La importancia del núcleo familiar recae en que es uno de los pilares clave para la formación de las personas. Representa el espacio de crecimiento en el que las relaciones humanas permiten al individuo crecer, desarrollarse, aprender, madurar y socializar; en breve, forjar su carácter y personalidad. En familia aprendemos a convivir, a respetar, representa el primer espacio de identidad y el último espacio para protección y sobrevivencia, donde nos refugiamos en tiempos de desesperanza. Quizá por ello, cuando la amistad es muy fuerte, sentimos que los lazos de afecto son igual de intensos que los de parentesco sanguíneo.
Relaciones fragmentadas o núcleos que se rompen representan un reto, principalmente para los niños en proceso de formación, pues se topan con la ausencia de una guía que les enseñe valores, reglas, principios morales, incluso una concepción o interpretación del universo, todo lo que conforma los saberes para afrontar retos, lo que impacta en su identidad, socialización, comprensión de su contexto y hasta proceso de aprendizaje. Un niño que se queda sin padres o un niño abandonado, tanto literal como simbólicamente hablando, se ve obligado a enfrentar la vida sin el apoyo de las personas que instintivamente reconoce como su principal apoyo y referente. Encuentra el modo de compensarlo, pero la forma como esto sucede, determina el tipo de personas que serán en el futuro.
En la película animada La vida de Calabacín (Suiza-Francia, 2016), el protagonista es un niño de 9 años que llega a vivir a un orfanato tras la muerte de su madre. Ahí se encuentra con otros niños con sus propias historias de vida, marcadas por la tragedia y la dificultad para adaptarse tras ellas, pero la inevitabilidad de tener que hacerlo y madurar. La cinta, que estuvo nominada al Oscar en la categoría de mejor película animada, fue dirigida por Claude Barras y se basa en la novela ‘Autobiographie d'une Courgette’, de Gilles Paris. Realizada bajo la técnica stop motion (animación cuadro por cuadro que permite aparentar que objetos fijos se mueven, en este caso hechos con plastilina), la historia se adentra en varias ideas sobre valores, crecimiento, adaptación y proceso de formación del niño durante su infancia. Específicamente habla de la importancia de la familia como grupo de referencia, pues a partir de ella se desprende la formación de valores y conocimiento, incluyendo reglas y comportamiento social, pero también conductas e identidad.
En la cinta, Calabacín y sus amigos no cuentan con este pilar tal y como idealmente debería forjarse, por lo que eventualmente forman su propio grupo de referencia, su propia familia, de quienes aprender, con quienes convivir, en quienes confiar, con quienes crecer y a quienes querer.
Calabacín llega al orfanato dada la reciente muerte de su madre alcohólica, por lo que su reacción inmediata es de aislamiento, producto de un sentimiento de soledad y desolación, pero además, por uno de culpa latente, toda vez que su madre se accidentó cuando él cerró la puerta del ático, lo que le hace creer a Calabacín que él causó su muerte.
Como ésta, el orfanato se llena de otras historias trágicas equivalentes; Simón tiene unos padres adictos, Beatrice quedó sola cuando su madre fue deportada, Jujube parece haber heredado los trastornos mentales de su madre, el padre de Ahmed están en la cárcel y Alice fue abusada por su padre. Estos niños son sacados de su mundo ordinario, según los parámetros sociales que se esperan del núcleo familiar o de la vida en familia, y depositados en un ambiente de vida desconocido para ellos, en la que todo lo que conocen sobre el significado de la familia y de la vida misma, cambia radicalmente en comparación con lo que saben, conforme al contexto que miran a su alrededor y las historias que reconocen en otros niños, plagadas de una realidad completamente opuesta a la suya.
Simon y Calabacín se dan cuenta eventualmente que en lugar de pelear, como inicialmente sucede (reacción también natural de un niño adaptándose a las circunstancias), lo que necesitan ambos, pero también el resto de los niños, es unirse, apoyarse, ser solidarios, dado que, como no pueden depender en sus padres, ahora ausentes, al menos pueden aprender a confiar el uno en el otro. Esto lo entiende mejor Camille, la niña que llega después de Calabacín al orfanato, tras que su padre asesinara a su madre y luego se suicidara. Camille no está completamente sola como los otros, pero la tía con la que se supone irá a vivir la maltrata, ya que sólo está interesada en recibir el dinero por cuidarla.
Camille, sin embargo, en lugar de desanimarse, como sería natural, como los otros niños lo sienten, opta por una actitud más madura, solidaria, decidida, generosa y amable, pero además, audaz y valiente cuando la situación lo requiere. Confronta a Simon cuando él intenta burlarse de los otros niños, anima a Alice a no esconderse ni dudar de sí misma, enfrenta a su tía cuando aquella le habla de forma grosera, y actúa con respeto hacia la directora y demás profesores del orfanato, correspondiendo con su empatía.
