Tener control de algo puede referirse a supervisar los acontecimientos alrededor de una situación, inspeccionando y comprobando que todo se desarrolle conforme a los lineamientos que lo dictan o a lo programado o definido como ruta a seguir conforme a objetivos propuestos, algo que involucra ética, compromiso y responsabilidad. Pero control también puede referirse al dominio sobre algo, a un derecho de propiedad o a una orden que demanda obligatoriedad por autoridad, es decir, un poder (superior) que se ejerce sobre algo o alguien.
No siempre se trata de un conocimiento destinado a enseñar o instruir al otro, al contrario, casi siempre se trata de una estrategia o método de vigilancia que busca el condicionamiento o subyugación, para usar a la otra persona, o usar sus habilidades, en favor propio. Es lo que sucede en el escenario ficticio planteado en El embajador del miedo (EUA, 2004), película dirigida por Jonathan Demme y escrita por Daniel Pyne y Dean Georgaris, quienes se basan en la película homónima de 1962, cuyo guión es de George Axelrod, que a su vez adaptó del libro del mismo nombre, publicado en 1959 por Richard Condon.
Protagonizada por Denzel Washington, Meryl Streep, Liev Schreiber, Kimberly Elise, Jon Voight, Bruno Ganz, Jeffrey Wright y Simon McBurney, la película se centra en el personaje de Bennett Marco, un militar veterano que comienza a cuestionar sus recuerdos sobre lo sucedido en la guerra, en Kuwait, en 1991, cuando una emboscada casi le cuesta la vida. Cada uno de los miembros de su pelotón aseguran, casi exactamente con las mismas palabras, que el sargento Raymond Shaw manejó la situación con una valentía que le valió una Medalla de Honor, lo que abrió su camino hacia la política, que es donde ahora se desarrolla, como Senador en los Estados Unidos y posible candidato a vicepresidente de la nación.
De los compañeros de Marco, prácticamente no queda nadie vivo, ya que todos han muerto en ‘extrañas circunstancias’. Finalmente el último que queda, Al Melvin, visita a Marco para hablarle de sus sueños y cómo en ellos recuerda cosas muy diferentes respecto a la emboscada en Kuwait. Marco, que lleva en secreto su propia investigación, porque comparte esos cuestionables sueños, deduce que entonces quizá la nominación de Shaw como el candidato elegido a la vicepresidencia puede no ser una coincidencia, y luego de la muerte de Melvin, se propone llegar al fondo de la situación.
Shaw es carismático con las personas y seguro frente a las cámaras, puntos a su favor para atraer votantes, pero, en el fondo, su carrera asciende gracias al manejo, más bien control, de su propia madre, la también Senadora Eleanor Prentiss Shaw. Es ella quien presiona a los miembros de su partido con un discurso evidentemente manipulador sustentado en lo que llama la debilidad del otro candidato, más que en las habilidades políticas de su hijo. Es la vieja estrategia del marketing político caracterizada como “guerra sucia”, orientada a desprestigiar al contrario más que a proponer políticas de gobierno. Que Raymond se convierta en el elegido camino a la presidencia, sustenta Eleanor, apela a la idea de que si el pueblo vive aterrado, o en un caos social masivo en el que reina el miedo y la inseguridad, a quien la gente quiera al frente de su país es a una figura convincente y enérgica, con autoridad, carismático y popular, imagen que es reforzada con la proyección de “héroe de guerra” que tiene Raymond; y es más probable que, perceptivamente en imagen, la encontrarán en su hijo, joven patriota, y no en el otro candidato, un hombre ya mayor.
De esta forma Eleanor se encarga tanto de desprestigiar a la competencia como de amenazar a sus propios colegas, pujando por aquellos rasgos que puedan ser vistos como positivos para hacer de su hijo el hombre que al partido, al sistema político y a sus intereses convenga. Es una estrategia política de intimidación, pero en especial, de control. No elige a su hijo por creer fielmente en él, o en su capacidad de liderazgo, sino que lo hace en esencia porque sabe cómo manipularlo, viendo en él no un dirigente que respalde las políticas mismas de Eleanor o de su partido, sino una marioneta a la cual decirle qué hacer, según lo que ella y sus contribuyentes quieran lograr.
Su agenda responde así a los intereses de los socios que la respaldan y que han acordado y planeado la forma de poner en la presidencia y vicepresidencia de su país a personas que respalden sus inquietudes e intereses empresariales, con políticas públicas que ellos mismos dicten y les permitan hacer los negocios que quieren, en favor de su economía personal, no la del país en sí.
Marco, por su parte, contacta con un experto que le ayuda a indagar la posibilidad de que sus recuerdos hayan sido alterados a través de experimentos científicos, que, de alguna forma, lo hayan ‘programado’ para decir, recodar, asegurar y creer una verdad inventada: que Shaw salvó a su pelotón, haciéndose así acreedor a la medalla que le fue otorgada. En la realidad, la emboscada fue orquestada para aprovechar y realizar el condicionamiento, sin que los afectados se dieran cuenta del proceso.
