Libertad no es hacer lo que se quiere, libertad es la facultad de elegir hacer algo o no, tomando responsabilidad de estos actos. Ello implica asertividad, respeto, cordura, consideración, empatía, conocimiento y reflexión, entre otras cosas, hacia uno mismo y hacia los demás. No sólo es ser coherente con el contexto, bajo el principio de que el hombre es un ser social, sino también balancear cómo se responde a las necesidades propias, en relación hacia los demás.
Este equilibrio no siempre existe o se logra, pero puede ser tan dañino alguien que se aprovecha de sus semejantes, como aquel que lo hace todo por complacer al prójimo (de alguna manera propiciando ese escenario de inequidad). La solución o respuesta para resolver el problema pareciera sencilla, respetar y darse a respetar, sin embargo, la pregunta aquí no es sólo si la gente lo hace, sino también si sabe hacerlo, o en su caso, cómo y cuándo, o en qué punto de la vida, aprende a hacerlo.
Paz, la protagonista de Una mujer sin filtro (México 2018), es alguien camino a encontrar ese punto exacto y a aprender a existir en él. La cinta, estelarizada por Fernanda Castillo, es dirigida por Luis Eduardo Reyes. El proyecto a su vez fue escrito por Diego Ayala y Ángel Pulido, que se basan en una historia de Nicolás López, quien escribió la cinta original chilena titulada, Sin filtro.
En la historia, Paz se enfrenta a diversas limitantes para su desarrollo personal y profesional, entre ellas un marido irresponsable, un hijastro adolescente que no la respeta, además de un jefe en la agencia publicitaria en que trabaja que no valora sus capacidades ni el trabajo que realiza. La situación le crea un estrés constante, todo provocado por una necesidad de complacer a los demás, lo que eventualmente termina por serle insoportable. Entonces Paz acude a un brujo en busca de ayuda, pensando que la ‘magia’ podría ser la clave para resolver sus dolencias. Este hombre le dice que lo que necesita es comenzar a decir lo que siente (de hecho le miente afirmando que su hechizo provocará que esto suceda), para dejar de guardarse para si todo lo que piensa y siente, algo que usualmente hace para no molestar, herir o incomodar al otro, independientemente de lo que le sucede a ella.
Es entonces cuando toda esa ira acumulada explota (catárticamente) y Paz comienza a hacer cambios en su vida, cambios con los que hace valer sus derechos, porque, sabiendo lo que quiere, tiene claro lo que necesita. El negativo se vuelve un positivo, porque aprende a ponerse primero ella, no pisoteando a los demás en su camino, sino exigiendo su lugar como madre, esposa, amiga, empleada, vecina, hermana y mujer.
“Tengo amor. Soy amor. Doy amor”, se repetía constantemente Paz a sí misma, en un intento por cumplir las expectativas de los demás por encima de las suyas. El resultado era que las personas se aprovechan de ella, menospreciándola de una forma que, a pesar de darse cuenta, desestimaba como algo poco importante. Saberlo pero no hacer nada al respecto se convertía entonces en un resentimiento y pesar que, en lugar de externar, ella se guardaba, creando así una creciente gama de sentimientos encontrados en su interior que le afectaban a sí misma, no a las personas que lo provocaban.
No existe ninguna magia que le haga a Paz cambiar, sin embargo, es con la idea del pensamiento mágico como se convence de poder hacer o decir lo que siempre quiso hacer y decir. “Necesitas liberar tus emociones para alcanzar la felicidad”, le dice este supuesto brujo a Paz y quien, a fin de cuentas, no es ningún chamán, hechicero o brujo, sino alguien engañando con ideas de hechicería para ganar dinero fácilmente, aprovechándose de aquellos que, como Paz, buscan respuestas en una fuerza ‘mágica’ o ‘divina’ con la esperanza de que su vida sea resuelta por alguien o algo más grande y fuerte; algo que nunca sucederá porque, como Paz, es cada persona la que debe encontrar en si misma el valor para tomar acción si quiere lograr que algo suceda. En esencia es romper la creencia en fuerzas superiores, para adquirir consciencia de que somos nosotros, cada uno, los responsables de nuestro devenir, de las decisiones que definen el rumbo y sentido de nuestras vidas.
El consejo no obstante es atinado, ser quien se quiere ser y aceptarlo, en lugar de esconderlo; pero en este caso no es el consejo en sí lo que más importa, sino la disposición de escuchar a alguien que necesita ser escuchado. Paz vivía en un estado de alguna manera sumiso, que le truncaba el camino del autoanálisis y la reflexión, porque vivía rodeada de personas que no querían prestarle atención, sino que alguien los atendiera primero a ellos. Personas narcisistas viviendo en un contexto social que igualmente valora y promueve un nivel de vanidad y egocentrismo tan grande que provoca individuos que creen que está bien su comportamiento mientras el autoengaño se los permita.
