Madurar no sólo es crecer física sino también emocionalmente; es aprender de los demás y aprender de uno mismo, enfrentando y resolviendo dificultades de la vida con lógica, raciocinio y tacto, para dar soluciones reales, viables, correctas, éticas, consideradas y pensadas. La madurez no se determina entonces por la edad de la persona, sino por su carácter y/o la forma como se enfrenta al mundo no sólo con prudencia y buen juicio, o cordura, sino tomando en cuenta su papel dentro del contexto en el que vive. La película Pequeñas grandes amigas (EUA, 2003) habla precisamente de esto a través de un relato de dos mujeres que parecen totalmente opuestas entre sí, pero que tienen más en común de lo que a primera vista parece. Dirigida por Boaz Yakin, que trabaja con un guión de Julia Dahl, Mo Ogrodnik y Lisa Davidowitz, escrito a partir de una historia de Allison Jacobs, la cinta está protagonizada por Brittany Murphy, Dakota Fanning, Heather Locklear, Marley Shelton, Donald Faison y Jesse Spencer.
Al centro se encuentra Molly Gunn, una joven de 22 años despreocupada por todo lo que es ajeno a ella directamente y quien toda su vida adulta se ha encontrado en la superficialidad de los lujos y las banalidades. Fuera de su círculo de amigos cercanos, vive desconectada de la cotidianeidad de la vida, distante de algo tan sencillo ya sea, por ejemplo, lavar la ropa o pagar las cuentas. Ese aislamiento también la hace una persona sola, ingenua, de actitud infantil, indiferente frente a la cotidianidad que la rodea, y que ha evitado hacerse cargo incluso de sí misma, a pesar de que sus padres murieron cuando era niña, apoyándose y delegando en otros para que le resuelvan los problemas, lo cual, aparentemente confortable, la deja en estado de indefensión ante imprevistos negativos; así sucede cuando su contador comete fraude y huye con su dinero, sumiéndola en una situación precaria, obligando a Molly a encontrar un empleo para conseguir subsistir.
Es entonces que se encuentra con Ray, una niña de 8 años que ha vivido momentos difíciles a lo largo de su corta existencia que la han llevado a tener que cuidarse por sí sola, a madurar a marchas forzadas y a enfrentar situaciones que la han hecho independiente y agresiva. Con problemas para socializar, lo que la ha vuelto intolerante y por momentos hasta arrogante, Ray no es más que producto del abandono familiar combinado con el infortunio, con un padre enfermo que se encuentra en coma y una madre que no la atiende, que no la guía, que está más preocupada por el éxito en el negocio de su disquera musical y por su propio bienestar, que por la educación y cuidado de la niña, o por la convivencia madre-hija (y todo lo que implica, incluyendo aprendizaje y desarrollo para la niña).
Cada una vive la vida de una forma que les hace daño a su propia persona, y aunque son reflejo de las circunstancias que les rodean, inmersas en un mundo superficial distante, es el cómo enfrentan sus problemáticas lo que las define. Ray parece ser madura pero no lo es, no es que afronte la vida con rectitud, es que se esconde del mundo para no tener que enfrentarse a nada. Su pulcritud excesiva y necesidad de controlarlo todo no es una actitud que la capacite satisfactoriamente para la vida, al contrario, porque reniega infantilmente cuando las cosas no salen como ella quiere, porque está acostumbrada a que así sea. No es sólo que demande ser el centro de atención, es que nadie le presta realmente la suficiente consideración y le ofrece el suficiente afecto para atender las necesidades que tiene para un desarrollo emocional, que su actitud exagerada es la única forma como sabe exigirlo. El problema es que sin relaciones afectivas con sus semejantes, ante el vacío familiar, su carácter está conformando un ser egoísta, indiferente, apático, agresivo, lo cual presagia una vida nada placentera.
La inmadurez en la que vive Molly es un caso diferente, pero similar en muchos sentidos. Esta joven vive una vida de la practicidad, lo utilitario, de lo inmediato y la aparente libertad, pero desconectada de las responsabilidades sociales, porque ha elegido un camino fácil, precisamente para no tener que afrontar los problemas propios de la vida, porque, hasta ese momento de su vida no ha tenido realmente necesidad de trabajar y de tomar en sus manos su propia existencia. No sólo parece incapaz de hacerse cargo de sí misma, sino que tampoco tienen las herramientas para hacerlo. Su encuentro, un tanto fortuito, derivado de la nueva responsabilidad laboral de Molly, hará que una aprenda de la otra, porque ambas tienen cualidades propias que las hacen especiales, que las definen como personas con características propositivas como para destacar en algo.
