La vida no es una sucesión de retos superados, o metas alcanzadas, o fracasos sufridos, sino el cómo se enfrentan esos retos, ya sean las caídas para llegar a ellos, o la estrategia y actitud como se asumen. Un reto significa un desafío, del que se construye una estrategia para superarlo y alcanzar el objetivo; así que no se aprende exactamente de la acción de competir, sino del trazo que se hace para hacerlo, al asumir la responsabilidad para alcanzar esa meta.
Estos son algunos de los temas que trata la película Triunfos robados (EUA, 2000), escrita por Jessica Bendinger y dirigida por Peyton Reed. La cinta, protagonizada por Kirsten Dunst, Eliza Dushku, Jesse Bradford y Gabrielle Union en los papeles principales, se centra en el grupo de animadoras (o porristas) de la preparatoria Rancho Carne, en San Diego, California, Los Toros, grupo deportivo que inicia el año escolar con una nueva capitana, Torrance (Dunst), quien tiene varias decisiones difíciles que tomar; primero porque cuando una de las integrantes de su equipo se lesiona, debe encontrar un reemplazo; luego porque descubre que su antigua capitana robaba a un grupo de porristas de una preparatoria en Los Ángeles las rutinas que las han hecho ganadoras cinco veces del campeonato nacional.
Torrance debe aprender a ser una líder, a cargar con la responsabilidad, a dirigir con decisión, a demostrar y demostrarse que tiene la capacidad para sacar adelante la situación, con respeto, dignidad y astucia. Cuando propone audiciones para conseguir una nueva integrante en el equipo, varios de sus compañeros se le vienen encima (por el simple hecho de que en su primer día como capitana ya tenga un problema sobre la mesa, reemplazar a alguien, además, aparentemente lesionada por su culpa), pero cuando elige a Missy, una joven rebelde, desenfadada, con muy buenas habilidades gimnásticas pero con una actitud más libre y alternativa que el modelo de imagen convencional que la mayoría de las chicas (siempre sociables) tienen, algunas de sus compañeras cuestionan su habilidad para ser capitana. Su decisión no obstante no está basada en apariencias y/o prejuicios, como las otras que se quejan de Missy por su look, antónimo al de ellas, sino en lo que mejor conviene el equipo, alguien preparado para el desafío atlético y estético que conlleva una competencia de animadoras.
La aparente inexperiencia de Torrance es fácilmente tomada como debilidad y cuando parece que todo comienza a salir mal, o que sus decisiones no traerán los resultados esperados (el trofeo tan ansiado), que en el proceso rompe con esa aparentemente ‘perfecta imagen’ que guardan las porristas en su preparatoria (desde su imagen como grupo a la asociación que se hace de ellos con el éxito, producto de los trofeos ganados), cualquier duda es pretexto suficiente para que algunas de sus compañeras intenten tomar, o arrebatar, el control de sus manos; destituirla, en una palabra.
Todos parecen tener una idea determinada de quiénes son estos jóvenes y cómo es que debe organizarse la dinámica en el equipo. Para Missy, las porristas son un grupo de chicas y chicos banales que no hacen más que lucirse en público; para algunas de estas propias jóvenes, ser animadora es parte de la identidad que las define como atletas triunfadoras; hasta para los jugadores del equipo de futbol americano de la escuela, se trata de gente blanco fácil a las burlas, a quienes menosprecian (a pesar de que, en comparación, ellos no tienen una sola victoria deportiva), encasillándolos además en estereotipos sin fundamento (para ellos todos los hombres en el equipo son homosexuales pues se rodean de chicas y practican rutinas de baile). Y los estereotipos dan paso a los prejuicios, que a su vez crean restricciones en el desarrollo grupal, pero también individual.
Es ese mismo tipo de prejuicio razón para Isis, la capitana de Los Tréboles, para encasillar a Los Toros como un grupo de personas que sólo hacen trampa, no conoce un código de honor u honestidad y no tienen el suficiente talento, imaginación e iniciativa. Torrance llega a corregir esto, a demostrar que independientemente de lo que haya hecho la capitana anterior y de cómo se hayan ganado los títulos pasados, el presente, la competencia que se avecina, es el momento en que su equipo, en ese instante, con el talento y las ganas presentes entre sus filas, saldrá a demostrar que caigan o triunfen, será por quienes son, no por lo que fueron.
La competencia es para estas dos capitanas, e incluso para sus equipos, una pelea deportiva de habilidades y destreza. “Ser el mejor significa ganarle a los mejores”, dice Torrance, refiriéndose al campeonato en el que se verán frente a frente con Los Tréboles. Sin embargo, también existe indirectamente una marcada división de raza, cultura y condición social.
