¿Puede una comunidad reinventarse, reorganizarse o replantearse su estructura y funcionamiento? ¿Puede esta reflexión abrir paso hacia determinar cómo esa dinámica social beneficia o perjudica a sus integrantes? ¿Puede una sociedad cambiar si lo decide? Las sociedades conformadas a lo largo de la historia de la humanidad se encuentren en constante proceso de transformación, siendo sus características particulares de cambio resultantes del propio accionar de los hombres entre sí, en busca de lo que cada quien puede valorar como lo más beneficioso.
En La aldea, película estadounidense del año 2004, un grupo de personas intentan reconstruir su sociedad de una forma que responda a sus anhelos, inquietudes y deseos de superación, tanto personales como de la comunidad, según los consideran posible. Su pequeña comunidad se encuentra ubicada dentro de los perímetros de un bosque en el que, se cree, habitan letales criaturas, lo que ubica a los aldeanos fuera del alcance de todo tipo de contacto con el exterior. Al parecer la intención de los padres fundadores de dicha sociedad es preservar un estilo de vida semirrural, o plenamente campesino, en donde la economía se construye en función de la autosuficiencia alimentaria y el trabajo colectivo de los miembros de la comunidad, organizados en forma tribal, al ser los “viejos”, ancianos, y por ende más sabios, quienes dirigen al grupo, respaldados en una moral religiosa.
Esta gente vive una rutina simple y sin complicaciones dentro de un ambiente y escenario similar al del siglo XIX. Las reglas, deseos y ambiciones de las personas son sencillos, mientras se rigen por la aparente tregua de convivencia entre las criaturas del bosque y los aldeanos, lo que hace que su pequeño mundo sea todo lo que conocen y a lo que aspiran. Sin embargo, la situación cambia cuando Lucius Hunt, uno de los hijos de los miembros del Concejo Gobernante del pueblo, es herido en un ataque imprevisto. Entonces Ivy, la joven con quien se ha comprometido, y quien también es hija de otro de los ‘ancianos’ de la ciudad, pide permiso para salir del pueblo en un intento por conseguir medicina.
Ivy tiene frente a sí un reto y tarea difícil, ya que es ciega; característica que resulta importante porque, dada su condición, percibe el mundo de una forma distinta a los demás, lo que más que una limitante, se convierte en fortaleza. Enfrentar el peligro y asumir el riesgo de realizar determinadas acciones siempre está en función de la manera en que cada quien percibe lo que enfrenta. Así, Ivy tiene una percepción distinta de los retos que tendrá que superar, en comparación de otras personas que tienen el sentido visual intacto. “Yo veo el mundo. Sólo que no de la misma manera que tú”, le dice a una persona que le pregunta si no le molesta haber perdido el sentido de la vista. No poder ver hace que sus demás sentidos sea agudicen, pero también que su propio pensamiento la obligue a buscar respuestas y conclusiones a través de una lógica no siempre evidente y clara, que, en este caso, es un punto a su favor, porque su razonamiento mismo parte desde otro punto de vista y opinión; por otra parte, porque la gente le teme a estas criaturas por su aspecto físico, por el poder de sus garras, y ya que ella no las ve, no las siente como una amenaza poderosa, no les tiene temor en sí, sino al mito, lo que puede ser un factor a su favor, pero también en su contra.
A través de su personaje parece que la historia también le dice al espectador que las cosas no siempre son lo que parecen y que, al mismo tiempo, las personas confían demasiado exclusivamente en lo que ven, lo que toman como evidencia, algo que los empuja a que terminen creyendo ciegamente (lo que es irónico), en lo que sus ojos perciben, limitando así su capacidad para pensar, meditar o reflexionar, porque como la gente deposita su confianza en una sola perspectiva, muchas veces tropiezan en su camino para, por lo menos, considerar otras posibilidades que rodean una verdad, como pudiera ser el engaño o el espejismo.
Esa creencia ciega y absoluta, cerrada al debate, es, en este caso, representativa, y puede ser interpretada de varias maneras. Las reglas y disposiciones que permean, que le dan orden y estructura al funcionamiento de la comunidad, como es, por ejemplo, no salir al bosque o tener que esconderse de las criaturas, permiten un funcionamiento que a su vez significa seguridad. Las reglas existen por algo y, a su vez, ese algo hace posible una convivencia armónica. Sin embargo, esas mismas normas propician un control autoritario que termina volviendo la dinámica social monótona, inflexible, sin espacio para la iniciativa, lo que, al mismo tiempo, no deja crecer a las personas, no les permite su propia superación y/o evolución.
Lucius es insistente en conseguir el permiso de los mayores para poder salir de los límites de la aldea, motivado por su deseo de explorar, conocer y crecer, pero su impulso es más que la sensación de la aventura; él lo ha razonado y ha concluido que si la paz entre criaturas y humanos está trazada y persiste, no tendría por qué temer salir. Su lógica se basa en lo que sabe, o lo que le dicen, pero también se sustenta en saber, o vislumbrar, que detrás de esas costumbres y tradiciones se esconden secretos, historias no contadas; en corto, que la verdadera justificaciones tras la creación de dichos mitos no es tan sencilla como parece, o como muchos eligen aceptar. “Hay secretos en cada esquina de esta aldea”, le dice a su madre.
