Lógica es método y conocimiento, razonamiento o raciocinio, con margen de error, que certifica una proposición, que la sustenta para validarla verdadera, o en su caso, refutarla falsa. En este sentido la lógica es la teoría formal del razonamiento, el estudio de la argumentación para obtener conclusiones o formular hipótesis y teorías.
La razón se basa en el argumento y no es estática sino discursiva; es la base del pensamiento humano, es la facultad para pensar, deducir, inducir, reflexionar, formar juicios, encontrar contradicciones, sacar conclusiones, entender el mundo y actuar en consecuencia. Es, en corto, la base de todo para evolucionar, para crecer y para vivir, porque cuestiona y analiza el contexto y sus variantes, sus leyes o su organización. No hay evolución ni entendimiento, ni progreso ni reflexión sin la capacidad lógica, sin estudiar ni conocer, o buscar respuestas. La duda es la base de la investigación. ¿Qué hace el hombre cuando se encuentra con un tropiezo o un obstáculo? Se adapta a las condiciones, al conocimiento mismo, transforma la realidad circundante para su bienestar y al mismo tiempo se transforma a si mismo.
Esta es la situación con la que se topa Florence Cathcart, protagonista de la película Despertar de los muertos (Reino Unido, 2011), o The Awakening (El despertar), un título original más atinado al hablar de un algo olvidado o dormido, no forzosamente de manera literal, que se manifiesta de nuevo, o que se enfrenta a la necesidad de re-direccionar, reordenar ideas y reflexionar. Dirigida por Nick Murphy y coescrita por éste junto a Stephen Volk, la cinta está protagonizada por Rebecca Hall, Dominic West, Imelda Staunton e Isaac Hempstead-Wright.
Ambientada en la Inglaterra de 1921, tras la Primera Guerra Mundial, Florence trabaja desmintiendo a charlatanes que aseguran poder comunicarse con fantasmas. Su labor, incentivada en parte por la muerte de su novio en el campo de batalla, es comprobar con explicación lógica el supuesto contacto paranormal con que engañan los estafadores a las personas en pena por la muerte de algún familiar o conocido, y que Florence desenmascara gracias a sus conocimientos científicos, observación y poder de deducción.
Autora de libros relacionados con el tema de la caza de fantasmas, o más bien la imposibilidad de la existencia de ellos, es contactada por el profesor de un internado en el que los estudiantes están seguros que acecha el espíritu de un niño, dicen, asesinado años atrás, cuando la construcción fungía no como escuela, sino como casa de una familia adinerada.
La reciente muerte de un niño, quien sólo días antes juró haber visto al fantasma, ha obligado al director a tomar medidas extremas y contratar a Florence para descubrir el misterio; no específicamente para ‘atrapar’ o ‘matar’ al fantasma, como los estudiantes, entre ellos, dicen, sino para develar la verdad ‘lógica’ detrás de las supuestas apariciones. “No está aquí para atrapar al fantasma. Está aquí para atrapar a los niños que hacen travesuras”, le dice Maud, el ama de llaves y quien recomendó a Florence con el director, a Tom, uno de los niños que viven ahí.
“Sin ciencia, la gente no cree en nada; ellos creen en cualquier cosa. Incluso en fantasmas”, le explica Florence a Robert, el profesor que fue enviado por ella, asegurándole que el problema recae precisamente en ello, en creer sin duda alguna en la presencia del fantasma, a un grado tal como para ni siquiera buscar una explicación que compruebe o esclarezca la verdad detrás del supuesto elemento sobrenatural. ¿Existen los fantasmas? ¿Se puede creer en ellos si la ciencia no puede explicarlos, explicar su existencia o en todo caso inexistencia? “No se puede cazar lo que no existe”, insiste Florence, que está segura que cada vez que alguien dice ver un fantasma, hay manera de comprobar que todo es o imaginación, o alucinaciones o charlatanería.
Robert, no obstante, decide creer porque para él la evidencia apunta a que el fantasma existe, ya que la sombra de un niño se hace presente en cada foto escolar tomada año tras año, a pesar de que en cada ocasión todos los estudiantes son listados sin falta. Robert dice que entendería que uno de los niños saliera corriendo entre las filas durante los 15 segundos que toma sacar la fotografía, lo que explicaría por qué dicho niño se ve borroso en la imagen, pero no encuentra el sentido a cómo es que un niño podría correr hasta dentro del edificio y asomarse por la ventana en esos quince segundos, que es donde aparece el supuesto fantasma en la última fotografía que se tomó del estudiantado.
Después de inspeccionar el lugar y entrevistar a maestros y alumnos, Florence sospecha que todo no es más que producto de las bromas y travesuras que los niños se hacen entre ellos, cuentos inventados para molestarse y jugar, ruidos y avistamientos orquestados, creados con tal de asustarse los unos a los otros, y específicamente direccionados hacia los más débiles del grupo. “¿Qué son estos?”, pregunta Robert ante uno de los artefactos de Florence. “Esos son receptores de huellas”, dice ella. “¿Los fantasmas dejan huellas?”, insiste el otro. “No, las personas que pretenden ser fantasmas las dejan”, responde la científica. “Deben odiarte”, espeta Robert. “¿Quien? ¿Los espiritistas?”, pregunta ella. “No, los fantasmas”, dice él.