¿Qué son las personas sino sus vivencias, recuerdos y decisiones? ¿Alterarlos no cambia también al humano, en su presente, su vida, lo que conoce, lo que sabe y lo que no? Perder un fragmento de vida puede alterar la mente del hombre, plantea la idea base sobre la que trabajan los científicos contratados para controlar a Shaw, a Marco y al resto de los soldados, quienes poco a poco van siendo desechados porque cumplieron su función: contar, repetir y así validar la historia con la que Shaw fue convertido, ante el ojo público, en un héroe.
El contacto de Marco le explica que se trata de una configuración genética, para ajustar su carácter, modificar sus recuerdos y cambiar su personalidad, algo que lograron atacando conexiones sinápticas (sinapsis se refiere a la forma como las neuronas trabajan, se relacionan, interactúan y funcionan), a través de descargas eléctricas.
La idea pues, con su grado de ciencia ficción dentro de esta ficción narrativa, al menos en la historia, es atacar el sistema neuronal para condicionarlo a órdenes específicas, con el fin último de poder controlar a la persona. El objetivo final es que Shaw, por su funcionalidad y antecedentes, hijo de dos prominentes políticos, cuya hazaña arreglada para convertirlo en héroe lo pone en el mapa político también, sea el estandarte de su campaña, fachada perfecta que cubre sus verdaderas intenciones, la ganancia para los pocos que están en la cima del poder y quienes, hábil y secretamente, se encargaron de financiar el experimento a través de su supuesto apoyo a suministros médicos militares, cubriendo así el rastro de su estrategia y engaño.
“El dinero es el rey”, le insiste su amigo a Marco. Y luego, cuando el veterano asegura que nadie había manipulado su cerebro, o sus recuerdos, o su persona, el otro le reitera: “Que tú sepas”. “Es una extensión geopolítica de la política”, continúa más adelante, al ahondar sobre el trasfondo de la situación, dando a entender que también el interés recae en adquirir un poder de influencia sobre la economía y política de otros países, regiones y sociedades estratégicamente señaladas. No es pues, un dominio sobre la sociedad en sí, sino sobre la persona que socialmente influye directamente en las varias esferas de la población. Shaw es moldeado a la imagen que Eleanor y sus colegas desean, y quienes dictan para ello su carrera política, imagen pública y hasta relaciones sociales y personales. Trasladado a la realidad política contemporánea, recuerda a las políticas de cooptación de líderes de oposición o símbolos de la cultura popular, a quienes se les ofrecen prebendas y privilegios, o simples ventanas de exposición mediática, para mediatizar sus conductas, vaciando de contenido su espíritu crítico, rebelde o de inconformidad manifiesta.
El objetivo es convertir a Shaw en estandarte, hacia el exterior, para, en el interino, el partido, hacer lo que ellos quieren que él haga por y para ellos; en una estrategia que evidentemente va más allá de la manipulación o la persuasión. Shaw se convierte en una vasija vacía, un caparazón humano que pierde toda su identidad, ideas, pensamiento y libre albedrío, algo que muchas veces sucede incluso sin que él se dé cuenta de ello.
Esto es lo que le sucede también a Marco y al resto de su pelotón, pues al hurgar, modificar y reconfigurar sus recuerdos, cambian también el contenido de quiénes son como personas, no sólo porque modifican su pasado, sus experiencias, sus decisiones y su esencia, sino porque al hacerlo, los estragos traen como consecuencia un conflicto de percepción de vida que les hace dudar de quiénes realmente son. La mente entonces contrarresta, pelea, duda y, en este caso, ello sucede a través de los sueños recurrentes que padecen los soldados, mostrando de cierta forma la verdad tras la mentira, o la verdad oculta en medio de una serie de recuerdos falsos, implantados.
La historia busca no sólo poner sobre la mesa la pregunta ética sobre qué tanto pierde una persona ante una situación de control y manipulación, sino también hasta dónde llegan esos mecanismos de control por conseguir el poder y ejercerlo.
En un mundo de dominio autoritario, en la política, ¿qué sería lo contrario al control: la libertad, la democracia, la humanidad? ¿Cómo combatir la fuerza que presiona a una obediencia ciega y absoluta, de dominio, cuando no es ni siquiera evidente y palpable de ver, sino que se esconde detrás de capas invisibles que se disuelven y esconden entre sí? La respuesta, propone la película, podría recaer en la reflexión, el conocimiento, la búsqueda por la verdad y la astucia, no para atacar, sino para mover con tino las piezas de ajedrez, una vez bien estudiado el tablero y el movimiento del otro.
Ficha técnica: El embajador del miedo - The Manchurian Candidate