Cada ser vivo tiene características propias que le permiten adaptarse, evolucionar y sobrevivir. Distinguir, conocer y reconocer estas características suyas, y las de otros, es parte clave en el desarrollo del hombre. El ‘quién soy’ puede ser tan vital como el ‘quién es el otro’, en gran medida porque el hombre se desenvuelve en una sociedad donde relaciones e interacciones son la base de su realidad, es decir, el hombre es expresión y esencia de sus relaciones sociales y de sus circunstancias.
Distinguir habilidades y debilidades del prójimo es por demás importante, sobre todo en un escenario de supervivencia, como se ve en la película La isla maldita (EUA-Reino Unido-Países Bajos-Finlandia, 2004), dirigida por Renny Harlin y escrita por Wayne Kramer, Kevin Brodbin y Ehren Kruger. Protagonizada por Kathryn Morris, LL Cool J, Jonny Lee Miller, Clifton Collins Jr., Patricia Velásquez, Eion Bailey, Will Kemp, Val Kilmer y Christian Slater, la historia se centra en siete aspirantes a perfiladores del FBI, en una prueba final que se lleva a cabo en una isla abandonada. Un ejercicio que parece rutinario, o que debería serlo, de pronto da un giro de 180 grados cuando uno de los siete muere de forma violenta, lo que significa que un asesino está en la isla y, lo más grave, que posiblemente sea uno de ellos. De ahí la importancia de percibir el perfil psicológico de cada uno de ellos, en síntesis, de conocer al otro, sus motivos, sus anhelos, sus temores y hasta sus capacidades.
Sara es poco confiable, ya que se paraliza en situaciones de estrés, producto de un trauma personal de su pasado que le hace temer al agua. Nicole es distante y adicta a la nicotina. J.D. es el líder innato, siempre a la cabeza del grupo. Rafe es el bromista. Bobby el que arregla todo el equipo técnico. Vince el que se siente desplazado, dada su discapacidad pues, porque un disparo lo dejó en silla de ruedas, nunca se mueve sin su arma. Y Lucas, el analítico, conciliador y aparentemente protector, especialmente con Sara.
A ellos se les une Harris, su instructor de mano dura, cuya idea de disciplina va más allá de la lección teórica, a quien todos odian por sus modos bruscos, comentarios burlones y excesiva presión. Y Jensen, un agente de la policía que se incorpora de último minuto como observador, pero quien más tarde revela ser enviado del FBI a investigar las quejas contra Harris.
Todos tienen la capacidad de ser la mente tras el asesino, porque saben cómo moverse ágilmente para despistar, especialmente porque conocen bien a los demás y tendrían la habilidad de detectar y explotar la debilidad del otro, a su favor.
Como analistas, su primera reacción es desconfiar para avanzar con cautela, y entonces desglosar la información que tienen a la mano para resolver de la forma más lógica posible. Oportunidad y motivo es lo primero que se proponen definir. ¿Qué quiere el asesino? ¿Cómo opera? ¿Cómo elige a sus víctimas? ¿En qué orden y por qué ese orden? ¿Qué gana? ¿Qué pierde? ¿Cómo es una persona, una mente, capaz de planear y ejecutar un plan como éste, guiado por pistas que dan pie a subsecuentes trampas que desembocan en más muertes?
Con ello en mente, Sara concluye que el asesino debe ser alguien controlador, dada su obsesión con el tiempo (cada trampa se distingue por ocurrir a la hora exacta que marca el reloj que deja como pista); pero también porque las muertes parecen no suceder al azar. J.D. que es la primera víctima, explica Sara, porque era él el objetivo de aquella primera trampa, porque el asesino sabía que como líder, J.D. entraría primero a la escena del crimen e insistiría en ser él quien analizara y se aproximara a la evidencia antes que todos los demás.
Las pistas que deja el asesino, también concluyen, hablan de alguien controlador porque juega con ellos; se adelanta a ellos. No sólo los mata conforme a un plan, sino que el trazo está detallado de una manera que la dinámica a la que los empuja , cree conflictos en su organización y relaciones. El asesino ‘disfruta’ con verlos trabajar esas pistas, barajear teorías y esforzarse por conectar la información, porque es parte de la satisfacción que recibe con su ‘juego’. Su objetivo es sentirse el gran maestro que mueve el tablero, en el que los otros sólo son los peones, así que su perfil es de una persona además soberbia o con complejo de superioridad.
“Conoce la mente del otro y anticípate”, insiste Sara, recordando una de las lecciones más importantes que les han enseñado, como estrategia a seguir al analizar la evidencia y buscar a un culpable. Adelantarse a los hechos, conociendo la forma como pensaría el otro, para entender sus acciones a partir de su razonamiento.