“Todos somos iguales”, le dice Simon a Calabacín, luego de compartir con él la historia de vida de los otros niños, destacando con sus palabras que, en efecto, todos vienen de círculos familiares fragmentados y experiencias de vida difíciles que impactan en su desarrollo, especialmente emocional, lo que los coloca en la misma posición desafortunada, pero no perdida. La diferencia que marcará el rumbo de estos chicos recae en cómo afrontar esta realidad. Simon se burla de otros como mecanismo de defensa, no porque haya maldad en su persona; Alice se esconde bajando la cabeza y callando todo el tiempo, prefiriendo hacer como que no existe; y Calabacín se aísla inicialmente, como rastro de inseguridad, pero también demostrando lo confuso que le representa saberse y sentirse solo (su padre, se sobreentiende, abandonó previamente a la familia).
Cada uno es una burbuja separada, lidiando en soledad con sus problemas y entendiendo y aprendiendo a medias sus alrededores, hasta que llega Camille, el pegamento, simbólicamente hablando, que une los puntos que necesitan precisamente esto, la revelación de que son iguales y, por ende, pueden ayudarse.
La historia ahonda con cada ejemplo de vida escenarios de maltrato infantil, pero abordando no desde el punto de vista crudo, que lo es y está presente, sino respecto a la forma reflexiva de cómo esta realidad puede contrarrestarse, sanarse y cambiarse, antes de que tenga aún más repercusiones negativas en los niños. Aislamiento, dificultad para socializar, rechazo a la autoridad, renuencia al cambio, todas son consecuencias de un proceso de crecimiento truncado al encontrarse en dinámicas familiares tóxicas y hogares que no asumen la responsabilidad de educarlos o proporcionarles un ejemplo a seguir, cuál debería ser su función.
Muchos casos reales son todavía más desafortunados que los que aquí se plantean, pues mientras en la película la directora y profesores del orfanato están interesados en sanar heridas, enseñar, educar y ofrecer la mejor oportunidad de formación para los pequeños, muchas otras historias de vida, incluso en el presente actual, no encuentran un apoyo de este tipo y terminan por repetir la indiferencia y odio hacia el prójimo que aprenden del núcleo familiar fragmentado, en el que crecieron, inclinando a los niños hacia la soledad, al autoabandono, y que responden de la única manera que saben, resistiendo el cambio, negando la ayuda y arremetiendo contra todo y contra todos.
En la historia los niños encuentran un camino más amable, más positivo. La convivencia les hace notar que están en la misma realidad de vida y que esto representa la posibilidad de crecer, más simbólicamente que literalmente hablando, juntos. Si hay alguien que pueda entender por lo que están pasando, lo que están sufriendo y el dolor que la realidad trágica de su mundo representa, son los otros a su lado. De una manera inevitable, encuentran la forma de conformar su propia familia, operativamente disfuncional, que incluye a los profesores, a la directora y, para el caso de Calabacín, luego también para Camille, a Reymundo, el policía que atendió su caso y con el que aún mantiene contacto. Comen juntos, conviven, platican y aprenden, viven experiencias juntos, comparten y resuelven sus dudas a diario, creándose así entre ellos lazos afectivos que se vuelven más trascendentes que los sanguíneos.
Los niños se hacen amigos más que por sus intereses comunes, por el común denominador que impera en sus vidas. Beatrice, por ejemplo, que se la pasa esperando con ansia la visita de su madre, no le da más valor cuando ésta llega, en parte porque la ilusión de la visita era más significativa y esperanzadora, alegre e idealizada, que la visita misma, pero también porque Beatrice, que se aferraba a lo poco que tenía en la vida, ahora sabe que hay algo y alguien más con importancia afectiva en su presente actual, con más constancia además que la visita esporádica de su madre: sus amigos.
“No hay nadie que vaya a querernos”, dice Simon, justo antes de que llegue Camille, cuya presencia marca simbólicamente un proceso de reconstrucción. Este momento de cambio es importante porque habla del recorrido que Calabacín, y todos los niños, emprenden a partir de este punto, eligiendo dejar de lamentarse y sufrir, para abrirse a las posibilidades, positivas, que pueda traer el futuro a sus vidas. No hay nadie que vaya a querernos, dice Simon, pero la respuesta parece ser: si no lo hacemos nosotros mismos.
Al final de la película, una vez que Camille y Calabacín son adoptados por Reymundo, el resto de los chicos le preguntan a Rosy, una de las profesoras, si siempre, no importa qué, no importa los defectos o equivocaciones, querrá a su hijo, recién nacido. La escena es significativa pues revela esa preocupación y reflexión de los chicos sobre el lazo afectivo de familia, de madre, en comparación con el abandono, o el amor frente al rechazo, o la devoción y afecto hacia un hijo, que de alguna manera apenas están a prendiendo a reconocer.
No todo es tristeza, violencia, infelicidad y pesadumbre; entre todas las malas cosas que pasan en la vida, también hay momentos buenos que deben aprender a reconocerse y crecer con ellos, incluso en los terrenos más adversos. Ese es el mensaje más importante que aborda la historia, reconstruir en lugar de claudicar cuando todo parece destruido; y no se necesitan grandes cosas para lograrlo, o para ayudar, sólo pequeños detalles como un gesto amable o palabras de aliento, cuando lo que se necesita es precisamente eso, apoyo y solidaridad para hacer de la vida algo agradable, productivo y satisfactorio.
Ficha técnica: La vida de Calabacín - Ma vie de Courgette