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Mi mujer de luna

Paola Astorga
Paola Astorga

Hoy recibí esa llamada que me despertó de la cotidianidad “ven a despedir a tu abuelita, ya se está yendo”. Me dirigí a su casa. Entre a su recamara en penumbras, oí su respiración antes de ver sus rostro. La bese, le dije cuanto la amaba y me despedí. Aùn esperamos que la vida agote su último latido, falta poco nos confirmó el doctor.

        No es un secreto que los que escribimos hacemos pacto con la realidad para hacer ficción, y a veces solos a veces agregamos un pedazo de nuestra propia historia. La oportunidad de explicar porqué de cada relato son pocas. Este leve cuento fue inspirado por mi abuelita Chacha despúes de una platica hace dos años donde me  declaraba su cansancio por una vida bien vivida, ahí nació este pequeño relato de una niña que pierde a su ser más querido.

      Ahora mientras tecleo estas palabras espero… a Mi mujer de luna.

 

MUJER DE LUNA

La abuela murió. Vino anoche la muerte y se la llevó. Me despertó su último suspiro, no supe que lo era hasta que vi a la muerte al pie de su cama. Era una mujer,  destellante como la luna, su cabello eran hilos de luz  que caían sobre su espalda. Quise hablarle pero me hizo una señal de silencio, entendí que no quería despertar a la abuela del sueño eterno. Mi abuelita se incorporó  abrazó a la muerte como una buena amiga.

        Las seguí hasta la puerta y un nudo de abandono empezó a subir por mi garganta. “Abuelita llévame contigo, no me dejes”.  Detuvo sus pasos, me miró como siempre que quería un capricho, mis lágrimas ya no se detuvieron, pasó su mano sobre mi rostro como un reflejo de la vida que abandonaba.  Comprendí que no era mi momento, no había escrito mi destino y como decía la abuela, la muerte es cumplida pero no puntual.

        Traspasaron la puerta. La luna llena derramaba su luz en el jardín y fue en esos gajos de resplandor que desaparecieron. Me quede acompañando a la luna un largo rato hasta que la brisa invernal me recordó que yo seguía viva. Regresé a la habitación a cubrir con una sábana su cuerpo. La calentura me empezó entre cirios y el novenario y no se desprendió de mi pequeño cuerpo hasta mi último suspiro.

         Morí. Vino anoche la muerte y la abrace como una vieja amiga.

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