Un ejemplo de ello se encuentra en la oficina de trabajo de Paz; su jefe, alguien que la desestima, dado su interés primordial en la frivolidad propia por encima de la eficiencia de su agencia, contrata a una joven experta en redes sociales para que sea la nueva encargada, a pesar de su inexperiencia laboral, del departamento de marketing donde trabaja Paz. La idea de esta joven es posicionar la marca del cliente en plataformas multimedia (una misma idea que Paz ya había planteado), pero en este caso la propuesta carece de fundamentos o estrategia, pues su discurso no es vender a partir de un plan de negocios, sino promocionar una imagen pública que apela a la propia superficialidad de la explotación de la imagen, lo que los demás, con excepción de Paz, no ven mal porque creen que es eso lo que valoran las personas.
Situaciones como ésta sólo promueven esa misma apariencia de perfección y éxito, en realidad inexistentes, repitiéndolas y, además, promocionando esa fama temporal que engrandece la simpleza de las apariencias, no la sustancia de contenido en los mensajes, específicamente en este caso dentro de los medios de comunicación. La situación aquí implica una diferencia de opinión, no tanto por un conflicto generacional, como le dicen a Paz, sino de visión, de organización: cuál es la meta y cómo llego a ella, no cómo parece que llego a ella.
¿Por qué la sociedad valora más la inmediatez de una información sin sustento y la imagen que promueve la trivialidad (y a la gente que lo sustenta), en lugar de los mensajes que promueven más capacidad de crítica y reflexión y que ayudan con ello el desarrollo de las personas y su comunidad misma? La cuestión queda al aire, pero es un tema recurrente, la superficialidad de la dinámica social que eventualmente afecta a la gente que se deja llevar por la apariencia de que la dinámica no está rota, aunque sí.
Expresar lo que siente y dejar de reprimir sus emociones no es el último paso en el camino de Paz hacia la autoconfianza, pues para volver a tomar control de su vida y de su persona, lo que le hace falta es reconocer esa línea entre lo correcto y lo incorrecto, entre su libertad y la de los demás, entre decir todo lo que piensa y reconocer cuándo sus palabras comienzan a herir a los demás. No sólo es exigir, sino también saber respetar, algo que conlleva audacia, pero también entendimiento y empatía.
La hermana de Paz, por ejemplo, la convence de cuidar a su gato mientras ella está fuera por un viaje de trabajo. Paz acepta pero no por estar convencida de que puede ayudar, y sabiendo que probablemente no tenga el tiempo para hacerlo. De alguna forma cede ante las presiones, incluso en algún punto manipuladoras, de su hermana. El gato fallece pero por una enfermedad que no tiene nada que ver con que Paz haya o no cuidado del gato (que no lo hace), pero su irresponsabilidad tiene consecuencias de las que debe hacerse responsable. Ese deseo de hacer todo lo que le piden la lleva al punto en que comienza a herirse a sí misma, pero llegar al otro extremo y olvidar valores como la solidaridad, termina por herir a sus semejantes. Paz no debía decir que sí cuando no quería, así como no debía dejar que su esposo fuera un holgazán cuando lo que esperaba de él era apoyo y compañerismo. Lo que debía hacer era poner límites y aprender a decir que no, respetando también la propia realidad imperfecta de los demás. ¿Se equivoca en decirle a su esposo que su desidia, pereza a indiferencia son inaceptables? No. ¿Se equivoca en decirle a su mejor amiga que su egocentrismo afecta su relación? No. Pero lo importante no sólo es decir la verdad, sino cómo la dice.
“Me he pasado la vida diciendo y haciendo lo que los demás querían por miedo a que no me aceptaran o a que no me quisieran, pero cómo puedo ser amor y dar amor si ni siquiera me quiero”, reflexiona finalmente Paz, al darse cuenta que no se trata simplemente de exigir su independencia, o tomar el control de ella, sino, más que esperar que los otros la acepten y hacer lo que sea por alcanzar esa meta, lo que debe hacer es convertirse ella misma en su propia prioridad.
No se puede ser siempre el mejor amigo, o el mejor empleado, o la mejor pareja, cuando se intenta entender primero a los demás en lugar de a uno mismo. Si Paz lo entiende, también debe aprender a dejar de rodearse de esa gente que no lo hace, que le causa daño, o que insiste en voltearse y huir antes de tener que pensar en el tema; un mensaje que parece evidente, en especial dado el trazo de comedia de la película, que se acompaña de una trama que resulta tan exagerada como evidente, pero a la larga eficaz, precisamente porque esa idea de buscar plenitud, es algo que muchas veces se da por sentado.
Ficha técnica: Una mujer sin filtro