Una noche tras la persecución del supuesto espíritu, Florence tiene varios encuentros, unos más fáciles de explicar que otros. Primero, una presencia que activa las campanas colocadas en el suelo y que va dejando huellas en el piso gracias al polvo blanco que se colocó en los pasillos. Pero además la protagonista se topa con una misteriosa presencia que no tenía prevista, la de un hombre con una escopeta.
Tras examinar a la mañana siguiente los pies de los niños y deduciendo otros detalles relacionados con la muerte del fallecido tres semanas atrás, Florence explica varias de las interrogantes. Para empezar, la noche anterior, cuando apareció el supuesto fantasma, todo fue obra de una broma entre niños, que obligaron a uno de ellos, amenazándolo, a deambular por los pasillos para asustar a Florence, y a quien ella descubre por el químico que el polvo del suelo dejó en sus pies. La segunda, la muerte del niño, quien en medio de un ataque de asma, provocado por un susto, falleció por no recibir la adecuada atención médica, que su maestro le negó una vez que lo encontró corriendo por los pasillos. ¿Fue el niño también obligado por sus compañeros a deambular por la noche como parte del acoso hacia él, y/o es que el susto fue causado al toparse con la presencia de un verdadero fantasma?
La duda queda en el aire y, mientras el director y los demás adultos y niños se quedan satisfechos con la resolución lógica del caso, Florence comienza a dudar, porque no encuentra una explicación concreta y lógica a todo lo que vio, escuchó y vivió. ¿Qué hacer cuando la lógica no explica todo lo que se tiene enfrente, qué hacer cuando la evidencia y los hechos se sustentan en un argumento que se debilita a pasos agigantados?
La razón se encuentra entonces en un camino de revaloración hacia la adaptación, o hacia su propio cuestionamiento. Florence no puede quitarse de encima la duda, y no claudica ante el margen de error, sino que pelea por encontrar la verdad, incluso si en este caso su verdad sea explicada de una forma inesperada, su relación directa con los fantasmas que, al parecer, efectivamente habitan en la construcción.
“Observación: Entre 1914 y 1919 la guerra y la influenza han tomado un millón de vidas sólo en Gran Bretaña. Conclusión: Es tiempo para fantasmas”, lee la película al inicio de la historia, citando uno de los libros de Florence. ¿Es esa una explicación lógica? Claro, la deducción lo es, la relación causa y efecto, acción y consecuencia, o la interacción directa entre ambas aseveraciones. No tiene ningún sustento científico que corrobore o valide que los fantasmas existen, pero la lógica como deducción está presente. Es una teoría, quizá no comprobada, que explica el por qué la gente creería con certeza en la posibilidad de la existencia de espíritus. Es una inferencia errónea, sustentada en premisas falsas, o, peor aún, es una conclusión que refuerza la creencia inicial, los humanos tienen espíritu o alma y, entonces, muchos muertos pueden dejar “almas en pena”, que son en sí los “fantasmas”. La mente se engaña a sí misma en función de las creencias del individuo.
Para Florence, que Tom sea un fantasma, muerto a manos de su padre, el hombre con la escopeta, no tiene sentido hasta que se lo encuentra, cuando Tom explica que los asesinatos son un recuerdo reprimido por Florence, su media hermana y quien, tras ver la muerte del niño y su madre a manos de su padre, que luego se suicida, no pudo sino bloquear los acontecimientos de las muertes de la forma más lógica posible y en respuesta al trauma que vivió.
Cada explicación es válida para el individuo según la entienda, asimile y viva, y su razonamiento de los hechos tendrá validez mientras no choque con las reglas de la naturaleza, de la física y de la ciencia misma, de la razón. Florence demostró toda su vida la inexistencia de fantasmas con base en el método científico, y cuando ello dejó de funcionar, de dar explicaciones convincentes para ella, no tuvo otra que buscar posibilidades más allá de sus capacidades.
“No verlos no es lo mismo que olvidarlos”, le dice Florence a Robert al final de la historia, una vez que él le explica que también ve fantasmas, sus propios fantasmas, representación de dificultades, culpa, pena y remordimiento por haber sobrevivido a la guerra mientras vio a tantos de sus compañeros morir. “Vemos lo que necesitamos”, insiste Robert, una frase particularmente esencial cuando explican que a Tom sólo podían verlo los niños más solitarios (además de Maud, que en vida fue su niñera), los que necesitaban de un amigo, porque Tom mismo necesitaba también de uno. La mente aquí opera a nivel infantil como cuando los niños recurren a un “amigo imaginario” como medio para socializar y adquirir autoconfianza.
Para dimensionarlo está una de las primeras escenas, cuando Florence desmiente una de las falsas sesiones de contacto con fantasmas y en que una de las presentes, que intentaba contactar con su hija, le reclama, dando a entender que la sesión supuestamente espiritual llenaba su necesidad emocional y anímica por creer en algo. ¿Qué es más significativo, darse cuenta de la verdad, que todo era un engaño, o darse cuenta que esa verdad la afronta a la realidad? Esa es sin embargo la posición en que toda persona se encuentra constantemente en la vida, en cada paso de su existencia, la verdad y la razón, la duda frente a la lógica, la fe frente a la ciencia, a la que no se le puede engañar ni maquillar, sea cual sea, incluso cuando pone a la mente en el predicamento, necesario, de tener que entenderla y reflexionarla, de tener que razonar y deducir, para entonces pensar y actuar.
Ficha técnica: Despertar de los muertos - The Awakening