Un recuerdo es algo de lo que se fue testigo, se vivió de manera personal y directa; está en el pasado, en la memoria, pero aunque el hecho ya haya ocurrido, puede aún hacerse presente, significativamente hablando, cuando alguien lo tiene en la mente, simbológica y literalmente, y lo somete a reformulación y consideración, es decir, que lo evoca.
Recordar es repasar un hecho pasado, revivirlo, recrearlo; pero también, en el proceso, ello impacta en la forma como la persona interpreta y asume ese pasado. Un momento alegre o uno amargo, por ejemplo, deja huella importante en quien lo vive, en el instante, pero también en adelante. Cómo asume la persona la experiencia no es una realidad estática, esa felicidad o tristeza que produjo cambia al revivir y recordar ese pasado. Una situación así es lo que le sucede al protagonista de El secreto de sus ojos (Argentina-España, 2009), película protagonizada por Ricardo Darín, Soledad Villamil, Pablo Rago, Javier Godino y Guillermo Francella. Está dirigida por Juan José Campanella y coescrita por éste junto a Eduardo Sacheri, autor de la novela literaria en que se basa la historia.
Ganadora del Oscar a mejor película extranjera, se centra en Benjamín Espósito, un agente jubilado del poder judicial en Argentina, inmerso en el proceso de escribir una novela basándose en un caso ocurrido 25 años atrás, en el que el culpable de una violación y asesinato, a quien Benjamín y sus compañeros de departamento arrestaron, terminó libre y luego desaparecido. Todo ese tiempo después, el recuerdo de lo que el caso en sí significó en su vida, sigue mortificando a Benjamín, por un amor perdido, la muerte de un amigo y la injusticia dentro del mismo sistema judicial en el que trabajaba, que se supone pugnaba por castigar a los culpables y defender a los inocentes, no al revés.
El caso, se da cuenta el agente, se ha convertido en un preocupante presente en su mente. Comienza por repasar aquello que vivió y sintió, pero poco a poco ese proceso de rememoración, necesario para escribir sus memorias y convertirlas en libro, hace que el ejercicio mental le haga descubrir nuevas perspectivas para analizar y deducir información, con la ventaja, además, de la experiencia acumulada y la diferente perspectiva que permite la distancia temporal.
Inicialmente, en 1974, Espósito, su asistente Pablo y su jefa inmediata, Soledad, recibieron casi por negligencia de otros departamentos el caso de una joven violada y asesinada en un barrio de Buenos Aires. Luego de que otros policías forzaran la confesión de dos inmigrantes inocentes, a quienes torturaron durante su entrevista y luego acusaron ‘porque parecían culpables’, la investigación del equipo de Espósito los lleva a descubrir que un antiguo conocido de la víctima, identificado como Isidoro, es el verdadero culpable.
Sin muchas más pruebas para hacerlo confesar, una vez que Isidoro es por fin arrestado, Soledad ve la oportunidad de presionarlo al darse cuenta de una actitud que lo inculpa. Isidoro la mira, pero no vengativamente, como podría pensarse por el arresto, sino sexualmente, una actitud que le indica a ella el tipo de persona que tiene enfrente y cómo empata ello con el perfil de asesino y violador que buscan. Soledad presiona al otro en su punto más débil, su ego, su machismo y su necesidad de sentirse superior y en control de una mujer, para conseguir una confesión. Sin embargo, el manejo de corrupción dentro del gobierno, que acuerda con Isidoro su libertad a cambio de trabajar para ellos, como agente de seguridad, dadas sus habilidades de observación y manejo de armas de fuego, resultan en un sentimiento general de derrota, porque lo es, tanto para Espósito como para Ricardo Morales, el viudo de la víctima.
Haciendo el repaso de todo esto en su actual presente, el año 1999, Espósito se da cuenta que la historia, tras toparse con aquel fatal bache, la dejó truncada, en el olvido y en la injusticia. Decide entonces aprovechar la escritura de sus memorias para revisar de nuevo lo que sabe, lo que se planteó, lo que quedó al aire o lo que nunca se profundizó. Lo que hace es, de alguna manera, ver con ‘nuevos ojos’ la información. “Mirar hacia atrás”, dice él.
Los huecos se hacen evidentes al desenvolver cada paso dado, hasta descubrir que el pasado aún tiene muchas cosas que decir y que las miradas, específicamente, dicen mucho de las personas. Es así precisamente como Espósito se convence que Isidoro es el responsable del asesinato, porque en un álbum de fotografías en que aparecen él y la víctima, lo que indica que se conocían, él siempre sale mirándola de manera insistente, casi obsesiva.