Por ejemplo Ray, presenta un alto nivel de disciplina, responsabilidad y dedicación en lo que hace, pero también se ha convertido en una niña grosera e inflexible porque, en su aislamiento, no conoce otra forma de relacionarse, es incapaz de pedir ayuda, ofrecerla o recibirla de los demás, simple y sencillamente porque no está acostumbrada a tratar con nadie. Por su parte, si bien Molly sabe cómo ser amigable, creativa y libre de espíritu, no siempre sabe cómo poner a los demás antes que a ella misma, porque no reconoce siquiera cómo es que podría lograr desarrollarse individualmente, es decir, qué quiere y qué camino seguir, qué espera llegar a ser en la vida y cómo conseguirlo. Sin herramientas para madurar y para adaptarse, sin metas personales claras, es por eso que sigue un camino por inercia, ingenua de aquellas posibilidades que se adapten a sus propias aptitudes, algo que, eventualmente, podrá asimilar gracias a una reflexión metódica que aprende de Ray.
Mientras no se conozcan y acepten ellas mismas, no aprenderán a madurar y a dejar atrás esa actitud egocéntrica que puede terminar cayendo en un egoísmo narcisista y en aislamiento social. ¿Acaso le hacen daño a los demás con su actitud? Probablemente no, aunque tal vez, pero lo grave es que se dañan ellas mismas, porque se estancan en una postura cómoda de la vida; Molly en la ingenuidad, Ray en la inaccesibilidad.
“La gente siempre te decepciona. ¿Por qué no te olvidas de ellos y haces algo por ti misma?”, le dice Ray a Molly. El consejo no es malo, pues anima a la otra joven a dejar atrás esa dependencia, para comenzar a tener iniciativa y control de su propia vida. La frase sin embargo también es reflejo de la soledad de Ray, una niña acostumbrada a un abandono tal que ese ‘hacer algo por ella misma’ se ha convertido en la única forma de actuar que conoce, y que la lleva a constantemente sentir hostilidad ante cualquier acercamiento humano, pensando que nadie más que ella estará ahí para apoyarla.
No queda nada más que una aprenda de la otra, la pregunta es cómo. ¿Cómo puede una niña acostumbrada a vivir en un ambiente que la mantiene a la defensiva, aprender a quitarse de encima esa dureza con la que aleja a los demás? ¿Cómo puede un adulto volverse responsable, cuando nunca ha tenido que tomar decisiones ni tener que responder por ellas? Entendimiento y empatía, actuar con inteligencia pero también con consideración. Madurar no sólo es tomar decisiones con responsabilidad, es elegir con reflexión, mostrando también respeto al otro.
No es sino a la fuerza que tanto Molly como Ray terminan por enfrentarlo; una al ser casi empujada a una realidad que le hace ver que el mundo también está lleno de altos y bajos, de decepciones y tropiezos de los que hay que levantarse; la otra viviendo una etapa de su vida en la que el apoyo emocional que necesita de su familia se aleja a cada paso que da. Y sí, mientras ambas se encierran en su propia burbuja de cristal con la que creen poder mantener el control que las conservará alejadas de las caídas, la verdad es que el tropiezo vivido desde dentro de una burbuja de cristal será mucho más duro y doloroso que cualquier otro tipo de caída más convencional, sin burbuja de cristal ni red de protección.
“Algunos cuentos de hadas son reales. Y el resto los inventamos para poder enfrentar la vida. Todo depende del punto de vista”, dice Ray en su narración al iniciar la película. Esa es tal vez la clave de todo. Ambas jóvenes vivieron en hogares quebrantados. Molly tras la muerte de sus padres cuando era muy joven, Ray tras la enfermedad de su padre y la ausencia de su madre, y, aunque cada una lo vio, vivió y afrontó de manera diferente, porque cada una sintió en su propia tragedia una forma diferente de tener que cambiar, crecer y adaptarse, lo importante es encontrar un nuevo punto de vista que les permita avanzar para madurar, que de otra forma nunca podrán alcanzar.
Ficha técnica: Uptown Girls - Pequeñas grandes amigas