"Entre más claramente podamos concentrar nuestra atención en las maravillas y realidades del universo que nos rodea, menor gusto tendremos por la destrucción."
Rachel Carson.
Suena tu despertador, son las tres de la mañana de una oscura noche en HolBox, Quintana Roo, México, ya te habían hablado de la belleza de este lugar, pero la verdadera razón de estar acá es apreciar el fenómeno de bioluminiscencia que se presenta en una de las playas de esta isla.
A propósito de éste fenómeno, en una de las traducciones del “Diario de viaje de un naturalista alrededor del mundo (En el navío de S.M. BEAGLE)” escrito por Charles Darwin se puede recuperar la siguiente descripción “Mientras navegábamos el mar presentó el más bello y maravilloso espectáculo. Había una brisa fresca y en cada parte de la superficie en la que durante el día se veía espuma ahora se emitía una luz pálida. La nave apartó dos nubes de fósforo líquido, y su estela era seguida por un séquito lechoso.”
Una de las distinciones de la Isla es que no se permite el tránsito de automóviles, y sus calles no están pavimentadas, está llena de restaurantes, hoteles y tiendas enfocadas al turismo, se promociona cómo un remanso de paz y tranquilidad, lo cual probablemente sea solo cierto en temporada baja, ahora, en Diciembre, simplemente no es así, hay demasiado ruido todo el día y gran parte de la noche, la ausencia de automóviles se suple con ruidosas motocicletas en todas sus formas, desde las más sencillas hasta complicados vehículos que admiten 4 o 5 pasajeros que por un mero tecnicismo no son clasificados como autos. Adicionalmente hay un aeropuerto en el corazón de la isla que por 500 USD te lleva y te trae de Cancún de manera que al ruido de las motos se suma el de los aviones; para quienes amamos el silencio, éste ambiente simplemente resulta perturbador.
Sales a la calle, decidiste no pagar el tour que te vendían por la tarde, digamos que te gusta caminar los pueblos, descubrir sus secretos y sacar tus propias conclusiones sin el sesgo que puede significar la opinión de un guía de turistas. Te diriges a la parte Norte de la isla, cuando termina la luz de las calles, sigues un sendero en la más completa oscuridad, el ruido de las olas al chocar en la costa te recuerda dónde te encuentras, en un error de cálculo te metes en los terrenos del basurero municipal, alcanzas a distinguir una sombra enorme que tu bagaje ubica como una enorme rata, enciendes tu celular para salir de la duda y te encuentras con un mapache, su máscara te recuerda aquellas viejas historietas dónde los chicos malos cubrían su rostro, digamos que eran los tiempos dónde incluso esas personas tenías algunos principios, antes, mucho antes de la normalización de la impunidad dónde no importa si eres reconocido, igual, no hay consecuencias.
El mapache no se inmuta, sostiene su mirada hacia el haz de luz con el botín entre sus manitas, detenido, percibes otros movimientos a tu alrededor, mueves la luz y observas cómo muchos otros mapaches están en la zona, algunos son tan grandes como un perro mediano, todos observan la fuente de luz, decides regresar sobre tus pasos y salir del basurero, no quieres importunar a sus dueños, debe haber otra ruta hacia la playa de luces.
Finalmente encuentras el sendero, tratas, sin éxito, de sortear algunos charcos del camino resbalas y terminas enlodado, no importa, te diriges a Punta Coco, llevas caminando cómo cuarenta minutos así que debes estar por llegar, el camino termina, brincas una cerca maltrecha y tomas una vereda, la noche es perfectamente oscura lo que permite apreciar muchas estrellas, los años te han enseñado a valorar estos momentos; supones llegaste a tu destino en un sitio dónde el maps de google se ha quedado sin habla. El agua está calmada, con tus ojos ya acostumbrados a la oscuridad percibes frente a ti el gran espejo que en esta ocasión solo refleja la negrura del infinito, te quitas los tenis llenos de lodo, te desnudas y caminas hacia el agua oscura, das un paso, dos, está fría, es ahí, con el movimiento donde surge la magia, pequeñas luces se generan de la aparente nada misma moviéndose, te recuerdan el polvo mágico que soltaba la varita de aquel personaje enamorado por siempre de Peter Pan, mientras continúas moviéndote ese polvo de Hada se convierte en las estrellas mismas del cielo superior que te cuentan a través del espejo el movimiento de un universo en expansión. Estás frente a un espejo mágico que refleja la dinámica de los tiempos pasados, miles de millones de años, aquí y ahora.