En 1974 vivía el caso al día, buscando información a contrarreloj, sintiendo la presión de su jefe que quería dejar el asunto en la pila de casos resueltos lo antes posible, pero también la de Ricardo, un hombre que, como se observa, lo ha perdido todo en la vida. En consecuencia, Espósito vivía un presente que sucedía tan rápido que apenas le daba tiempo de tener una perspectiva más o menos bien meditada de la situación, por lo que poco podía tomarse el tiempo de digerir lo que sucedía a su alrededor, o la forma como lo hacía. Para 1999 la realidad le es diferente, no tiene un superior exigiéndole respuestas, tiene en cambio el tiempo, el espacio, la disponibilidad y la puerta abierta a la reflexión para preguntarse, por ejemplo: ¿por qué el gobierno dejaría libre y contrataría a Isidoro?, ¿completa corrupción o un intento por afectar maliciosamente el trabajo de Espósito y Soledad?
Por otra parte, ¿por qué Isidoro intentaría matarlo en lo que parecía un acto de venganza y, en todo caso, cómo es que fue Pablo el que terminó muerto?, porque si Isidoro los conocía a ambos y estaba decidido a ir contra él, ¿ello implicaría entonces que el asesino no fue Isidoro sino alguien más, alguien que no los conocía físicamente a ninguno de los dos? Más importante aún, ¿qué fue de Ricardo, el viudo que exigía respuestas y que se había comprometido a hacer pagar a Isidoro, incluso si para encontrarlo tendría que comprometerse a pasar días en la terminal de trenes, esperando topárselo (esto antes de que Espósito y Pablo lograran atraparlo y arrestarlo)?
Es Pablo quien le da la clave a Espósito para resolver el caso, tanto en 1974 como en 1999, pues, aunque en este momento temporal él ya no está presente, la verdad de sus palabras sigue cargando con el mismo peso en la reflexión. Una vez que Isidoro está desaparecido y el caso está a punto de perderse en el papeleo burocrático, los agentes luchan por un último intento para capturarlo. Una serie de cartas entre él y la víctima revelan la interacción que mantenían, a partir de donde Pablo llega a la conclusión de que alguien puede cambiar por fuera, camuflarse y evadir, pero su esencia nunca será difuminada.
El quién es Isidoro como persona y su carácter no cambiarán, por mucho que se disfrace, modifique su rutina o evite ponerse en evidencia con la policía. La pasión no cambia, explica Pablo, tras descubrir que Isidoro siempre habla en sus cartas con referencias al futbol; por tanto, si hay algo que lo caracteriza es eso y si hay una pasión que no dejará de lado, es su devoción por su equipo favorito. Lo encuentran y capturan en un partido deportivo, pero la idea de que las personas no pueden disfrazar nunca por completo su interior dan a Espósito la pista que hace falta para deducir que al final, hay algo en su libro que no tiene completo sentido, que no encaja. ¿Cómo es que Ricardo siguió adelante con su vida con aparente facilidad de inercia, tras enterarse que Isidoro, el hombre que mató a su esposa y por el que estaba dispuesto a pasar días en la estación de trenes, esperándolo, quedara libre?
El mundo olvidó el caso, porque para la mayoría, el recuerdo no es más o menos significativo que muchos otros momentos pasajeros de su vida. Deja huella en las personas para las que el hecho es importante, pero mientras que para Espósito el momento es un punto que hasta ahora había quedado en el pasado, sin más trascendencia, para Ricardo se trató de un punto importante en su vida, un hecho que en realidad marcó su destino, su devenir, su forma de existencia. A diferencia de Espósito, Ricardo nunca olvidó, por lo cual 25 años atrás secuestró a Isidoro, a quien se dio por persona desaparecida, y desde entonces lo tiene encerrado en una celda en su cabaña, en el bosque.
“Ya no sé si es el recuerdo o el recuerdo del recuerdo lo que me queda”, dice Ricardo en un punto de la historia. Él habla de su vida con su esposa, pero sus palabras recuerdan que a veces las experiencias y el pasado son más bien la idea que se tiene de ellas, no las cosas como realmente sucedieron. Para Ricardo la imagen de su esposa comienza a disiparse hasta que eventualmente deje de recordar su cara y su vida con ella, para quedarse con la sensación de lo que cree que fue. Y llegará el punto en que no sepa si recuerda su última conversación, o lo que cree fue su última conversación.
“Los ojos hablan”, dice Espósito, en referencia a la idea simbólica de que ‘los ojos son la ventana al alma’, una forma representativa de explicar que observar y analizar abre camino al conocimiento y al entendimiento, ya sea que la mirada se dirija a una persona, una situación, una época o un momento de vida. Y en ello los ojos también son una puerta al pasado, si tan solo se eligiera una mirada abierta a ese análisis, a recordar con atención poniendo los hechos en nuevas perspectivas.
Ficha técnica: El secreto de sus ojos