El asesino ha analizado a los demás, ha previsto lo qué harán y se ha anticipado a sus reacciones, de acuerdo con sus características y debilidades. Si Nicole siempre está buscando un cigarro, porque está intentando dejar de fumar, algo que tenga que ven con fuego, una cajetilla o una máquina expendedora del producto es potencialmente un foco rojo para ella. El problema es que Nicole nunca lo ve, ni lo prevé. Vince muere porque el asesino manipula su arma para que se le dispare, precisamente porque sabe que si hay algo que caracteriza a Vince, es que nunca suelta su arma.
El reto es entender que a veces las señales pueden ser difusas, porque la interpretación puede ser demasiado abierta o vaga, o bien porque el asesino, precisamente sabiendo que los otros analizarán pistas y sacarán deducciones, despistará de la manera más conveniente y con intencionalidad. El engaño es su método. Su propósito será sacarse de la ecuación como principal sospechoso y apuntar el dedo hacia alguien más, para que la inercia provocada por la desconfianza haga el resto.
¿Cómo darse cuenta que una pista es información indicativa y no sólo una deducción forzada a partir de información quizá no del todo confiable? Se dice que todo siempre significa algo pero, también a veces hay cosas que no significan nada.
El asesino está ahí para convertirse en ‘el titiritero’ (nombre del criminal dentro del ejercicio de Harris que se supone deben atrapar), que no es sino otra señal de burla hacia sus compañeros porque el titiritero (como concepto, como palabra) es una persona que mueve los hilos, con todo lo metafórico que esto signifique.
Las deducciones son entendidas como suposiciones basadas en un análisis lógico, que van de lo general a lo particular. Estas conclusiones, sin embargo, son mucho más que simple análisis de datos, es también entendimiento del contexto, del objeto, del sujeto y de la situación. En ese sentido, a veces un pequeño detalle mal interpretado, puede resultar en un errar gigante. Y a veces la pista más mínima, puede arrojar grandes resultados.
Para ejemplificarlo es interesante analizar una escena al principio de la película, cuando los candidatos están reunidos en un bar y perfilan a otras personas a su alrededor. Su mira cae en una joven con un llavero en forma de la letra ‘J’. Deducen que lo más seguro es que ella se llame ‘Jill’ o ‘Jennifer’, los nombres más comunes con la letra ‘J’, tomando en cuenta el año en que calculan que nació. Su razonamiento tiene lógica, el nombre más común, según el contexto, sería la respuesta correcta. Pero así como pueden acertar, también pueden estar equivocados, porque ¿qué pasaría si esta joven estuviera sosteniendo el llavero de alguien más, o lo llevara en honor a alguien cuyo nombre comienza con ‘J’ (un amigo, un familiar, un conocido)? Sí, los escenarios de la excepción a la regla son vastos, pero los hay (y técnicamente también habría señales que indicaran, retomando el ejemplo, que ese específico llavero pertenece o no a la joven que lo sostiene).
Lo importante es que un indicativo no es más que eso, un indicio, una pista que requiere ser valorada en su contexto. ¿No son las excepciones a la regla lo más interesante del juego? ¿No es el hombre mucho más complejo que un sólo rasgo que lo caracteriza? Jensen, en un punto de la historia se los dice: las personas son mucho más que un simple perfil escrito en un papel. El perfil puede estar en lo correcto pero sin análisis ni contexto, es muy superficial, es decir, es insuficiente para captar la esencia de la otredad de los semejantes.
La clave está quizá entonces en la evolución. El individuo cambia y con ello su contexto, su persona y su perfil. Somos y al mismo tiempo estamos cambiando. La persona se trasforma pero mantiene también rasgos que definen quién es.
Finalmente, Sara pone una trampa jugando con el tiempo; retrasa los relojes, sabiendo que el asesino está obsesionado y que se encargará de regresarlos a la hora correcta. Pero su plan hasta aquí sólo le basta para dar con el responsable, no para sobrevivir. Para ello ella tiene que cambiar. No es comenzar a mover también las piezas en el tablero, es sacudirlo.
Ella logra convertir su debilidad en una fortaleza al llevar al asesino al agua, donde el otro la cree más débil, para con esta estrategia ganar en su terreno, no en el del otro. O lo que es lo mismo, adaptarse según las circunstancias y las herramientas a la mano, que es, por naturaleza, algo para la que todo ser vivo está preparado. “No te enfrentas a tus demonios y los derrotas. Te enfrentas a ellos y te enfrentas a ellos y te enfrentas a ellos un poco más, todos los días”, dice acertadamente la película. Sólo así, conociendo el medio ambiente, observando, analizando y definiendo estrategias, se pueden superar limitaciones y resolver problemas, que es la lección que aprenden los que logran sobrevivir.
Ficha técnica: La isla maldita - Mindhunters