Los Tréboles son un grupo variado de jóvenes latinos y afroamericanos, que destacan si se les pone en comparación con el tipo de estudiantado de Rancho Carne, antónimo de la diversidad que se observa en la otra escuela. La división de clases sociales y hasta la forma como unos son marginados cuando los otros no, es una realidad que pesa. Los Tréboles no tienen dinero para entrar al campeonato, por ejemplo, por lo que, como resultado, deja de importar la verdadera competencia deportiva o su habilidad creativa, atlética y propositiva, para dar paso al poder del dinero, que no tienen, convertido en único motor para asistir a una competencia, que no pueden pagarse, y que, por tanto, resulta selectiva, pues ya de entrada discrimina. Un acto deportivo convertido en ‘mercancía’, ganancia y dinero, cuando, al mismo tiempo, es ese terreno neutral en que al final, por lo menos así se observa en la película, no importan la clases sociales o el color de piel, pues la gente que destaca lo hace por su habilidad para trascender en aquello para lo que se prepararon, el deporte. Lamentablemente en el mundo del espectáculo deportivo la realidad es cruel y el poder del dinero es omnipresente. Basta observar el comportamiento de las competencias profesionales es casi cualquier deporte.
Los Tréboles consiguen el dinero pidiendo ayuda a una personalidad pública que vivió en el pasado en la misma región donde se ubica la escuela, lo que de alguna manera algunos ven como una historia de ‘Cenicienta moderna’. Parece, pero, ¿lo es? O en todo caso, ¿serlo no implica entonces muchos problemas con el sistema, que, evidentemente, no da ‘las mismas oportunidades a todos’ como dice que hace?
Sabiduría, empatía y estrategia son características del buen líder, que tanto Isis demuestra para con su equipo, como Torrance aprende poco a poco con su propia experiencia. Aprender a dirigir, pero en especial, enseñar a acoplarse en lugar de pelear, trabajar en equipo en lugar de intentar brillar en una propia individualidad. Torrance no debe dictar qué hacer, cuándo y cómo, sino actuar en solidaridad, con rectitud y honradez cuando a la competencia se refiere.
Cuando el equipo se entera, gracias al ojo de Missy, quien les revela quiénes son las verdaderas autoras de las rutinas que Los Toros siempre presumían como suyas, el equipo vota seguir adelante sin cambiar sus porras. Es la salida fácil, pero no la más honesta, y eventualmente esto llega a golpearles de frente. Isis, por su parte, también tiene una meta en mente, ganar ellas el campeonato. El primer paso es demostrar, en la propia escuela de Rancho Carne, durante un juego, que la rutina que tanto les ha traído gloria a los Toros, no es sino de ellas.
La pregunta que surge entonces ya no es si seguir repitiéndola, sino cómo resolver el problema. Mientras la mayoría se encuentra sumida en la derrota y votan por claudicar, abandonar la competencia y esperar al siguiente año, Torrance ve en la situación una oportunidad para mejorar, para demostrar que pueden jugar una competencia honesta, con trabajo creativo, innovador y propio. ¿Cómo superarse, cómo luchar? Con la habilidad de liderazgo, priorizando metas, trazando estrategias y preparándose como si se tuviera todo que perder, porque en este caso es cierto. Entrenar y competir no por un trofeo, o querer cambiar la imagen buena o mala que alguien puede tener del equipo, sino por el deseo propio de superación, lucha y triunfo, que al alcanzarse significa su propia evolución como equipo.
Las equivocaciones son obligadas y hasta necesarias (el equipo contrata a un coreógrafo, sólo para después enterarse que el hombre vendió la misma coreografía a varios equipos de porristas, por lo que todos ellos presentan lo mismo durante el campeonato, dañando sus calificaciones). Pero los obstáculos hacen que el crecimiento y aprendizaje sea más grande, mejor, y que triunfar al final sea más reconfortante y satisfactorio.
Al final lo importante no es siempre, o no del todo, la meta, sino cómo se llega a ella [Lo importante es el viaje, no el destino, afirma un dicho popular]. Los Tréboles se quedan con el trofeo, respuesta a su empeño, capacidad, lucha y esfuerzo; los Toros se quedan con el segundo lugar, un logro que sabe bien, tiene sabor a triunfo, porque en realidad lo importante ya no era ganar; sabiendo que todos esos años habían conseguido la victoria con rutinas que no eran suyas; lo importante es saber que están a la altura de los mejores y que eso los hace también ganadores. Superación, que es vencer obstáculos y dificultades; ser mejor, muchas veces no en comparación con el otro, sino con uno mismo.
Ficha técnica: Triunfos robados - Bring It On