra vida.