Las reglas impuestas por los primeros habitantes aseguraban una organización social simple, que cubría propósitos básicos y momentáneos, como orden o supervivencia, pero las condiciones van cambiando y las personas también. La dinámica social está trazada para cubrir el tipo de vida que los adultos mayores desean para sí y para sus familias, pero que otros, como los más jóvenes, piensen igual, o quieran lo mismo, es algo muy diferente. Se plantea entonces para la sociedad el problema de atender las inquietudes de la juventud, o de cooptarlos formándolos de tal manera que se garantice su sumisión e incondicionalidad. Entonces, para los gobernantes, sus normas son reglas que satisfacen el modo de vida que eligen para ellos, y optan por la salida de control autoritario fundamentado en el miedo; no obstante, sus hijos y las siguientes generaciones no ven ni viven el mundo de la misma manera y, por tanto, quieren otras cosas, piensan en metas diferentes y se trazan objetivos acordes a las experiencias que los han formado a ellos como personas. De ahí la petición para ser autorizados a salir al mundo exterior.
Los ‘ancianos’ determinaron establecerse en ese terreno buscando una vida sencilla, o su versión de una vida sencilla, huyendo de problemáticas como la depredación o la violencia. Su ideal es uno de protección, que puede o no funcionar, según la dinámica que se establezca y cómo ayude a las personas mismas a evolucionar. La pregunta importante así es si su medida extrema debe o no funcionar (al margen de la verdadera realidad social de la que esta gente, de alguna forma, huye o se esconde). ¿Es su estructura como aldea una forma de reconstruir o reconstruirse un mejor futuro, o es sólo una forma de negar una realidad o huir de sus problemas? ¿Dan soluciones reales o sólo se esconden?
Las criaturas representan el miedo; para los mayores, es un miedo que se convierte en una barrera que mantiene a la gente al margen y, de alguna forma, en sumisión. ¿Por qué su gente, aparentemente feliz y sin motivo para buscar algo más, querría desafiar ese miedo y esa barrera?, piensan ellos, una lógica que los convence de que sus medidas son necesarias para la prosperidad de los habitantes de la aldea. Lo que no prevén es que alguien, de entre todos los que ahí habitan, vea en ello (el estancamiento, el miedo, la barrera espacial y la amenaza de las criaturas como figura simbólica) un reto y una forma de superación, combatir el miedo y luchar contra él para buscar soluciones. También está latente la idea de si el mal está sólo en los otros, en el exterior (representado aquí por los monstruos), en el extraño o el diferente, o si al contrario se encuentra también potencialmente en cada personas, de ahí la necesidad de reaparición periódica de la amenaza exterior, para sofocar cualquier intento de rebelión (entiéndase maldad) en los miembros de la comunidad.
Al final, las criaturas no son más que espejismos; una creación ideológica construida y luego vuelta tangible, que se refuerza con folclore y mitos que contribuyen a moldear esas mismas reglas de control y administración social que se tiene sobre los habitantes de la aldea. “El dolor es parte de la vida”, dice uno de los regentes, dejando ver que los adultos no pueden mantener a sus hijos protegidos para siempre, porque es parte del ser vivo, y de su crecimiento, estar solo, ser curioso, sufrir, reír, pensar o cuestionar, cual es la vida misma.
“A veces no hacemos lo que queremos, para que no sepan que queremos hacerlo”, dice Ivy en un punto de la historia, algo que después Lucius repite a su madre. La frase puede ser trasladada a varios escenarios y en éste específico en que ella lo dice, habla de ocultarse como medio de preservación, un medio de autodefensa y hasta un instinto de sobrevivencia, pero que también puede ser llevando al extremo, justificando esa forma de protección como una excusa para mantenerse pasivo, aislado y dócil. Una cosa es mantenerse en precaución para no ser vulnerable, para no exponerse, y otra muy distinta es exagerar la prudencia al límite, de tal forma que la persona la use de pretexto para terminar escondiéndose, para rehuir de responsabilidades o tomar decisiones, lo que conlleva estancamiento, frustración, parálisis.
El despertar contra el que lucha el pueblo es precisamente ese momento de acción que pocos de los más jóvenes deciden tomar. Esas criaturas, como forma de protección, tampoco están lejos de convertirse en medio de manipulación. Por otro lado, está la decisión de los que saben la verdad y que eligen seguir manteniendo vivo el mito, la mentira; un deseo de protección y de control que potencialmente puede terminar sumiendo a las personas en la conformidad. La clave entonces no es sólo preguntarse si lo que hacen vale la pena, o si es correcto, sino también entender qué motivó a esta gente a alejarse del mundo y cómo saberlo puede hacerlos partícipes de una nueva transformación de la sociedad.
La película estuvo nominada al Oscar en la categoría de mejor banda sonora, y está escrita y dirigida por M. Night Shyamalan; protagonizada por su parte por Bryce Dallas Howard, Joaquín Phoenix, Adrien Brody, William Hurt, Sigourney Weaver y Brendan Gleeson, entre otros.
Ficha técnica: La aldea - The Village